Luz que te entregas

, Presbítero y Profesor de Historia del Arte
En brazos de María presentado,
donado fuiste al Padre sin rescate,
naciste para ser del todo nuestro
como eras ya el Único del Padre.
María es Madre, es más que sacerdote,
unida al Verbo Luz que se hizo carne;
es víctima en el Hijo, traspasada
por una espada al corazón amante.
Aquí estoy para hacer tu Voluntad,
porque otro sacrificio no te place;
yo soy debilidad, un puro anhelo,
mas tú, seguridad, amor fiable.
Y en ese amor fiado firmemente,
al entregarme, entrego tus caudales,
de ti los recibí, te los presento,
que tuyo soy: servicio y homenaje.
Entre las muchas aplicaciones que cada día se activan en los calendarios de nuestros dispositivos hay una que últimamente me resulta curiosa. Se trata del aviso de los días trascurridos desde el 1 de enero de 2020 y los restantes hasta el 31 de diciembre. Podríamos pensar que son una especie de alpha y omega que limitan dos puntos absolutos, como si nuestra vida sólo dependiese del 20-20. También resulta cierto que el inexorable paso del tiempo avanza, animándonos a vivir con intensidad cada cifra del calendario. Despedido enero, estrenamos febrero y con él: el esperado Congreso Nacional de Laicos, el inicio de la próxima Cuaresma. Singularmente tendremos un día más: un 29 bisiesto. Y con la Iglesia en Toledo celebraremos la acogida de su nuevo Pastor, el inicio del servicio episcopal de Don Francisco Cerro.
Si la vocación laical y la vocación al ministerio episcopal serán ocasiones para reflexionar y celebrar, no lo es menos el recordar que el 2 de febrero es la Jornada de la Vida Consagrada. El lema en esta ocasión nos presenta la esperanza de María como modelo de la vida del consagrado. La Vida Consagrada en el seno de la Iglesia no es sólo un testimonio de caridad manifestado en el carisma original de cada Congregación. En la sociedad del bienestar la Vida Consagrada vive una caridad y una esperanza específica. La fe de María es imagen del sí de cada consagrado, el amor de María, es parábola del amor gratuito.
La esperanza de María, en clave de fidelidad
La actitud oferente de José y María so el referente de la actitud fundante de la Vida consagrada se celebra en la fiesta en la memoria de la presentación que María y José hicieron de Jesús en el templo Lc 2, 22). Así se expresa cómo Jesús, el consagrado del Padre, vino a este mundo para cumplir fielmente su voluntad (cf Hb 10, 5-7). A la presentación del Señor se asocia la de la Virgen Madre, quien lo lleva al Templo para ofrecerlo al Padre. El relato de la Presentación en el Templo nos revela el modo cómo confió junto a su Pueblo. Ana, Simeón ya ancianos, salen al paso de una joven pareja que lleva en sus brazos, la mejor de las ofrendas. “Ahora Señor, según tu promesa”. Ha llegado el Salvador esperado, por fin Dios va a redimir a su Pueblo. Aquel Niño, aparentemente como cualquier otro de los presentados en el Templo, es quien cumple las promesas. Podríamos pensar que María lo miraría con ternura y deseo de interpretar la sencillez. Así lo representa la tipología de “Virgen de Belén”.
María contempla a un Niño que juguetea, se vuelve hacia la madre, buscando su atención y complicidad en un aparente juego de manos y brazos. Así se nos expresa cómo María descubre y corresponde al Salvador, Luz de las gentes. Pero el Niño crecerá y hará de las suyas… y resultará aún más denso el misterio de porqué y cómo hace las cosas. La Jornada de la Vida Consagrada nos recuerda en esta ocasión que María le verá maltratado y crucificado, lo volverá a sostener velado, cuando la bandera discutida sea arriada de la Cruz.
También como la imagen del cartel de esta Jornada nos recuerda, con manos veladas sostuvo a su Hijo mientras lo llevaba al Templo y con manos veladas lo sostendrá al pie de la Cruz, esperanzada aguardó la Resurrección de su Hijo, lo encontró en Pascua de luz. El Papa Francisco recordaba en la Jornada de la V.C. de año 2017 esta capacidad que los religiosos tienen para enfatizar la disponibilidad para el ENCUENTRO. «Encontrarlo: al Dios de la vida hay que encontrarlo cada día de nuestra existencia; no de vez en cuando, sino todos los días. Seguir a Jesús no es una decisión que se toma de una vez por todas, es una elección cotidiana. Y al Señor no se le encuentra virtualmente, sino directamente, descubriéndolo en la vida, en lo concreto de la vida».
Todo encuentro posee una dimensión de plenitud, acoger al Otro y a los otros, mas, no es una posesión ni un absoluto en sí mismo, pues la acogida conlleva el respeto, la esperanza de plenitud para el otro, tiene una dimensión de gratuidad. Al acoger, recibo y entrego, pero no moldeo ni poseo conforme a mis intereses.
De María, l a V.C. consagrada aprende a salir al encuentro de modo gratuito, en esperanza. El papa Francisco en la Audiencia general, del 10 de mayo de 2017 nos invitaba a hacer nuestra la esperanza de María que no dejó de confiar en que la Iglesia crecería y cumpliría su misión de llevar el Evangelio al mundo entero. Después de la Ascensión de Jesús a los Cielos, Ella sostuvo la espera del acontecimiento de Pentecostés.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que «la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad» (n. 1818).
María desde el Cielo anima nuestra esperanza. En la vida de la Iglesia, los consagrados participan de esta misión de llevar esperanza a un mundo sufriente, mientras aguardamos un cielo y una tierra nueva, la instauración del Reino de Dios y su justicia, los consagrados nos animan a saber esperar, a vivir en intensidad el presente con la mirada en la plenitud futura. Se preguntaba Benedicto XVI: «Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza». Y responde en Spe Salvi nº 49: (María) «Ella, que con su ‘sí’ abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella, que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros».
Desde nuestra tradición
Bajo el nombre “Virgen de Belén” se conoce la tipología de imágenes que en la Edad Moderna actualizaban la tipología de Theotokos, Virgen Madre de Dios. La acomodación a los tiempos modernos se manifiesta en la total naturalidad con la que Hijo y Madre se relacionan, ella no es un Sede Gratia, y él no es un Emperador Niño. La maternidad divina no anula los sentimientos propios de toda maternidad humana: el cariño, la confianza, la salvaguarda infinita y el cuidado.
La virtualidad el artista y la docilidad de los materiales manifiesta en estas dos imágenes que nos acompañan, un alto grado de expresividad. Frente a la rigidez de las imágenes medievales románicas y el incipiente naturalismo del Gótico, Pedro de Mena en el contexto de la expresividad barroca, diseña una imagen de cuerpo entero puesta en pie. Las dos imágenes que nos acompañan difieren unos 13 años en su realización, las circunstancias de los encargos, la relación con los destinatarios. Así como se desconoce el motivo por el que llegó a la imagen a Purchil, en el caso la Catedral de Cuenca, la peana de la imagen conserva una placa en la que quedó grabado el afecto de Pedro de Mena hacia el nuevo Obispo de Cuenca, don Alonso, hacia quien el artista se refiere como su “señor”. Aunque las imágenes presentan ciertas diferencias en la composición, (no podemos contrastarlo en el caso de Cuenca, pues el Niño se perdió en el trascurso del siglo XX), ambas manifiestan la interacción entre María y el Niño, como en la realización para la Capilla Arzobispal de Granada o la del Convento de los Dominicos de Málaga (desaparecida durante la II República).

En todas ellas vemos cómo la Virgen eleva el brazo contrario al que sostiene al Niño, tomando de un extremo el velo que cubre el cuerpo del Niño. En la tradición artística las manos que portan una ofrenda sostenida con un velo, son expresión de la oblación, de actitud oferente. Es María quién ofrece al Niño, no es un Niño simplemente sostenido, es una entrega a Dios Padre y a los hombres.
Una imagen para orar
Cristóforos y Cristóbalos, son aquellos que portan a Cristo y lo ofrecen a los hermanos. La V.C. es a la vez signo de una vida ofrecida a Dios y a la misión por el Reino, y lo es también como un compromiso de ofrecer la Palabra, la presencia y el amor de Dios a los necesitados. Portadores e impulsores de Dios. No importa la limitación de la vasija de barro, la riqueza está en el don ofrecido. Pero por ello mismo, somos conscientes de las fracturas que la vida provoca, del ungüento de Betania que puede perderse si el frasco no lo guarda con tesón y responsabilidad.
Oramos por todos estos Critóforos que ofrecen a Cristo. Pedimos al Señor, por nuestros hermanos presbíteros que nos sirven el don y la Palabra, que ofrecen en sus manos las ofrendas del pan y el vino, para que seamos una ofrenda limpia al Padre. Ora por tus amigos consagrados, escogidos por Dios, (separados) y tomados para estar cerca y próximos de los alejados, en las fronteras existenciales en donde urge manifestar la grandeza de una vida entregada a Dios. Oremos por su relevo vocacional, por su incesante renovación y su fecundidad. Gracias Hermanas consagradas, sois una mayoría en la Iglesia orante. Gracias Hermanos por vuestro don.
Concluyamos con las estrofas finales de la plegaria que abría nuestras líneas. Oramos con vosotros y por vosotros:
Oh Virgen fiel, discípula y esposa,
y por la Encarnación divina Madre,
que seas tú mi fuerza virginal
y la perseverancia en el combate.
¡Oh Cristo, suave aroma del Espíritu,
el sí de Dios, el culto razonable,
a ti todo el amor que nos deleita,
oh lámpara del mundo, oh Dios amable! Amén.