Los invitados del Señor
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Venid a descansar
…Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les preguntó: “¿Qué buscáis?” Ellos le contestaron: “Rabí, ¿dónde vive?”. Él les dijo: “Venid y veréis”. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día (Jn 1,38-39).
…Él les dijo: “Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco” (Mc 6, 31).
Del 1 al 6 de agosto nos reunimos un nutrido grupo de unas treinta personas, con una media de edad entre cuarenta-cincuenta años, contando por abajo dos o tres de dieciocho a veinte y pocos, y por arriba cinco o siete cumplidos y pasados los sesenta. Treinta personas de diferentes lugares geográficos y cada una con una historia personal que presentar ante el Señor y ante su Madre Santísima. Éramos los invitados por el Señor a pasar unos días de intimidad a solas con Él, en la tanda de Ejercicios Espirituales dirigidos por D. Jesús Manuel García-Ochoa, formador del Seminario de Toledo.
Se notaba en el ambiente la consciencia de saber a qué se venía al Centro de Espiritualidad y cuál era el objetivo para esos días. Para algunos era la primera vez que se enfrentaban a unos Ejercicios ignacianos en estricto silencio, y, comentaban durante la cena del primer día que no sabían cómo les iba a ir. Una vez terminada la cena, y después de la primera charla de presentación por el director de los Ejercicios, cada cual tomó conciencia de ejercitante y se fue amoldando al entorno de silencio y recogimiento que la casa propicia. Así comenzó para cada uno de nosotros nuestro encuentro personal a solas con Dios, donde el silencio se hace elocuente y se entabla un cálido coloquio entre Dios y el alma, sanando heridas, reconciliando rencores, superando angustias, miedos y santificándonos a través de los Ejercicios.
Algunos teníamos la experiencia de haber vivido otros ejercicios anuales en diferentes sitios y con diferentes personas desconocidas hasta el momento; personas que por diferentes causas personales o externas les cuesta entrar en los Ejercicios e incluso acaban sin haber entrado en ellos. Pero esta tanda de Ejercicios la llamaría especial porque así la vivimos espiritualmente; sabíamos que el único que nos podía proporcionar lo que verdaderamente necesitábamos es el Señor que nos había invitado a descasar en Él. Sorprendentemente, sin necesidad de decirlo, cada uno siguió ocupado el sitio del primer día en el comedor, cosa que ayuda a no disiparse y mantener el clima de atención y recogimiento para que el Espíritu Santo vaya trabajando en las profundidades y recovecos del alma. Había un sentido de profundo recogimiento e intimidad unidos al Señor, sintiéndonos arropados por un ambiente fraternal de cálida oración hacía el Padre Misericordioso, como Jesús, su Hijo Amado, nos enseñó. Esta fuerza de la oración se hacía patente e intensa a través de los lazos fraternos que nos envolvían por el poder de la oración, unidos en el misterio amoroso de la Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo.
La noche de la Vigilia de oración antes el Santísimo Expuesto en la Custodia, recordando la soledad de Jesús en Getsemaní, todos orábamos y sentíamos siguiendo los acordes de la canción, Tierra firme, el dolor, la soledad, la angustia y el inmenso amor de quien por nosotros llevó todo el peso del pecado para retornarnos al Padre. Era nuestra hora de gratitud a Jesús, el Señor que nos salva, acompañándole en aquella noche triste de soledad, hasta el extremo que las horas de relevo se hicieron cortas y eso que no faltaban cuatro, cinco o seis personas en las horas más críticas de la noche. El humo del incienso a los pies de la Custodia, subía como nuestras oraciones hacia el Corazón de Cristo.
Para que este ambiente fuera posible se cuidó con esmero, por parte del P. Jesús Manuel y los ejercitantes, toda la liturgia desde Laudes a la Misa respetuosa y solemnemente celebrada, junto a las lecturas correspondientes sentidas y leídas por los ejercitantes, unido a la adoración Eucarística de la tarde y las Vísperas. En conjunto acompañado por los cantos del coro de las ejercitantes de Toledo, o el canto de los salmos de la Misa por la voz generosa de otra ejercitante.
Nos queda decir simplemente gracias.