Comentario al Veni Sancte Spiritus (I)
, Ex director Nacional del APOR | ¡Ven Espíritu Santo, deseo ardiente del cristiano fiel! El Misterio del Espíritu Santo que se nos da, viene explicado en la liturgia con ocasión de la Fiesta de Pentecostés y queda resumido en esa secuencia preciosa que ha recogido la liturgia romana en el Veni Sancte Spiritus que se puede considerar, y así lo consideraremos ahora, como la cumbre de toda nuestra vida espiritual, como un resumen perfecto de la verdadera oración cristiana, la oración más alta que existe.
Vamos a hacer algunas observaciones sobre esta secuencia, deteniéndonos primero en esa exclamación general: ¡Ven Espíritu Santo!
Para entender como esta oración es una suma completa de la oración cristiana, que es como la clave de bóveda de toda la teología, basta con releer la conclusión de todas las parábolas evangélicas que Jesús expuso sobre la oración. Cuando Jesús insistía en que había que orar, terminaba así: “si vosotros siendo malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuanto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Bueno a quien se lo pide”. ¡Ven Espíritu Santo, Ven Espíritu Bueno! Y ¡cómo no lo dará el Señor a quien se lo pide! Esto supone una purificación de la oración, cuando se reduce el deseo del alma a pedir al Señor su Espíritu, su Vida, su Amor… No un amor cualquiera sino su Amor que es El mismo, que lo infunda en nosotros, “para que el Amor con que me amaste, –decía Jesús en la oración sacerdotal–, esté en ellos y yo en ellos”. Al pedir el Espíritu Bueno, el Espíritu Santo, el Don de Dios, se presenta como el objeto supremo y único de la petición. Es el ‘agua viva’ que la samaritana hubiera pedido si hubiera conocido el Don de Dios. ¡Ven Espíritu Santo! “Si conocieras quien te habla y cuál es el Don de Dios, tú se lo pedirías”. Y ahora este fiel que lo entiende, lo pide: ¡Ven Espíritu Santo!
El Padre Nuestro podríamos presentarlo como una explicación o una exposición ético-ascética de esta única invocación. Quien dice: ¡Ven Espíritu Santo! en lo íntimo de su corazón, está diciendo Santificado sea tu Nombre, venga tu Reino. El Reino de Cristo, en el fondo, es la comunicación de su Espíritu. Ven Espíritu Santo, hágase tu voluntad, la voluntad de ser guiado e iluminado por el Espíritu de Cristo. Todo puede resumirse en ese Ven Espíritu Santo. Y cuando viene el Espíritu, El es el que en nosotros llama Abba, Padre Nuestro, porque está en nosotros comunicándonos el Espíritu de nuestra filiación. En este sentido es la más hermosa de todas las oraciones en cuanto resume todo en el simple deseo de un amor más ardiente de Dios. No pide más, un mayor Amor de Dios. San Gregorio decía: ‘cuando recibieron a Dios en la visión de fuego, ellos ardían suavemente en su Amor’. Se trata de esto: de que el Espíritu, que viene a nosotros, nos haga arder suavemente en el Amor. Viene como Espíritu vivo, como Espíritu que es Amor.
Esta secuencia es, ciertamente, una oración misteriosa. Si la examinamos, atentamente, encontraremos un detalle curioso: esta oración, que viene propuesta al corazón del misterio cristiano, no la hubiera podido expresar nadie, no la podría pronunciar nadie, si la misma Iglesia no la hubiera puesto en nuestros labios. En ella notamos que las expresiones parecen imperativas. ¡Ven Espíritu Santo! Y sin embargo la realidad es que es una súplica muy humilde y no obstante lleva la característica sorprendente de un tono imperativo. Procede de un corazón muy humilde y sin embargo vuelve a repetir ‘lava lo que está sucio, sana lo que está herido, riega lo que está seco’ siempre en un tono imperativo dirigido directamente al Espíritu. La petición en su tonalidad parece como una orden por la seguridad que tiene en su petición. Es una petición absolutamente confiada. Está hecha en el Nombre del Señor.
Es también curioso que en esta secuencia no se pide personalmente una gracia sino que se pronuncia y se formula en una tercera persona. Da a tus fieles que confían en Ti, el sagrado septenario. Es pues un tono de imploración directa, como imperativa, humilde y desinteresada. Y surge inmediatamente una pregunta ¿Quién es el sujeto que reza en esta secuencia? Queda en el misterio. La oración la pronuncian los fieles, viene de su alma, de su corazón y sin embargo siempre se hace en tercera persona y al mismo tiempo sin despegarse del resto de los fieles. El ser misterioso que ora no dice ‘danos a nosotros’ ‘dame a mi’ sino ‘da a tus fieles’, pero él mismo entra dentro al expresarse así. No es que él se excluya, se nota que es parte, que está unido a esos mismos fieles pero sin identificarse del todo con ellos. La impresión que produce esta oración de la Iglesia es que Jesús mismo reza ese himno con los fieles junto con la Iglesia. Quizás ninguna oración nos toma fundamentalmente tan unidos entre nosotros y con Cristo. Aquí desaparece el yo, desaparece la separación con los demás y desaparece la separación con Cristo. Todos unidos con Cristo. Quizás ninguna otra oración se presenta tan íntimamente hecha en el Nombre de Jesús, con la fuerza de Jesús. La voz de Jesús es la que resuena en nuestros labios, la que pide la coronación espiritual de su obra en nosotros. La obra que Jesús mismo ha comenzado, la obra de la santificación. Y en nosotros con María, la Madre de Jesús, como los Apóstoles en el Cenáculo, pide la consumación de la obra que ha empezado. Quiere que lleguemos a ser cristianos perfectos, que seamos Jesús en el sentido pleno de la palabra. Esta coronación de la obra de Cristo, El mismo la pide en nosotros. ¡Ven Espíritu Santo! como condensación de su oración sacerdotal en la que pide el Espíritu Santo para nosotros porque precisamente en la venida del Espíritu y para la venida del Espíritu, es cuando más perfectamente nosotros somos uno en Jesús y Jesús en nosotros. El Espíritu que habita en nosotros realiza la unión total. Por eso Jesús no viene nombrado en la secuencia, no se pide por Cristo porque Él es el que la pronuncia como cabeza de sus fieles. El es el que pide en nosotros.
Por otra parte la inspiración de esta oración viene del mismo Espíritu Santo en nosotros. Es El el que inspira esta oración. Es El el que por el ministerio de la Iglesia la pone en nuestros labios. Y el Espíritu y la Iglesia digan: ‘Ven’ y el que lo oiga diga: ‘¡Ven Espíritu Santo!’. El Espíritu y la Esposa, y el que lo oye es el fiel unido a ellos. La inspiración es del mismo Espíritu Santo. Qué gran confianza tiene que inspirarnos esta convicción: el mismo Espíritu nos mueve y la Iglesia lo pone en nuestros labios. El modo de proceder se puede asemejar mucho al de la madre que inclinada sobre la cuna de su niño pequeño le repite insistentemente ‘di mama, mamá’ hasta que el niño llega a decir ‘mamá’. Es el Espíritu el que inspira, el que repite en el fondo del corazón ‘¡Ven Espíritu Santo!’ hasta que el hombre cae en la cuenta y llegado ya a ese deseo y transformado en ese sentido en Cristo repite por su parte: ¡Ven Espíritu Santo!