Una sencilla canastera, mártir por amor a Jesús
, Presbítero | El pasado 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del Señor, tuvo lugar en la localidad de Aguadulce, Almería, la beatificación de 115 mártires. “Los mártires de Almería”, así son llamados los 95 sacerdotes y los 20 laicos que fueron martirizados por sufrir la persecución religiosa que tuvo lugar durante la Guerra Civil española entre los años 1936 y 1939. Dentro de esta lista numerosa de testigos, eso es lo que significa la palabra mártir, podemos encontrar a Emilia Fernández Rodríguez, conocida como “la Canastera” por dedicarse a trabajar la estameña. De ella queremos hablar, a modo de pinceladas, en las siguientes páginas.
“La Canastera” hace historia
Emilia nació el 13 de abril de 1914 y fue criada por sus padres en las casas-gruta que los gitanos pueblan en la parte alta de Tíjola, en la provincia de Almería. Su vida fue muy corta, pues falleció el 25 de enero de 1939, a los 23 años de edad, en la cárcel de “Gachas Colorás”. Fue detenida, junto a su esposo Juan Cortés, por negarse éste último a ir a la guerra y provocarse una ceguera transitoria no sé con qué artes. Algunos dicen que con un líquido venenoso que servía para sulfatar los campos y que su enamorada derramó en los ojos. Éste fue encarcelado en la cárcel de “El Ingenio”. Ella, sin embargo, ingresó en la Prisión de Mujeres de “Gachas Colorás” para cumplir una condena de seis años a pesar de estar embarazada.
¿Cómo era Emilia? La describen como una joven alta, esbelta y de piel morena. Solía llevar su bonito cabello negro recogido en un moño bien peinado y calzar unas alpargatas. Sus ojos, como los de muchas gitanas, grandes y negros. Las manos, podemos imaginarnos, carne agrietada de fabricar canastos, de ahí su apodo: “la canastera”. Cuando el 21 de junio de 1938, cayendo la tarde, llegó en un camión a la cárcel de Almería, tenía 24 años y una niña creciendo dentro debajo de su falda. Los primeros días ni siquiera hablaba. Se acurrucaba en una esquina y lloraba. No sabía leer ni escribir. Ni podía imaginar que, casi 80 años después, lo que le ocurra en esa cárcel hará historia. Emilia “la canastera”, criada en las grutas de Tíjola, se ha convertido desde hace unos meses en la primera mujer de etnia gitana en todo el mundo a la que la Iglesia católica ha convertido en mártir.
Mártir por no delatar a Lola, su “catequista”
Hay una mujer, Lola, a quien la gitana Emilia pide que le enseñe a rezar el Rosario y a hacer la señal de la cruz. Emilia era una mujer “fascinante”, tal y como cuenta María de los Ángeles Roda Díaz en aquella cárcel donde: por la mañana nos daban “agua sucia” (así se le llamaba al café) y un trozo de pan; al mediodía, lentejas con gusanos, habas cocidas con sus cáscaras y una torta de arroz cocido; y por la noche, pan y agua. Allí, entre rejas, Emilia aprendió oraciones como el Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria, y de las letanías en latín sólo era capaz de repetir lo más sencillo: Ora pro nobis. Rezar, para la directora de la cárcel, era un delito y en cierta ocasión pidió a Emilia que delatara a su catequista. A cambio la quiso engatusar con alguna prebenda: mejor alimentación, gestiones para liberarle a ella y a su marido. Pero Emilia calló y nunca delató a Lola. Su castigo primero fue una celda de aislamiento. Y ahí se produjo el alumbramiento de una hija, prácticamente sola, tirada en el suelo en la estera de esparto sobre la que dormía. Cuatro días de hospital y de nuevo a la cárcel donde murió un 25 de enero. Su cuerpo fue arrojado a una fosa común, todavía sin recuperar.
La diversidad, buena y necesaria
En muchas ocasiones, en la historia que vamos escribiendo, hemos buscado la uniformidad en vez de la unidad dentro de la diversidad. La diversidad en sí misma no es ni una bendición ni una maldición. Es sencillamente una realidad, algo de lo que se puede dejar constancia. El mundo es un mosaico de incontables matices. Lo que importa no es saber si podremos vivir juntos pese a las diferencias de color, de lengua o de creencias; lo que importa es saber cómo vivir juntos, cómo convertir nuestra diversidad en provecho y no en calamidad. De pequeño conocí una canción que decía en su estribillo: ¿De qué color es la piel de Dios? Dije: negra, amarilla, roja y blanca es. ¿De qué color es la piel de Dios? ¿Se nos ha ocurrido pensar alguna vez que nuestro Dios sea gitano? ¿Y… por qué no? De hecho, hay una imagen de la Virgen María a quien solemos llamar “la Virgen gitana” por sus facciones un poco morenas.
Emilia, gitana mártir por Jesús ya acompaña a Ceferino Giménez Malla, “el Pelé”, primer mártir gitano. A ambos les pedimos su intercesión y ayuda, y de manera especial a la beata Emilia, declarada ya “mártir del Rosario” por no delatar, durante la Guerra Civil Española, a quien le enseñó a rezar esta oración. Una gitana trabajadora, alegre, piadosa, leal y buena madre. Un ejemplo por el que nos damos cuenta de que nunca es tarde para volverse a Dios y que Él llama a todos los pueblos a permanecer en su presencia.