El retiro monástico
, Presbítero | La consagración virginal a Cristo en los primeros siglos del cristianismo se dio en el seno de la comunidad de cristiana, eran hombres y mujeres que se entregaban de por vida a las cosas del Señor. Pero la renuncia al mundo y el dejarlo todo se vio como un valor en el mundo monástico de los primeros siglos y se convertirá en uno de los rasgos definitorios de este modo de vida. En la Antigüedad grupos de ascetas y de vírgenes consagradas, decidieron abandonar el mundo, adentrarse en parajes alejados de las poblaciones y vivir una experiencia de desierto. De este modo, nació el monacato como realidad alejada del mundo. Por ello, uno de los primeros vocablos con los que se denominaba a los monjes era: “Anacoretas”, que tendría su raíz en una palabra griega que significaría: retiro, retirarse, el que se retira. Así para el monje, el modo de obtener la salvación consistía en alejarse del mundo, con todo lo que ello conlleva. Así lo expresaron los Padres del Desierto, y de este modo lo sintieron multitud de hermanos a lo largo de los siglos. El origen de este alejamiento del mundo no encuentra razón de ser en su maldad intrínseca, sino en que lo mundano se convierte en un obstáculo para la verdadera contemplación, en una distracción de la mente y del corazón para encontrarse únicamente con Cristo.
En la Escritura encontramos cómo el Espíritu condujo a Cristo al desierto, del mismo modo los monjes son conducidos por el mismo Espíritu a los lugares más recogidos y recónditos, para que abandonando a los hombres y las cosas de este mundo, vivan únicamente dedicados a las cosas de Dios. Por ello, no estaba bien visto que aquellos que habían sido bendecidos con la vocación monástica continuasen viviendo en las ciudades o en las casas de sus padres sino, al contrario, a imitación de los padres del Antiguo Testamento debían dejarlo todo y levantar sus tiendas en parajes retirados. Solamente así conseguirían ser verdaderos monjes, alcanzando la verdadera vida anacorética y la perfección monástica. Esta soledad se podía alcanzar de forma individual o también reuniéndose en colonias eremíticas, que más tarde darían lugar a diversos cenobios.
Los Padres del Desierto en el monacato antiguo exponían los motivos por los cuales era fundamental la soledad y el retiro. Uno de los cuales es liberarse de todo aquello que pueda alejar al hombre de la salvación. El demonio podía servirse de los bienes de esta tierra para esclavizar el alma y ahogar los deseos más puros de entrega a Dios. Al contrario, los que lograban liberarse de los bienes terrenales podían tener su corazón preparado para ser llenados de bienes celestiales y de todas las gracias espirituales. Al mismo tiempo, los monjes encontraban en la Escritura las razones para la renuncia absoluta. Cristo pide llevar una vida pobre y pacífica lejos del mundo; una vida en la que su seguimiento supone dejar todas las cosas. Y otra razón es la gran dificultad en hacer compatibles en el mismo corazón humano los dos amores: el del mundo y el de Dios. Por ello el abandono del primero, su renuncia, es una consecuencia del amor de Dios, del deseo de vivir para Él como único tesoro del corazón.
El objetivo es de una gran belleza y de un gran heroísmo. El desierto se convierte en el lugar, en donde Cristo se revela al corazón y el Espíritu Santo conduce al alma por los caminos de la vida espiritual y del desposorio espiritual. Pero al mismo tiempo es un camino arduo y difícil, no exento de grandes luchas interiores y exteriores, en donde los recuerdos del pasado y los pensamientos asedian la vida del asceta. El desierto es un lugar de bendición para el consagrado como lo fue para el pueblo de Israel, un ámbito de purificación pero de grandes gracias. En el desierto se vence al demonio como fue vencido por el mismo Cristo. Solamente en el desierto se encuentra la verdadera libertad del corazón, la verdadera contemplación. Este desierto se puede vivir en soledad absoluta como eremita, aunque también es posible vivirlo en una comunidad de hermanos que hayan renunciado a todo; y la otra posibilidad es vivirlo en la denominada peregrinación espiritual, como un destierro espiritual en el que no habrá seguridad en nada. Al final será vivir en la tierra como un desterrado donde la única patria será el cielo.
En la soledad y renuncia del desierto los monjes encuentran la paz, la oración y la contemplación, no exentos de trabajos, sufrimientos y tentaciones, en una vivencia llena de grandes dificultades tanto interiores como exteriores con el único objetivo de encontrar el verdadero tesoro que es Cristo.