Las falsas luces de la Navidad

Luces de Navidad
Fotografía: David Yerga (Flickr)

Francisco Castro, Diácono permanente | Una vez más el año llega a su fin y con el mes de diciembre entra en nuestras vidas la Navidad. Como cada año las luces iluminan las calles más céntricas de las ciudades y los ayuntamientos engalanan las plazas y calles con motivos navideños, aunque para ser sinceros cada vez cuesta más reconocer que significan esos modernos adornos navideños con figuras e imágenes tan asépticas, (religiosamente hablando), con las que los alcaldes adornan nuestras ciudades y pueblos.

Son unas fechas entrañables, donde hombres y mujeres de todo el mundo se impregnan de este espíritu navideño que todo lo inunda. Son días que incitan al consumo, a la alegría, a compartir comidas con los compañeros de trabajo y a reencuentros con aquellos seres queridos que durante el año no hemos podido ver. Pero sobre todo son unos días donde parece que los corazones de las personas rebosan de ganas de paz y de sentimientos de amor hacia nuestros semejantes, sobre todo a nuestros amigos y familiares. Son fechas tan bonitas que llegamos a preguntamos por qué no será siempre Navidad. Porque en Navidad, lo normal es que prácticamente nadie se enfada con nadie; disculpamos o minimizamos los errores de los demás y nos pasamos el día deseando “Feliz Navidad” a todos. Pero, ¿qué hay de cierto en toda esa sensación de felicidad y de paz? ¿Realmente somos sinceros en nuestros deseos hacía el prójimo? ¿Tenemos iluminado el corazón?

Creo que lo primero que debemos tener en cuenta, es preguntarnos, sobre cuál es el verdadero sentido de la Navidad. Los cristianos celebramos el 24 de diciembre el nacimiento de Jesús, el Dios que se hace hombre para habitar entre nosotros. Y lo hace en estas circunstancias:

“Subió José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret a la ciudad de David, que se llama Belén (a cumplir con el mandato de edicto de Cesar Augusto, que ordenó empadronarse a cada uno en su ciudad), por ser José de la casa y de la familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba en cinta. Mientras esperaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre porque no tenían un sitio en el albergue”. (Lc 2, 4-7)

San Lucas sitúa el nacimiento del Salvador en un pesebre, porque no había un sitio en ningún albergue o posada. Es decir el Señor nace en un establo, entre animales. Una circunstancia que sin ningún lugar a dudas, cuando la Virgen María y San José en los siguientes años celebraran el cumpleaños de su Hijo, recordarían lo difícil que fue su nacimiento. Desde luego no estaba Belén iluminado como lo están nuestras ciudades. Y salvo los pastores que dormían al raso y después los Reyes Magos, que fueron a adorarlo, no había nadie que les acompañara después de su nacimiento. Este es el origen de la Navidad, el nacimiento del Salvador en un frío y oscuro establo, es decir en soledad.

Y entre la soledad del nacimiento de Jesús y el actual bullicio callejero de nuestros días, ¿Cómo debemos vivir la Navidad? El Papa Francisco hace unas semanas, hablaba de los pobres y lo que exigía de nosotros frente a ellos, no era que diéramos dinero, sino que les regalásemos nuestro tiempo acompañándoles, escuchándoles, en definitiva donar parte de nosotros mismos haciendo compañía a quienes lo necesitan. Porque para aquellos que están o se sienten solos, las luces de la ciudad no les alegra el corazón, más bien todo lo contrario. Son las luces falsas de Navidad. Una iluminación que como el oropel desaparece cuando nos damos cuenta de su verdadero valor. Por ello las luces que deben alumbrar nuestra vida y la de aquellas personas que nos rodean, deberían ser luces verdaderas que surjan del fondo de nuestro corazón, que es posible que no sean tan deslumbrantes como las de las que iluminan las calles, que son capaces de dar la sensación de parecer que es día, cuando realmente la luna es la que brilla en el cielo.

Creo que todos somos conscientes que esta Navidad, va ser una Navidad diferente. Después de dos años de sufrimiento de pandemia, parece que todo, poco a poco va volviendo a la normalidad, lo cual debería ser motivo de alegría, pero no podemos olvidar que el verdadero motivo de la celebración de la Navidad es el nacimiento del Niño Jesús, esperanza para todos los cristianos y no cristianos, porque Él vino a este mundo a salvar a la humanidad, y lo hizo precedido de una estrella, la misma que guió a los Reyes Magos, que venían desde el Oriente para presentarse ante el Dios hecho hombre. Una estrella que brilló mucho más que esas falsas luces que pretenden suplantar su esplendor. Por ello y dejándonos deslumbrar por el brillo celestial de esa estrella, abramos nuestro corazón a esa luz, que guió a los Reyes Magos hacia aquel que nació para darnos vida, para encarnarse entre nosotros, para gozar y sufrir con nosotros. Que esa estrella llena de luz verdadera, brille por encima de esas falsas luces callejeras y sepamos ver a esas personas que están solas, que a veces son invivibles a nuestros ojos a pesar de tanta iluminación artificial y llenemos nuestro corazón con la presencia del Niño Jesús, que ilumine nuestra existencia con su amor. No seamos falsas luces de Navidad, que sólo lucen durante unos días, sino que intentemos ser luz y guía para aquellos que nos necesiten no sólo en Navidad.

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