A las tres de la tarde
| Luis sostenía su clarinete con gran cariño mientras lo acariciaba con la gamuza para sacarle todo el brillo. En el edificio conocían a Luis, la música de Luis… que, lejos de molestar, llenaba las escaleras de paz y alegría.
Pero aquella mañana estaba muy nervioso: iba a participar en una selección de músicos que formarían parte de la Vienna Philarmonic Orchestra. El sueño de muchos músicos y el de Luis desde que su abuelo le había regalado su clarinete, haciéndole prometer que llegaría muy lejos como músico.
Mas había otro detalle importante a tener en cuenta ese día. Y es que Luis era un chico especial, era un chico con síndrome de Down. Para muchos era, incluso, una locura que se presentase a la selección. Con tantos talentos como allí había, jamás podría competir con ellos.
Cuando llegó al hotel donde se celebraba la prueba, pudo ver entre sus contrincantes miradas de burla, de alegría por tener uno menos contra el que luchar, de compasión para otros muchos. Hubo quien le cedió su silla pensando que eso sería lo más cercano que podría llegar a estar de la Filarmónica de Viena.
Mientras esperaba su turno, Luis repetía la misma frase:
– A las tres, a las tres, tiene que ser a la tres.
Los que estaban allí y lo escuchaban, se reían mientras pensaban que qué más daría la hora. Sin embargo, cuanto más cerca estaba el reloj de las tres y más cercano estaba el momento para Luis, este se iba tranquilizando cada vez más, al contrario de sus compañeros.
Pero la suerte no quiso estar de su lado y, cuando aún faltaba media hora para las tres de la tarde, Luis fue convocado ante el jurado. Titubeó un rato antes de coger su clarinete y demostrar su habilidad. La tranquilidad que parecía haberse apoderado de su cuerpo se transformaba ahora en un sudor frío que le recorría de arriba abajo. Sus manos temblaban de tal forma que era imposible que el clarinete se mantuviera en su posición. Cuando iba a empezar a tocar, o a destruir la música según pensaba él, apareció un joven apresurado que habló con el director de la orquesta. Al salir el joven miró para Luis, sonrió y se marchó con la misma velocidad con la que había entrado. El director cerró el libreto e indicó a Luis que harían una parada hasta las tres de la tarde. Luis, más contento que un cuco, se retiró a esperar el momento con una gran sonrisa difícil de disimular.
Cuando el reloj dio las tres campanadas, sonó en la sala el nombre de nuestro participante que al fin debía tocar su pieza. Delante del jurado las notas del clarinete sonaron avergonzando a todos aquellos que minutos antes habían reído con supremacía. Con tanta perfección tocó, que el jurado no dudó en elegirlo como uno de los miembros de la Filarmónica.
Al salir, el joven se acercó a Luis y le preguntó:
– ¿Por qué insistías tanto en que la prueba fuera a las tres para ti?
Luis sonrió, miró al cielo y respondió:
– Porque mi abuelo me dijo antes de morir que cada día, a las tres de la tarde, le hablaría a Dios de mí. Así que sabía que en ese momento mi abuelo y el Señor me tendrían de su mano y que de sus labios saldría la más bonita melodía.
Después de decir estas palabras, dirigió su mirada al joven que le había preguntado y sonreído en la sala, pero su sorpresa fue que aquel joven, como si del viento se tratara, había desaparecido. Luis lo buscó por todo el hotel pero no apareció. Nadie jamás lo había visto, ni siquiera el director pudo confirmar que había hablado con él. ¿Qué había ocurrido, entonces? ¿Se había producido un milagro? ¿O Dios y su abuelo habían enviado un ángel para cuidar del gran músico? Nunca lo sabremos, pero lo que sí sabemos es que Luis es muy feliz siendo uno de los músicos más afamados en Viena. Y que cada día, a las tres de la tarde, Luis coge su clarinete para entonar su mejor composición y así hablar con Dios y su abuelo, largo y tendido, hasta que tiene que volver a sus ensayos en la filarmónica.