En comunión con la Santa Madre de Dios (IV)
Mons.
, Obispo de San Sebastián | Proseguimos el comentario del Catecismo de nuestra Madre la Iglesia. Estamos en el punto 2675 dentro del apartado de la Oración: ‘En comunión con Santa María Madre de Dios’, después de que habíamos hablado de la oración al Padre, la oración de Jesús, la oración al Espíritu Santo, ahora se habla de la oración dirigida a María, oración hecha en comunión con Santa María.Este punto 2675 dice así: “A partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo las iglesias han desarrollado la oración a la Santa Madre de Dios centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios”.
Nos vamos a detener en esta primera fase, que habla de una cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo. Cada uno tiene un puesto muy especial que Dios ha pensado para él, todos somos únicos, irrepetibles, Dios tiene un plan y un proyecto para cada uno de nosotros, no estamos hechos en serie sino que Dios ha pensado en nosotros de una manera singular. Si esto cabe decirlo de todos, os podéis imaginar que cabe decirlo, de una manera muy especial, de la Virgen María, quien tiene una cooperación singular en la obra de Dios. El le ha dado a ella un puesto muy especial. Para entenderlo se nos remite al punto 970: “La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo sino que manifiesta su eficacia”. Esto es una afirmación, que de una u otra manera, sale a lo largo de todo el catecismo.
Puede ocurrir que cuando nosotros hablemos de cómo Dios lleva a cabo su plan de salvación, se pueda enfatizar el hecho de que Dios es el que lleva adelante el plan de salvación, subrayando la acción de Dios, y que en la medida en qué nosotros estamos menos presentes la acción de Dios es más suya. Es una manera de decir que para que algo quede claro y que es una gracia de Dios, ahí no ha habido intervención humana, los hombres no han participado para nada, ha sido obra de Dios. Es una forma de subrayar la iniciativa de Dios en la historia de la salvación, que ciertamente no es el estilo católico. Nuestro estilo o la forma en la que nosotros subrayamos que es Dios el que lleva adelante la historia de la salvación, es el decir: ¡qué grande es Dios que nos incorpora a su obra de salvación! ¡Qué grande es Dios que suscita también colaboradores en su obra de salvación! Y el hecho de que El nos haya introducido a nosotros en su obra de salvación no le hace sombra, a El no le resta sino que le suma. El único mediador es Cristo pero el hecho de que a María y a todos los santos, pero a ella de una manera muy singular, la hayan asociado al plan de salvación eso todavía lo que hace es destacar más esa obra de salvación de Dios.
La obra de María brota de la sobreabundancia de Cristo y saca de ella su eficacia. Por eso María no sólo recibe de Dios plenamente la salvación, pues es la criatura más abierta a recibir la salvación de Dios, es como una esponja, totalmente receptiva para recibir el don de Dios; pero además de recibirlo de una manera pasiva distribuye. Dicho de otra manera, es el Misterio de la Corredención. Solamente Cristo es salvador del género humano, solo El es mediador, pero precisamente por su sobreabundancia quiere darnos a nosotros el don de participar también de su redención y de su mediación. Nos convierte así en corredentores y mediadores. Esto es lo que aquí se quiere destacar cuando se habla de la cooperación singular de María, que no le resta nada a Jesucristo. El hecho de que nuestra piedad mariana le vaya a quitar a Jesucristo la centralidad es falso pudor. Todo lo contrario, todavía está ensalzando más el don de Jesucristo que nos hace partícipes de su redención para que no la recibamos de una manera meramente pasiva. La prueba está, por ejemplo, en el ministerio apostólico. El hecho de que El haya querido que su gracia, la gracia de Cristo, también se distribuya a través del ministerio apostólico, del ministerio sacerdotal, que nos hace otro Cristo para la vida del mundo. Algo así, dentro de esa misma lógica de la cooperación singular, María también tuvo una cooperación muy singular con el Espíritu Santo.
Esta es la primera afirmación, y luego dice: “las iglesias han desarrollado la oración de la Santa Madre de Dios centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus Misterios”, para que nos demos cuenta de cómo nuestra devoción a la Virgen María no es descentrarse de Cristo. Aquí se recuerda cómo, una vez más, en la tradición de la Iglesia la oración a María la hemos hecho de esta manera. Si nos fijamos en la oración del rosario, que es la oración mariana por excelencia aquí en occidente, nos damos cuenta que el rosario no nos descentra de Jesucristo sino todo lo contrario, es ‘servirnos’ de María para mirar desde ella la vida de Jesucristo, mirar desde los ojos de María la vida de Cristo, rememorarla y verla desde su perspectiva mucho más cercana. No mirarla de lejos sino desde María y hacer un repaso a la vida de Jesucristo.
Por ejemplo, así por medio de los misterios gozosos recordamos con María la Encarnación, la Visitación de María a Isabel, el nacimiento de Cristo en Belén, la Presentación en el Templo, el episodio de Jesús perdido y hallado en el Templo. Esto es muy importante: la oración de María es como decir ‘yo acompaño a María y ella me acompaña a mí’. Y entonces María te recuerda cómo Jesús se perdió en el templo o de aquel apuro que pasaron, o la alegría de la visita a Isabel…, por lo que en ese terreno es ver desde los ojos de María la vida de Jesús. Algo parecido a un caminar para atrás desde los ojos de María.
Y pasa lo mismo en los misterios dolorosos: la oración de Jesús en el Huerto, la flagelación, la coronación, ver a Jesús con la cruz a cuestas camino del Calvario, la crucifixión de Jesús, visto todo con los ojos de María, que nos ayuda a centrarnos más en Jesucristo y a entender su misterio a la luz de Pentecostés, a la luz del Espíritu Santo. Porque uno necesita entender las cosas de una manera retrospectiva. Esto se ve muy claro por ejemplo en el relato de Emaus. Los discípulos se encuentran con Jesús y éste les está rememorando ‘¿pero no os dais cuenta que todo eso tenía que suceder, que todo estaba escrito en los profetas?’ Se trata de caer en cuenta que esos acontecimientos, que ellos (y a nosotros también nos pasa) los habían percibido como situación desgraciada, formaban parte de la historia de la salvación. Hace falta, pues, un tiempo de asentamiento para entender el Misterio de Cristo, para rumiarlo, para meditarlo.