En comunión con la Santa Madre de Dios (VII)

Rosario

Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián | Curiosamente Isabel ha sido ocasión de que María caiga en cuenta de los dones que ella tiene. María no le dice a Isabel ‘no, no me digas esas cosas que me ruborizo’. Cuando Isabel hace esa introducción en la que la está exaltando ‘bendita tu entre las mujeres, bendito el fruto de tu vientre, de donde a mi…’ María no contesta diciendo ‘no, si yo no soy nadie’. No hace una negación de esas alabanzas que Isabel pronuncia. Es más, posiblemente, aunque María era consciente de eso, el hecho de que Isabel se lo diga le ayuda a caer en cuenta de esos dones. A veces a nosotros también nos ocurre, que necesitamos que alguien nos diga las cosas para caer en cuenta de los dones que Dios nos ha dado. María lejos de negarlo, lo que Isabel le está diciendo despierta en ella una confesión de fe.

María ha percibido que todas las generaciones le van a profesar un gran amor y ella bendice y ensalza a Dios por tal cosa. María puede escuchar la alabanza de la humanidad pues sabe lo que Dios ha hecho en ella y eso no es para ella motivo de vanidad porque ella es como un cristal purísimo que devuelve los rayos del sol sin empañarlos, sin apropiárselos. El humilde es aquel que es capaz de recibir las alabanzas sin apropiarse de ellas sino devolviéndoselas a Dios. Sin embargo vanidosos somos los que, cuando recibimos alabanzas, de alguna manera sabemos que nos estamos quedando con ellas, que nos estamos apropiando de ellas. María no tiene necesidad de cerrar los ojos para no ver lo que ha hecho Dios con ella y así no sentir vanidad ni nada por el estilo. Cuanto más claramente ve María lo que sucede mejor conoce que todo es obra de Dios.

María nos está enseñando cuál es la verdadera humildad y cuál es la falsa. Ella dice porque Dios ha puesto su mirada en ella ‘ha puesto en mí, su mirada’, en la humildad de su sierva. Y esto es la oración. Caer en cuenta de que Dios ha puesto en nosotros su mirada. La oración comienza en el momento en que tenemos esta experiencia concreta, y no en teoría sino en lo concreto, en la práctica. A este respecto, San Agustín cuando comenta el episodio de los dos ladrones que estaban junto a Jesús, pone en los labios del Buen Ladrón esta palabra ‘me ha mirado y en su mirada lo he comprendido todo’. La clave está en que Jesús me ha mirado, el buen ladrón ha caído en cuenta de lo que es ser mirado por Dios y esa mirada le ha cambiado la vida. ¡Si eso pudo decir el buen ladrón, que no dirá María que ha mirado la humillación de su sierva!

El único remedio para descubrir nuestra vocación, para vencer nuestras soledades es experimentar que Dios nos mira y nos mira de una manera singular. Aquello que dijo Jesús en el Evangelio ‘venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré’ es lo mismo que dejarse mirar por Dios. Todos tenemos necesidad de refugio y nuestro auténtico refugio es dejarse mirar por Dios, de esa manera, cuando te sabes conocido y amado, no huyes; porque cuando alguien no se deja mirar por Dios lo que hace es huir, y huir para delante. En cambio el cristiano lo que hace es buscar en Dios su refugio ‘Dios me conoce, Dios me ama, en sus manos me pongo’ porque ha mirado la humillación de su esclava.

Santo es su nombre: ‘Por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada porque el Todopoderoso ha hecho en mi obras maravillosas, Santo es su nombre’. Hasta ahora, si en la primera parte de esta oración, ella se ha fijado en los dones que Dios le ha hecho gratuitamente, ahora en esta parte de la oración del Magníficat, ella va más allá de lo que Dios ha hecho en ella. Franquea este horizonte y ha pasado ya de los dones de Dios al dador de los dones.

Si Dios ha hecho esta obra en nosotros que somos pobres criaturas, ¿cómo será Dios? Se trata de adentrarse en lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre llegó a comprender. Ella adivina el rostro de Dios, el rostro del omnipotente. Viendo cómo son las obras de Dios da un salto: su nombre es santo. Aquí se está haciendo referencia a esa sensibilidad religiosa que tienen los judíos en el Antiguo Testamento que no pronuncian el nombre de Dios porque sería una falta de respeto, entonces hablan del nombre de Dios sin pronunciarlo porque hablan de esa trascendencia de Dios ‘Tú que estás más allá de todo nombre, Tú qué eres el impronunciable…’ por eso dice María ‘su nombre es santo’.

Pero sin embargo, Dios que es el incognoscible, que decía el Antiguo Testamento que quien le viese moriría porque nadie podía ver a Dios y quedar con vida, ese Dios que está ahí y que es inalcanzable, en la Virgen María quiere levantar su velo, quiere ir poco a poco haciéndose visible. María también recibe esa capacidad de conocer más de cerca el misterio de Dios y ser más familiar a él. Podemos decir que en la Encarnación hay como un descubrimiento, Dios descorre el velo. Y por otra parte está velada la divinidad de Dios, está velada en la humanidad de Jesucristo. Vela su gloria en la humanidad pero al mismo tiempo la humanidad está acercándonos la gloria de Dios, que era inalcanzable.

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