Cargar las marcas

La visión del Papa Nicolás V de San Francisco
La visión que tuvo el Papa Nicolás V de San Francisco (Pedro de Mena, 1663. Catedral Primada de Toledo)

Guillermo Camino Beazcua, Presbítero y Profesor de Historia del Arte

En la cumbre de La Verna
se dieron cita de amor
las llagas del Redentor
y un gozo de Pascua eterna.

Jesús en gloria venía,
Hijo de Dios humanado;
tenía el cuerpo llagado
y el rostro resplandecía.

¡Oh Jesús, el más hermoso
entre los hijos de Adán,
libres tus brazos están
para el abrazo de Esposo!

Agosto, septiembre y octubre convocan a los amigos y seguidores de San Francisco a festejar la “pascua franciscana” enmarcada en tres eventos singulares: el Jubileo de la Porcíuncula, la Transfixión en el Monte Alverna y la entrada en la Casa del Padre, día de su fiesta litúrgica, 4 de octubre.

La figura de Francisco sigue suscitando un enorme atractivo para muchos seguidores de Jesús. Asís sigue convocando a centenares de miles de peregrinos encaminados a la confessio de su memoria para solicitar la comunión de su espíritu y vigor ante sus reliquias. Superando las exacerbaciones de épocas pasados respecto al poder y significado de los restos mortales de los santos, como mediadores ilimitados de salvación, hoy entendemos el doble valor histórico y espiritual de las reliquias de los santos, baste recordar las matizaciones del Papa Francisco respecto a la intercesión de los santos en la Gaudete et Exsultate.

La historicidad de la vida de los santos es accesible a nuestra razón por la veneración de las reliquias de sus cuerpos. Vivieron y entregaron la vida. Su memoria en el tiempo queda reafirmada por una existencia histórica real, no pertenecen al ámbito de la ficción o la leyenda.

El valor histórico de las reliquias de los santos se sitúan en no sólo en el valor de la historicidad de las mismas, sino en la expresión de las consecuencias de la encarnación de la fe, una fe vivida en el espacio y en el tiempo, en el compromiso histórico de un ser real que hizo posible una vida evangélica. Si el Verbo se hizo carne, dice Juan (Jn 1,14) y Dios condenó el pecado en la carne (Rom 8,3), es un gozo saber que un cristiano, pueda como Francisco, recibir en su cuerpo las llagas de Cristo.

El cuerpo de Francisco vivió un signo de identificación con Cristo, como signo de esponsalidad con Cristo esposo. Este signo podría haber sido otro signo de la humanidad de Cristo, es verdad… pero Cristo quiso que ese signo revelado a algunos creyentes (Santa Verónica Giuliani, San Pío…) fueran expresión de amor crucificado y resucitado, Amor meus crucifixus est, decía Francisco. De la humanidad de Cristo, Francisco admiraba los límites de su kénosis: Belén y el Gólgota, pero este último, es el signo de amor más grande.

Desde la tradición: En la cumbre del Alverna

La transfixión o impresión de las llagas en el cuerpo de Francisco recuerda lo acontecido un 17 de septiembre de 1228. Por entonces, su cuerpo manifestaba las consecuencias de una vida entregada al sacrificio, la pobreza, la misión y la entrega que había debilitado a Francisco manifestando diversos síntomas. Faltaban dos años para su muerte, cuando el Señor imprimió en su cuerpo las llagas de la Pasión, cuando menos fuerzas tenía para cargar con las sagradas marcas, el Señor le dio el amor más grande para poder llevarlas. Francisco vivió este supremo momento como un misterio personal, intuyendo la atracción que culminaría tras cuarenta días en la cumbre de esta montaña. Su primer biógrafo nos transmite el recuerdo que pudo narrar Fray León que fue la única persona cercana al acontecimiento: “Durante su permanencia en el eremitorio que, por el lugar en que está, toma el nombre de Alverna, dos años antes de partir para el cielo tuvo Francisco una visión de Dios: vio a un hombre que estaba sobre él; tenía seis alas, las manos extendidas y los pies juntos, y aparecía clavado en una cruz. Dos alas se alzaban sobre su cabeza, otras dos se desplegaban para volar, y con las otras dos cubría todo su cuerpo. Ante esta contemplación, el bienaventurado siervo del Altísimo permanecía absorto en admiración, pero sin llegar a descifrar el significado de la visión. Se sentía envuelto en la mirada benigna y benévola de aquel serafín de inestimable belleza; esto le producía un gozo inmenso y una alegría fogosa; pero al mismo tiempo le aterraba sobremanera el verlo clavado en la cruz y la acerbidad de su pasión. Se levantó, por así decirlo, triste y alegre a un tiempo, alternándose en él sentimientos de fruición y pesadumbre. Cavilaba con interés sobre el alcance de la visión, y su espíritu estaba muy acongojado, queriendo averiguar su sentido. Mas, no sacando nada en claro y cuando su corazón se sentía más preocupado por la novedad de la visión, comenzaron a aparecer en sus manos y en sus pies las señales de los clavos, al modo que poco antes los había visto en el hombre crucificado que estaba sobre sí”.

Cuando años más tarde (1246-1247) Fray Tomás de Celano escribe la Vita II nos transmite una reflexión sobre el misterio personal que significó que el cuerpo de Francisco portase las marcas de la Pasión de Jesús: “que no está todavía del todo claro por qué apareció en el Santo aquel sacramento, pues, cuando él se ha dignado hacer alguna revelación, lo que se refiere a la razón y a la finalidad nos lo ha dejado pendiente del futuro. Resultará veraz y digno de fe quien tendrá por testigos la naturaleza, la ley y la gracia”. (2 Celano 203).

Una imagen para orar

Aquel humilde siervo recibió a la hermana muerte el 4 de octubre de 1226. La suerte de sus restos mortales han generado leyendas entremezcladas con la constancia de salvaguardar su cuerpo. Una de ellas es la que expresa la iconografía de la imagen de la Invención del cuerpo de San Francisco que muestra el ejemplo de Pedro de Mena que nos acompaña hoy custodiada en el Museo Catedralicio de Toledo. Acompaño las versiones del mismo tema que se conservan en la iglesia de San Martín de Segovia y la versión del Museo de Antequera. ¿Y qué nos muestra de original esta iconografía del cuerpo muerto de San Francisco? En sí, ya es algo original, se muestra como vivo un cuerpo muerto más de 200 años atrás.

Imágenes de San Francisco de Asís

Según una narración legendaria, en 1449 el Papa Nicolás V quiso ver el cuerpo muerto de San Francisco. Éste había sido trasladado el 25 de mayo de 1230 de la iglesia de San Jorge a la basílica inferior del Sacro Convento que hoy conocemos, construido en un tiempo récord. Algunos cronistas nos hablan del aquel traslado y de cómo tuvo Fray Elías que sortear el interés desmedido de muchos vecinos por apoderarse de las reliquias, incluso hay quienes llegan a afirmar que aquella procesión no fue más que un simulacro, pues el verdadero traslado había sido hecho por fray Elías tres días antes.

Los restos de san Francisco fueron ubicados debajo del altar mayor, en un lugar no accesible pero visible a través de una «ventanita de la confesión», y así permaneció durante algún tiempo. Se afirma que poco después se construyó un corredor secreto que partía del coro y llegaba hasta la tumba. La leyenda afirma que cuando el Papa Nicolás descendió a la cripta en vez de hallar el cuerpo en la tumba lo halló dentro de una columna, escondido. El santo se hallaba de pie, con la capucha sobre la cabeza, la mirada al frente, los brazos recogidos bajo el pecho con las manos cogidas a las muñecas contrarias, un pie adelantado y dejando ver el pecho llagado. La sorpresa fue tal que se testificó del acontecimiento al abad Jacopo de Cavallino quien guardó secreto sobre el asunto. El hecho no será divulgado hasta finales del siglo XVI.

A inicios del XVII se produce la difusión del tema en las artes de España. Eugenio Cagés realiza un lienzo con hacia 1613, aunque hoy desaparecido lo conocemos por un grabado atribuido a Pedro Perret, que servirá de base para que otros artistas realicen sus versiones del tema, tanto en pintura (el propio Zurbarán) como en escultura (Gregorio Fernández en las Descalzas de Valladolid, Arévalo…)

Pedro de Mena hará una primera versión del tema en la sillería del Coro de la Catedral de Málaga hacia 1658-1660. Posiblemente en 1663 realizó la imagen conservada en la Catedral de Toledo. En ella reproduce la tradición iconográfica del tema, la anatomía de quien pidió morir desnudo, queda oculta tras el hábito, de pliegues profundos que enfatizan la verticalidad de la imagen, que aún siendo de tamaño inferior al natural. Sólo reconocemos del santo el rostro, uno de los pies y la herida del pecho. La mirada al frente, los ojos abiertos, los labios balbucientes manifiestan ese misterio de su cuerpo incorrupto, desafiando el paso del tiempo, anclado en la contemplación del misterio de la Pasión de Cristo.

Ante una imagen tan bella, y más allá de lo legendario de su iconografía, nos sentimos llamados a orar como Francisco, a proclamar la bondad de Dios que se fijó en él para imprimir las llagas de la Pasión de Cristo, de las palabras de Francisco digamos:

Tú eres el Bien, todo el Bien, el sumo Bien, Señor Dios vivo y verdadero.
Tú eres Amor, tú eres Caridad. Tú eres Sabiduría, tú eres Humildad, tú eres Paciencia.
Tú eres belleza, tú eres Seguridad, tú eres Paz.
Tú eres Gozo y Alegría, tú eres nuestra Esperanza.
Tú eres Justicia, tú eres Templanza, tú eres toda nuestra Riqueza.
Tú eres Belleza, tú eres Mansedumbre.
Tú eres Protector, tú eres nuestro Custodio y Defensor.
Tú eres Fortaleza, tú eres Refugio. Tú eres Caridad, tú eres nuestra Dulzura.

Estos hechos legendarios nos conmueven. El 17 de enero de 1978 el Papa San Pablo VI autorizó con un breve apostólico un nuevo reconocimiento del cuerpo de san Francisco, el anterior había sido realizado a inicios del siglo XIX. A la semana se abrió la urna ante la presencia de los peritos y testigos. El 4 de marzo concluidos los trabajos fueron nuevamente colocados en el sarcófago dotando de un sistema de especial seguridad. Ahí está Francisco, aunque nos espera en la morada eterna.

Y Francisco se ha quedado
de gracia y amor transido;
de Cristo se encuentra herido
en manos, pies y costado.

Ved en carne Regla y Vida
y el libro de nuestra Alianza;
amor que la sangre alcanza
es la Palabra cumplida.

Recibe, oh Cristo, benigno,
el débil cuerpo mortal:
es nuestra ofrenda pascual
en fe, en espera y en signo. Amén.

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