“Al menos tú, ¡ámame!”
, Presbítero | El Señor dirigió estas palabras a Santa Margarita María en junio de 1675, y hoy también nos las sigue repitiendo a cada uno de nosotros desde lo más profundo de su Corazón. Cada uno de nosotros tenemos que sentir el deseo de amar más al Señor cada día. Jesús tiene un corazón con el que nos amó y con el que nos sigue amando sin medida, como comprobamos en Jn 13,1: “Habiendo amado a los suyos… los amó hasta el extremo”.
Este “ámame” al que nos invita el Corazón de Cristo nos constituye a cada uno de nosotros en auténticos “profetas” de su misericordia. Y la misión del profeta primero es escuchar y contemplar y luego hablar y transmitir lo que ha recibido del Señor, sin miedos, sin complejos.
Pero para que esto sea auténtico, tengo que “encerrarme” en el Corazón de Cristo y luego trasmitir con generosidad lo que he ”visto y oído” en lo más profundo de este Corazón. Por lo tanto, no hablamos desde nosotros, sino desde el Corazón de Jesús. Santa Margarita nos narra esta misma experiencia sentida por ella y nos dice: “me hizo reposar sobre su pecho divino, en el cual me descubrió todas las maravillas de su amor y los secretos de su corazón”. Por eso, a raíz de esta profunda experiencia que ella siente, se convierte en auténtica “apóstol” del Corazón de Jesús, y con gozo ella misma exclama: “ahora moriré contenta, pues el Sagrado Corazón de mi Salvador comienza a ser conocido”.
Así pues, el auténtico profeta, no se preocupa tanto por hacer cosas, que ciertamente es importante, sino sobre todo se esfuerza por ser testigo de la misericordia de Dios y trata de hacerlo real y presente en todas las circunstancias de su vida. Y cuanto esto es vivido con autenticidad, nos damos cuenta de que la presencia de la persona que se ha dejado alcanzar por el Corazón de Cristo puede ser en algunas ocasiones incómoda ya que está presentando un estilo de vida exigente. Esto no nos tiene que influir en nuestro quehacer diario para que el Reino de Dios sea extendido y sobre todo para que muchos hermanos nuestros puedan descubrir el gozo que supone el sentirse amado y querido por Dios.
Dejemos que una vez más resuenen en nuestros oídos y sobre todo en nuestro corazón, las palabras del Papa Juan Pablo II: “no tengáis miedo, abrid de par en par vuestro corazón a Cristo”. El miedo es contrario a la actuación del cristiano, nos paraliza, nos coarta, nos resta fuerzas para llevar a cabo el mandato de Cristo: “id al mundo entero y anunciad el Evangelio”. ¡Cuántas ocasiones perdemos en nuestra vida de evangelizar por el miedo al que dirán, o a que nos cuelguen una etiqueta! El Señor nos da la fuerza que necesitamos para vivir con valentía nuestra opción por Cristo en medio del mundo, para disfrutar de las “cosas” de Dios, para testimoniar que el que se acerca al Corazón de Cristo su vida queda totalmente trasformada. Hay que vivir cada día demostrando a Jesús con nuestras obras que lo amamos, que correspondemos al gran amor que Él nos tiene, y que nos lo demostró entregándose a la muerte por nosotros y quedándose “hasta el final de los tiempos” con nosotros en la Eucaristía.
Por eso, “el corazón del hombre, aprende a conocer el sentido de la vida y de su destino” junto al Corazón de Cristo. Como podemos leer en G.S. 21, nada puede llenar el corazón del hombre, solo Cristo, el Verbo Encarnado que nos amó “con corazón de hombre”.
Los cristianos, tenemos que acercarnos al Corazón de Cristo y responder al Amor con mucho amor, y así poder decir que estamos siendo fieles al mandato del Señor, e ir gastando nuestra vida “amando al Amor”. Este es el “testamento” que Santa Margarita María deja a sus hermanas poco antes de morir: “Amad al amor, pero amadle con perfección”.
Seamos auténticos profetas y vamos a atrevernos a decirle una vez más al Corazón de Cristo: ¡que nos gastemos por tu amor!, que seamos capaces de encender en todos los hombres el fuego del amor de Cristo. Ese fuego de caridad que abrasa y cambia la vida y sobre todo cambia el corazón.