La actitud orante

Rosario

Luis Mª Mendizábal, exdirector nacional del APOR | La docilidad vigilante y las tesis exigentes hay que mantenerlas dentro de la oración. Para ello conviene que distingamos diversos elementos. Primero, la actitud orante. Segundo, los esfuerzos de búsqueda. Tercero, los descansos del encuentro. Los mismos encuentros presentan grados diversos dentro de una misma oración. Se trata de un encuentro, pero de algo que uno ve que está en camino todavía. Sin embargo, no es pleno. No es aún lo que uno entrevé que el Señor le puede conceder y hacia donde uno tiene que ir.

La actitud orante es algo que el hombre forma en sí con la Gracia de Dios. Me refiero, sobre todo, a la actitud teológica. Se asemejaría a la oblación de la víctima que se presenta a Dios. Es toda la persona la que está ocupada en el encuentro amoroso con Dios, poniéndose entera en su mirada, con atención recogida en Él hecha receptividad amorosa, totalmente permeable al amor. Ese totalmente va en relación a la capacidad de la persona, porque quizá no llegue a una plena permeabilidad de la oración consumada.

La oración es activa y pasiva en su misma actividad, aunque sería más preciso decir receptiva, en vez de pasiva. No consiste en el aspecto psicológico de la concentración de nuestra atención en un punto, como si todas nuestras fuerzas nos llevaran a convergerla en una idea, sino más bien es una actitud que se expresa en la dilatación de la persona. La oración no encoge. Ensancha. La actitud de la oración no es angustiante, sino dilatante. Por lo menos, debe existir un interés en conseguir esa apertura del corazón hacia el Señor, hacia la acción de la Gracia.

Esa actitud de dilatación, de abrirse, no es pasividad pura, psicológicamente hablando. Es un error considerar que apertura es no pensar en nada. Y puede ser, como dice santa Teresa, dormición. No es lo mismo. Puede existir esa perfecta dilatación del corazón en la actividad de la inteligencia. Aunque existe la posibilidad, eso sí, que la inteligencia quede sin ejercicio concreto, pero es una consecuencia y no algo pretendido en sí mismo.

Hay que distinguir bien lo derivado de unas disposiciones interiores de poner la atención sólo en la realidad del síntoma. Solemos decir que quien está muy unido a Dios atiende mucho a los hermanos. Entonces, si atiendes mucho a los hermanos ¿estarás muy unido a Dios? No es así, porque una cosa es que de la plenitud de la unión con Dios venga esa atención y otra es que yo, simplemente, les atienda.

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