Nuestros jóvenes

Saltando en la playa

Francisco Castro, Diácono Permanente | ¿A quién de nosotros no le suenan estas definiciones sobre los jóvenes?

  • “Esta juventud está podrida desde los más profundo del corazón. Los jóvenes son malsanos y perezosos. No serán nunca como la juventud de antes. Estos de hoy no serán capaces de mantener nuestra cultura”.
  • “No veo esperanza para el futuro de nuestra gente si dependen de la frívola juventud de hoy en día, pues ciertamente todos los jóvenes son salvajes más allá de las palabras… Cuando yo era joven, nos enseñaban a ser discretos y a respetar a los mayores, pero los jóvenes actuales son excesivamente ofensivos e impacientes a las restricciones… No tengo ninguna esperanza en el porvenir de nuestro país si la juventud de hoy toma el mando mañana, porque esta juventud es insoportable, no tiene moderación, es simplemente terrible”.
  • “Los jóvenes de hoy en día adoran las cosas lujosas, tienen malos modales y desprecian la autoridad; muestran una falta de respeto hacia los mayores y les encanta hablar en donde estén. Son unos tiranos y no son serviciales en sus casas… Nunca se levantan cuando los mayores entran en la casa, comen golosinas en la mesa y les faltan al respeto a sus maestros”.
  • “El padre teme a sus hijos. El hijo se cree igual a su padre y no tiene por sus padres ni respeto ni temor. Lo que él quiere es ser libre. El profesor tiene miedo de sus alumnos. Los alumnos cubren de insultos al profesor. Los jóvenes quieren rápidamente el lugar de sus mayores. Los mayores, para no parecer atrasados o despóticos, consienten en la dimisión, y coronándolo todo en nombre de la libertad y de la igualdad y la emancipación de los sexos”.

Todas estas definiciones pueden parecernos muy actuales pero fueron escritas hace mucho tiempo. La primera apareció inscrita en una vasija en Babilonia (aprox. 1300 a.C.), la segunda pertenece a Hesíodo hacia el año 700 a.C., la tercera es de Sócrates y la cuarta es de Platón, ambas escritas hacia el año 400 a.C.

Parece claro que a pesar de los cientos de años que han transcurrido desde que fueron escritas estas frases, las críticas a los jóvenes provenientes de sus mayores, ya sea en el Imperio Babilónico, en la Antigua Grecia o en nuestros días en poco han cambiado respecto a su comportamiento. Pero en mi opinión, es como si estos críticos con las “actitudes pasajeras” de los jóvenes hubieran olvidado que ellos fueron también jóvenes en su momento y por el mero hecho de serlo, fueron sistemáticamente desacreditados por sus predecesores.

No hay duda que las costumbres son diferentes en cada generación y es posible que los “errores de juventud” se repitan generación tras generación, pero meter a todos los jóvenes en el mismo saco, no parece lo más justo, sobre todo porque la realidad de nuestros jóvenes es diferente a la que vivieron nuestros antepasados. Hasta hace muy poco lo normal es que los hijos tuvieran una vida mejor que sus padres, que la perspectiva de futuro tanto personal como laboral era cuanto menos más prometedora que la de sus progenitores.

A los jóvenes de hoy en día se les presenta un futuro desalentador. La lucha entre la juventud y la vejez por encontrar cada una su sitio en la sociedad existe desde la propia presencia del hombre, pero esta disputa generacional  se ha visto agravada por la competitividad desarrollada en el mundo actual. Esta situación nos ha dado como resultado que actualmente tengamos en España a la generación de jóvenes mejor preparada académicamente de todos los tiempos, y no sólo eso, sino que son la juventud más solidaria que jamás ha existido, basta con comprobar la ingente cantidad de organizaciones no gubernamentales, que cuentan con el apoyo desinteresado de los jóvenes para llevar a cabo su labor altruista.

Hace poco escuché a un sacerdote, de avanzada edad, decir que la Iglesia había perdido a los obreros en el siglo XIX, a los jóvenes en el siglo XX y que en el siglo XXI perdería a las mujeres. No puedo estar en mayor desacuerdo con esta afirmación, sobre todo en lo referente a los jóvenes. Decir que la Iglesia no cuenta con el apoyo de la juventud es poco menos que obviar la realidad en la relación Iglesia-Juventud. Baste recordar a los millones de jóvenes que acuden cada vez que un Papa los convoca en las Jornadas Mundiales de la Juventud, o su presencia en la organizaciones que la Iglesia Católica tiene repartidas por todo el mundo (Caritas, Manos Unidas, etc…) que sin el apoyo, esfuerzo y trabajo de esos millares de jóvenes no podrían dar su servicio fraterno. Ellos son los que de alguna manera están supliendo la falta de vocaciones misioneras por todo el mundo, al llevar con su trabajo, con su entrega personal y con su oración, la solidaridad cristiana de la que debemos sentirnos orgullosos aquellos que ya hace demasiado tiempo dejamos la juventud atrás.

Me gustaría que cuando alguien de nosotros “critique” a nuestra juventud, pensemos que algo tendremos que ver con su situación y rebeldía, pues todos somos responsables de alguna manera, de su formación, educación y porvenir. Porque queramos o no, estos son “nuestros jóvenes” que son nuestro presente y serán “nuestro futuro”.

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