Comentario al Veni Sancte Spiritus (V)

Paisaje

Luis Mª Mendizábal, Ex director Nacional del APOR | Podríamos expresar así nuestro deseo: De aquel gozo eterno que Tú eres, en la intimidad del Padre y del Hijo, de ese resplandor de amor, envía un rayo de gozo, de alegría. No pedimos una gracia cualquiera, ni una luz cualquiera como la de un día gris –también los días grises tienen luz– sino que pedimos aquella gracia tuya, aquella claridad tuya que es rayo de alegría sobre el alma, de felicidad y de gozo, esa luminosidad que te hace saltar de alegría; porque la operación perfecta de la gracia se extiende sobre la pobre tierra de nuestra alma como el rayo luminoso del sol por entre las nubes sobre el campo.

Y esto lo pedimos después de interminables jornadas grises con el mismo afán con que en medio de un invierno implacable, tras interminables días nublados y lluviosos se pide que salga un rayo de sol. Hemos tenido también luz todo el invierno pero el campesino clama: ‘¿Cuándo saldrá el sol?’ Esto es lo que pedimos ‘haz brillar ya el sol en nuestra alma, en esta aridez, en la jornada gris de nuestra existencia’. Vivimos a la luz del día. El día es día, pero es una vida gris y deseamos la venida del Espíritu Santo para que nos ilumine y nos envíe un rayo de luz.

San Pablo lo expresaba en su carta a los Corintios ‘Dios que dijo: brille la luz del seno de las tinieblas, El mismo ha brillado en nuestros corazones para que iluminemos el conocimiento del resplandor divino que se refleja en el rostro de Cristo Jesús’. Esto es lo que pedimos: la gracia perfecta que entreabre al corazón humano el sentimiento vivo de la bondad y amabilidad divina. No es todavía el sol pleno de la gloria, no es todavía la visión directa e inmediata de Dios pero sí algo de Dios. Un conocimiento experimental auténtico de la caridad actual de Dios que se derrama en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos está dando. Es una luz sapiencial que nos manifiesta a Dios como nuestro fin en virtud de una comunicación de sí mismo que es de su parte acto de caridad actual. Una seguridad experimental de ser amado de Dios, de la voluntad salvífica del Padre.

Pedimos un rayo del conocimiento espiritual que Jesús prometía a sus discípulos fieles, ‘lo veréis’. Por fulgurante que parezca aquí abajo ese rayo no es más que la sombra de Dios. Así experimentan al Espíritu Santo los que no son del mundo, los que se abrazan fielmente a la cruz. Consiste en darse cuenta, de una manera impresionante, del carácter personal del Espíritu Santo presente en su operación santificante por una especie de revelación interior. Es como si un velo cayera descubriendo la realidad y al caer el velo se encuentra uno con un resplandor de amor, todavía no de visión; y en amor, que todo lo ilumina, lo conoce.

Manos

La fe, siguiendo siendo fe, comporta esa especie de transparencias pasajeras y relativas de lo que continúa encubriendo. Y esa luz enfervoriza el corazón. Y en el fervor, la gracia no es ya latente, ya no estamos espiritualmente en la noche. El verdadero fervor es una experiencia de la gracia. La gracia es luz y calor. El fervor implica una inteligencia luminosa, es ver claro el punto que principalmente y únicamente nos interesa: la amabilidad de Dios, Dios me ama merece que le ame y el corazón se inflama en amor de Dios ardiendo en deseos de verle amado. ¡Dichosa el alma que es fiel a estas fulguraciones de la caridad divina!

¡Ven Padre de los pobres! Padre de los pobres es una invocación que se refiere precisamente al Espíritu Santo en cuanto es solícito por el bien de los huérfanos. El sentido hay que buscarlo en la promesa de Jesús a sus discípulos ‘no os dejare huérfanos, vendré a vosotros’. Promesa que viene a continuación del envío del Espíritu Santo, es padre providente y cariñoso de los que son pobres de espíritu, de las almas que se reconocen débiles, destituidas de posibilidades, incapaces pero sin depresiones psíquicas, con un sentido de humildad sincero. Estos son las almas predilectas del Espíritu Santo. Para con ellas se muestra más particularmente la piedad paterna de Dios a quien la Iglesia designa como Padre Misericordioso, clementísimo, lleno de cordialidad. El es un abismo de clemencia y de misericordia.

La Iglesia repite, con frecuencia, que nos sostenga la continua misericordia sobreabundante del Señor. Es, pues, como el complemento y la cumbre de aquella esperanza dirigida a los pobres. Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos porque el Espíritu Santo será su padre. El premio que se les va a dar es el Espíritu Santo.

Pero al Espíritu Santo se le llama Padre de los pobres en un sentido mucho más profundo en cuanto que ese sentimiento de pobreza del alma es fruto del Espíritu Santo. Si no hay Espíritu Santo no existe esa actitud de espíritu. El pobre sociológico puede ser pobre de espíritu y puede no serlo. El que se gloría de su pobreza, el que pone su confianza en su vinculación a otros, en la protesta agitada… ese no tiene el sentido del pobre evangélico. Es verdad que la pobreza de espíritu no quiere decir resignación pasiva y fatalista pues la actuación diligente y eficaz por superar condiciones inhumanas e injustas no es soberbia en el que está lleno del Espíritu. No es prepotente, actúa como debe actuar pero manteniendo el sentido íntimo de pobreza del alma, de necesidad de Dios, con certeza de la propia impotencia. Esta postura evangélica es muy difícil, es fruto del Espíritu Santo dentro de nosotros. El alma tocada por el Espíritu es, precisamente, la que se siente pobre, si no uno se siente soberbio, satisfecho de sí mismo.

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