Alegría y júbilo pascual

Cruz y flor

Francisco Castro, Diácono Permanente | “Tempus fugit” (el tiempo vuela) sería la expresión latina que mejor indica el paso inexorable del tiempo, sobre todo cuando se echa la vista atrás y nos percatamos de lo rápido que se nos va el año. Apenas hace unas semanas comenzábamos el tiempo cuaresmal, un tiempo de conversión y preparación y sin apenas darnos cuenta estamos viviendo la Pascua de la Resurrección, un tiempo litúrgico que concluirá con la Pascua de Pentecostés. Unas semanas en las que los cristianos viviremos con gozo el triunfo de la Vida sobre la muerte.

Este Tiempo Pascual comprende cincuenta días (en griego, “pentekoste hemera” que significa “día quincuagésimo”), vividos y celebrados como un solo día. Y como nos indican las Normas Universales sobre el Año Litúrgico y sobre el Calendario (UN 22): “Los cincuenta días que median entre el domingo de Resurrección hasta el domingo de Pentecostés se han de celebrar con alegría y júbilo, como si se tratara de un solo y único día festivo, como un gran domingo”.

La Pascua es la fiesta más importante del pueblo judío, y es el tiempo más fuerte de todo el año para los cristianos. La palabra Pascua viene del hebreo “pesah” que parece significar “saltar, pasar por encima”. Pero muy pronto pasó a referirse al hecho de que Yahvé “pasó de largo” por las puertas de los israelitas en la última plaga que envió a los egipcios. Más tarde el significado de Pascua fue referido al paso del mar Rojo y al tránsito de la esclavitud a la libertad del pueblo hebreo.

La Pascua no es simplemente una fiesta entre otras fiestas, es la fiesta de las Fiestas, es la Solemnidad de las solemnidades. San Atanasio la llama “el gran domingo”. Entender la Pascua desde una perspectiva cristiana es de una importancia vital. La conmemoración de la muerte, sepultura y resurrección de la muerte de Jesús es crucial para los creyentes en Jesucristo. El triunfo de Cristo sobre la muerte nos abrió las puertas del cielo y cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte. En la Resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana. Cualquier sufrimiento adquiere sentido pues podemos estar seguros que después de esta vida en la tierra más o menos larga, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre.

San Pablo en su carta a los Corintios (1Cor 15,14) nos dice: “Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación y vacía es nuestra fe”. Pero Cristo resucitó y sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios y que nosotros resucitaremos con Él. La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndoles partícipes de la alegría por medio de nuestros testimonios, de nuestras palabras y de nuestro trabajo apostólico. Debemos estar verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo. Durante este tiempo pascual debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y ser mejor cristianos.

Este tiempo pascual que comienza con la Vigilia Pascual es una ocasión privilegiada para vivir y anunciar la alegría del resucitado. Debemos experimentar con especial intensidad el júbilo que desbordante que embargó el corazón de nuestra Madre María, el de los apóstoles y los discípulos de Jesús, al escuchar la buena noticia “ha resucitado” (Mc16,6). Esta experiencia de fe debe alentar nuestro combate espiritual, invitándonos a poner siempre los ojos en Aquél que venció al pecado y a la muerte, fortaleciendo nuestra confianza en sus promesas. Así mismo, la fe nos mueve al anuncio gozoso, al testimonio en primera persona de que el Señor nos ha regalado una vida nueva. Pensemos por un momento, ¿Cuántas personas con las que tenemos relación no conocen al Resucitado? ¿Cuántas por diversos motivos han perdido su fe y se han alejado de Él?  Precisamente la Pascua es un tiempo de anuncio, de compromiso apostólico. Cada uno de nosotros los que nos llamamos y nos sentimos verdaderamente cristianos debemos desde nuestra particular situación personal, dar testimonio de nuestra fe en Jesucristo, muerto y resucitado para nuestra reconciliación.

El gran acontecimiento de la Resurrección del Señor que la liturgia nos permite revivir, nos llevará a seguirlo y celebrarlo en casa y a trasmitirlo a muchas otras personas. Porque la alegría del resucitado no se puede ni se debe esconder, no puede quedar ahogada después de cada misa, todo lo contrario, debemos salir llenos de entusiasmo a compartirla con todos aquellos que nos vamos encontrando por el camino. Esta alegría que experimentamos por saber que el Señor está vivo entre nosotros y que lo estará todos los días hasta el fin de los tiempos, debe reflejarse también exteriormente. Por eso es tan importante que la expresemos con mucha naturalidad durante los cincuenta días de Pascua. Vivamos esta Pascua sin que tengamos que decir el día de Pentecostés: “Tempus fugit”, sino todo los contrario, que podamos sentirnos orgullosos de haber vivido y trasmitido a los demás la alegría de sentirnos redimidos por el Crucificado.

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