La Fuente de Belén y Nazaret

Fuente

Fr. Rafael Pascual Elías, OCD | Estoy seco. No siento nada. No centro el pensamiento. Los recuerdos buenos han desaparecido. No tengo ganas. Me canso. Es duro. Me cuesta seguir así. No veo a Dios… Estas expresiones y muchas otras parecidas las escucho con frecuencia. La respuesta ante ello, sea quien sea el orante, es siempre la misma: ¡Reza! ¡Haz silencio! ¡Escucha! ¡Se fiel! ¡Espera en Dios! ¡Ofrece todo! ¡Ama! ¡Vive en Dios! ¡Mira a lo alto! ¡Pide Espíritu Santo! ¡Deja a Dios obrar en tu vida!

Y después comienza el diálogo espiritual para afrontar este momento de sequedad de un corazón que ora pero que sufre ante un amargo momento de sequedad espiritual. Es el momento en que la fe es más pura. Es un paso en la vida de fe muy importante y provechoso. Nos une a Cristo en la agonía en el Huerto de los Olivos, en la flagelación, en el camino del Calvario hasta llegar a la cruz y luego al sepulcro. Cristo deja todo en las manos del Padre. A Él se entrega, se ofrece por toda la humanidad, para redimir el pecado y mostrar a todos la victoria tras la muerte. Así se ve de otra manera. Pero hay que ir más allá de esta unión con Cristo en su Pasión. Hay que ver si el estado de sequedad espiritual se debe a la falta de raíz porque la semilla de la Palabra hay caído sobre roca y no puede echar raíz, o porque nos hemos alejado del campo y al salir al camino, la semilla ha sido comida por los pájaros. Si nos alejamos del campo bien labrado de nuestra vida espiritual todo se pierde. Sobre una roca dura, fría y seca no puede nacer un árbol; y en medio de un camino por el que transitan muchas criaturas tampoco se puede desarrollar una vida espiritual plena. Hay que ir a la Fuente de la vida, al encuentro con Cristo vivo que nos da todo según nos dejamos hacer por Él. ¿Y eso cómo lo podemos vivir en primera persona?

Muy fácil: siendo pequeños, viviendo como niños que confían todo en su Padre y se abren a su amor. Es lo que propone Teresita del Niño Jesús. La confianza. Sólo la confianza. La confianza es ese caminito que nos lleva al encuentro directo con Dios. Pero es difícil. Tenemos que dejar de ser nosotros los que programamos nuestra vida para que sea Dios el que nos diga lo que tenemos que hacer. Ser niños. Vivir como niños. Amar como niños. Esperar como niños. Abrirse a Dios como niños que ven todo bien y que saben que su Padre nunca les va a defraudar.

Para ello podemos aprovechar estos días de Navidad. Metámonos en la cueva de Belén y en el hogar de Nazaret y contemplemos al Niño y a sus padres, a José y a María, para darnos cuenta que no le quitan ojo, que lo cuidan y lo presentan a los pastores y magos que vienen a visitarlo y adorarlo. Vayamos a Belén, seamos niños, miremos el Nacimiento como un momento de gracia donde Dios nos muestra el camino verdadero: dejar todo en el amor de un padre, José, y de una madre, María, para que siempre haya alegría, paz y amor en el corazón cuando rezamos y ponemos la mirada en un Niño que es Dios y que nos pide amarle como quiere ser amado. Entonces desaparecerá toda sequedad porque estaremos ante Dios y ante aquellos que más lo quisieron en este mundo.

Volvamos a apoyarnos en Santa Teresita para que sea ella la que nos ayude a dejar atrás la sequedad al meternos de lleno en el hogar de Nazaret, donde todo fluye con fuerza, porque la Fuente no deja de manar y mostrar la grandeza de un Dios hecho carne que nos ama siempre y nos alienta a seguir, aunque el camino esté seco y con piedras que nos hacen tropezar. Con Teresita descubrimos que la vida para María y José tampoco es nada fácil, sufren y mucho, pero todo se ve con otros ojos al poner en el centro a su Hijo:

«¡Qué hermoso será conocer en el cielo todo lo que ocurrió en el seno de la Sagrada Familia! Cuando el Niño Jesús empezó a ser mayorcito. ¿Y San José? ¡Ay, cuánto lo quiero!
Lo veo acepillar, y después secarse la frente de vez en cuando. ¡Qué lástima me da de él! ¡Qué sencilla me parece que debió de ser la vida de los tres!
Las mujeres de la aldea irían a charlar familiarmente con la Santísima Virgen. A veces le pedirían que dejase que el Niño Jesús fuese a jugar con sus hijos. Y el Niño Jesús miraría a la Virgen para saber si debía ir o no. Otras veces, aquellas buenas mujeres irían directamente al Niño Jesús y le dirían sin ninguna clase de ceremonias: ‘Ven a jugar con mi niño’.
… Lo que me hace mucho bien, cuando pienso en la Sagrada Familia, es imaginármela llevando una vida totalmente ordinaria. En su vida todo discurrió como en la nuestra.
¡Y cuántas penas, cuántas decepciones! ¡Cuántas veces se le habrán hecho reproches al bueno de San José! ¡Cuántas veces se habrán negado a pagarle su trabajo! ¡Qué sorprendidos quedaríamos si supiésemos todo lo que sufrieron!» (Últimas conversaciones 20 agosto 1897.14)

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