El silencio del Papa Francisco
, Diácono Permanente | Hace unas semanas Polonia vivió una de las experiencias religiosas y humanas más maravillosas que pueden acontecer hoy en el mundo: la Jornada Mundial de la Juventud Cracovia 2016. Un encuentro donde los jóvenes católicos de toda la tierra se unieron en oración con el Papa Francisco. Mucho se ha escrito sobre este acontecimiento, sobre las jornadas previas al encuentro, sobre las múltiples actividades realizadas, sobre los discursos del Papa Francisco en sus encuentros y Eucaristías con los jóvenes, pero personalmente lo que más me ha impresionado de este viaje/encuentro del Papa con los jóvenes fue el silencio del Papa Francisco durante la visita que realizó el día 29 de julio al campo de Auschwitz.
Esta visita tuvo tres momentos cargados de gestos muy emotivos, el primero fue cuando a primera hora de la mañana el Papa con el rostro muy serio atravesó él solo la puerta del campo que setenta años antes habían cruzado miles y miles de personas bajo el lema “El trabajo te hace libre”, para morir en las cámaras de gas o en los trabajos forzados. Francisco se sentó en un banco y oró en silencio durante trece minutos en memoria de las víctimas. El segundo momento de esta emotiva y respetuosa visita fue cuanto minutos más tarde de orar por la víctimas el Papa se dirigió al sector del campo donde se encuentra el muro conocido como el “muro de la muerte”, que servía como lugar de ejecución de los prisioneros con un tiro en la nuca. Aquí de nuevo y en silencio el Papa Francisco rezó, después prendió un cirio y tocó breve y suavemente la pared testigo de tanta crueldad. El tercer momento y para mí el más conmovedor fue cuando se dirigió a la celda conocida como la “celda del hambre” donde fue encerrado y martirizado hasta el día de su muerte el 14 de agosto de 1941 San Maximiliano Kolbe. Un recinto oscuro donde se han instalado una placa recordatoria y un grabado de las víctimas del holocausto con tres cirios en el centro, donde una vez más el Santo Padre oró solo y en silencio durante seis minutos.
San Maximiliano María Kolbe fue uno de los cientos de miles de personas que fueron asesinados en el campo de concentración de Auschwtiz. Nació en la ciudad de Zdunska Wola en Polonia en 1894. A los trece años ingresó en el Seminario de los padres franciscanos en la ciudad polaca de Lvov. Fue aquí donde adoptó el nombre de Maximiliano (su nombre real era Raimundo) que significa “el más importante de la familia”. En 1918 finaliza sus estudios en Roma y es ordenado sacerdote. Gran devoto de la Inmaculada Concepción funda junto a otros compañeros un movimiento llamado “La Milicia de la Inmaculada”. En 1931 se presenta voluntario como misionero para ir a Japón y en 1936 regresa a Polonia donde tres años más tarde es apresado junto con otros frailes y es deportado al campo de Auschwtiz.
Un día se fugó un preso del campo y los alemanes aplicaban una ley que para estos casos: por cada prisionero que se escapara tenían que morir diez compañeros del fugado. La elección se hacía sorteo y al que le tocara el número 10 era separado del grupo y encerrado en un sótano donde le dejaban hasta que se muriera de hambre y sed. Uno de los hombres al que le correspondió el fatídico número 10, era un hombre con esposa e hijos, que al conocer tu destino gritaba: ¿Quién va a cuidar de ellos? En ese momento San Maximiliano se dirigió al oficial y le dijo: “me ofrezco yo en lugar de este compañero para morir de hambre”. Cuando el oficial le pregunto por qué lo hacía, sabiendo que su acción le llevaría a una muerte lenta y dolorosa, le respondió: “Él tiene esposa e hijos que le necesitan. En cambio yo soy soltero y solo, y nadie me necesita”. De esta manera Kolbe y los otros nueve prisioneros fueron llevados a los subterráneos. Durante su estancia en esa “celda del hambre” Maximiliano no dejó de alentar constantemente a los demás presos a seguir unidos en la oración hasta el mismo día de su muerte.
Si bien San Maximiliano Kolbe fue uno más de los cientos de miles de personas que perdieron su vida en los campos de concentración, su ejemplo, al entregar voluntariamente su vida por un semejante, no hay duda que fue una acción digna de todo encomio. Y estoy seguro que el Papa Francisco podría haber hablado sobre esta entrega altruista, en cambio el Papa optó por el silencio; el silencio y la oración. Que bella actitud la del Santo Padre.
Jesús dijo: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13) y fue él quien llevó al extremo vital esta afirmación de Jesús. Un ejemplo para todos nosotros ante el cual, e imitando a Su Santidad, sólo se me ocurre orar en silencio, pedir su intercesión por todos nosotros y como se expresa en la oración de súplica a San Maximiliano “… que animados por el mismo ardor de caridad, podamos también nosotros con la fe y las obras, dar testimonio de Cristo ante nuestros hermanos, para alcanzar junto a ti, la posesión beatificantes de Dios en la luz de la gloria eterna”.