Jesús
| En este nombre tenemos todo: al mismo Dios hecho carne, a la Humanidad, a la Creación y a la Salvación. Es el nombre que recibe el Hijo de Dios en su Encarnación. Es el mismo Dios: su Palabra.
Dios quiere la salvación de los hombres; para ello toda la historia de la Humanidad y la Creación entera mira a su Salvador, a Jesús. En Él todo adquiere sentido y todo se ve con otra perspectiva.
Jesús se convierte en el centro, sentido y vida de aquellos que quieren de verdad vivir el mensaje que nos legó. ¡Cuántos seguidores de Jesús han dejado todo por Él, incluso han cambiado su propio apellido para que sea Jesús quien complete su nombre! Vayamos a esos grandes místicos que se han encontrado con Jesús y Éste se ha convertido en su Esposo y ellos en la esposa: la gran santa fundadora del Carmelo Descalzo: Teresa de Jesús; la concepcionista franciscana soriana que desde su clausura lleva el nombre de Jesús por tierras de Texas y Nuevo México: la Venerable Madre María de Jesús de Ágreda; el fundador de la Compañía de Jesús: San Ignacio de Loyola; la mercedaria madrileña beata Mariana de Jesús; la dominica Hipólita de Jesús,…
Como podemos comprobar en esta estela de nombres todo aquel que se deja enamorar por Cristo y antepone todo a este nombre, JESÚS, se lanza a una aventura sin igual que es seguir y entregar la vida a Aquel que antes la ofreció por nosotros para salvarnos. Sí, ese es JESÚS, nuestro redentor al que todos debemos acudir, clamar y amar como tantos otros lo han hecho a lo largo de la historia de la humanidad. Y para muestra, un botón:
“Después de haber recibido a Nuestro Señor […] Me amonestó, enseñó, advirtió, corrigió y acarició. Tenía en su mano poderosa su Nombre de JESÚS, lleno de refulgencia. Y despedía de sí varios y hermosos rayos. Y díjome: Esposa y amiga mía, paloma mía, recibe mi Nombre, que ha de ser tu fortaleza, y la virtud de tu virtud. En él se contiene la ciencia infusa y hábitos de todas las virtudes. Obra en Mí, y yo seré alma de tu alma y vida de tu vida, virtud de tu virtud. Y sentí que me quedó impreso en el alma y corazón” (Venerable María de Jesús de Ágreda, Las Sabatinas, Cuaderno 29, 8).