De camino
| Pedro es un hombre bueno, amable, sincero y creyente. Sin embargo, la vida se le ha ido torciendo poco a poco y en su corazón ha ido formando nido la depresión. Lo que ha colmado el vaso ha sido la quiebra de su empresa. Sin casi recursos tiene que empezar de nuevo y, por esta razón, se ha levantado temprano esta mañana, ha llenado una mochila con lo indispensable y ha decidido salir de la ciudad en busca de algo que aparezca por casualidad y le devuelva su alegría o, como él piensa, su vida…
Ha abandonado las calles que tantas veces hubo transitado, despidiéndose quizás de las tiendas en las que no volverá a entrar y pensando en la suerte que ellos tienen de conservar aún su trabajo pero, también, como no es ni envidioso ni rencoroso, deseando que les vaya bien en su negocio.
Ha pasado por delante de la iglesia en la que lo habían bautizado hace muchos años y, en lugar de entrar, como hubiese hecho en otros momentos de su vida, ha bajado la cabeza y, mirando de reojo hacia la puerta, ha lanzado de una patada hacia ella una lata que se ha encontrado en el camino. Él lo sabe, sabe que en ese gesto ha habido mucha rabia y mucha decepción pues ¿no ha creído él siempre? ¿Por qué ahora el Señor le había abandonado?
Como ya ha caminado largas horas por la carretera, decide hacer auto-stop sin ningún lugar concreto sino a un más allá que le devuelva la ilusión. Los coches van pasando pero ninguno decelera su marcha y los pocos que parecen hacerlo, cuando se acercan a su lado, salen despavoridos como si viesen un fantasma. Tal es su reacción que Pedro ha buscado un charco donde reflejarse y allí solo ve un rostro taciturno y desolado.
De pronto, un coche para a su lado y le invita a subir pero Pedro, desconfiando ya de todo, declina la invitación y sigue su camino. Inesperadamente, el joven del coche se baja de él, se acerca a Pedro y se pone a caminar a su lado. Pronto el joven se interesa por Pedro y le interroga sobre su tristeza. Durante todo el camino Pedro expresa sus pesares casi en un monólogo continuo mientras el joven escucha. Poco a poco el joven va tomando la palabra y desvela al corazón de Pedro que todos los planes de Dios son necesarios y deben cumplirse como Él los pensó. Pedro mira ahora atónito al joven. Todo es tan sencillo mientras lo explica que siente sus palabras como un fuego vivificador.
Tan amena y agradable ha sido la conversación mientras caminaban que, viendo Pedro que estaba oscureciendo, decide parar a cenar. El joven hace intención de llamar al conductor del coche del que bajó para que lo venga a recoger, pero Pedro insiste en que se quede con él un poco más. El joven accede, bendice los alimentos que van a tomar y parte el pan para ofrecérselo a Pedro. La emoción de este ya no cabe en sí. No son solo sus palabras sino sus gestos los que le hacen dar un vuelco al corazón. ¿No es el mismo Señor encarnado en aquel joven el que está a su lado? Recordó la patada a la lata de esta mañana, su decepción, su angustia… Luego, ¡no le ha abandonado!
Pedro va a expresar sus sentimientos al joven y se da cuenta de que está él solo, no hay nadie más en la mesa cenando con él. Pero lejos de asustarse o entristecerse, su corazón late de alegría, con más fuerza que nunca. ¡Por fin ha encontrado su vida! ¡Por fin ha llegado a Emaús!