La evangelización y el Espíritu Santo

Caminando

Francisco Castro, Diácono Permanente | El Papa Francisco nos ha invitado a todos a evangelizar y ha insistido que no es sólo una tarea del Papa, los obispos, los sacerdotes, los diáconos o religiosos, si no que es una tarea de toda la Iglesia, por lo tanto es una misión de todos nosotros. Cada uno de nosotros debe ser evangelizador, sobre todo con el testimonio personal. Porque como escribió Pablo VI: “evangelizar es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, es su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (Exhortación  Apostólica Evangelii nuntiandi 14)

Pero, ¿quién nos da fuerza para evangelizar en una sociedad cada día más hostil a palabra de Dios? ¿Quién nos dará la fuerza suficiente para salir de nosotros mismos y lanzarnos al mundo para dar a conocer a Cristo? La respuesta de nuevo nos la dio el Papa Pablo VI: “Es el Espíritu Santo que, hoy como al principio de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deje poseer y conducir por Él, que le sugiere las palabras que a solas no podría encontrar, disponiendo a la vez la preparación de la mente de quien escucha para que sea receptivo a la Buena Nueva y al Reino anunciado”.

Gracias a la llegada del Espíritu Santo, los apóstoles que estaban atemorizados y confundidos por los hechos acontecidos, experimentaron en sí mismos la fuerza de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad: sus inteligencias y sus corazones se abrieron a la luz nueva. Y porque tienen el Espíritu los discípulos pueden ser enviados a continuar la misión de Jesús. Con la venida del Espíritu Santo quedó confirmada y consolidada la obra exterior de Cristo en los apóstoles y los discípulos, por la transformación de sus corazones y la iluminación esplendorosa de su fe.

Ellos habían seguido a Jesús, y en sus limitaciones, habían acogido con fe sus enseñanzas, pero no siempre acertaban a penetrar del todo en su sentido: era necesario que llegara el Espíritu, para que les hiciera comprender todas las cosas, para que les hiciera fuertes y audaces y de esta manera pudieran proclamar su palabra de forma firme por las calles y plazas de Jerusalén.

Pero la presencia del Espíritu Santo en el día de Pentecostés no fue un hecho aislado en la historia de hace dos mil años. Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que el Espíritu Santo está con nosotros desde Pentecostés, todos los días de nuestras vidas, hasta el fin de los tiempos, así como lo está también Jesucristo.

Ave

¿Y nosotros? los cristianos del siglo XXI…

  • ¿Qué espíritu respiramos nosotros y respira la sociedad?
  • ¿Cómo sentimos al Espíritu Santo?
  • ¿Qué debemos hacer para notar su presencia en nuestras vidas?

Ante todo, reuniéndonos con otros cristianos. No lo encontraremos en la soledad ni en el individualismo. Formamos parte de la Iglesia que Jesús fundó y viviendo en ella, participando de ella, rezando con ella, podremos sentir el aliento del Espíritu que nos hace respirar la misma fe y la misma caridad. Cuando hablamos del Espíritu del cristianismo, hoy nadie puede dudar que estemos hablando el Espíritu de Pentecostés, el Espíritu que nos ha sido dado por Cristo Resucitado para que la Iglesia sea una comunidad viviente. Una Iglesia de la que todos somos miembros.

Mantengámonos como los apóstoles, constantes en la oración y en la espera confiada y silenciosa. Pocos momentos en nuestra vida serán tan propicios para percibir el Espíritu como nuestra Eucaristía dominical. Cada celebración eucarística es un nuevo Pentecostés para los que la celebran con sencillez de corazón, con espíritu de pobreza y de oración.

Recordemos que el Espíritu no se compra, no se adquiere, no se inventa ni se fabrica. El Espíritu es un regalo de Dios. Lo único que podemos hacer es preparar nuestro corazón para acogerlo con fe sencilla y atención interior.

No olvidemos que el Espíritu Santo es dador de vida. Y siempre que nos abrimos a su acción, aunque sea de manera pobre e incierta, él nos hace gustar los frutos de una vida más sana y acertada. Frutos que como nos indica el apóstol en su epístola a los gálatas son: amor, alegría, paz, paciencia, modestia y dominio de sí.

¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! exclamaba San Pablo a los corintios (1Co 9,16) y esa misión debemos hacerla nuestra, ser conscientes que el Espíritu nos da a conocer la verdad y que nos proveerá la fuerza suficiente para evangelizar: “vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo” (Hch 1,8) y así, al igual que los apóstoles se hicieron fuertes y evangelizaron por las calles y plazas de Jerusalén, nosotros debemos llevar la Palabra por las calles y plazas de nuestras ciudades y pueblos, sin miedo porque también nosotros hemos recibido el Espíritu Santo y Él se encargará de llenarnos de sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. ¿Qué más necesitamos para evangelizar?

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