Virgen del Ave

Inmaculada Concepción de los Venerables o «de Soult»
Inmaculada Concepción de los Venerables o «de Soult» (Bartolomé Esteban Murillo)

Guillermo Camino Beazcua, Presbítero y Profesor de Historia del Arte

Belleza del principio, sin pecado,
el día en que estrenaba el mundo vida,
relieve y pulcritud de tierra virgen,
fragancia y transparencia, ¡oh María!

Belleza del Edén, al aire puro,
el hombre y la mujer en armonía,
oh Virgen fiel, sin mácula ni arruga
belleza no dañada y no perdida.

Belleza en la pobreza, suerte dura
que tuvo para sí Jesús Mesías,
belleza de la esposa, cuya frente
con perlas de la Cruz resplandecía.

Así se le saluda popularmente a la Inmaculada en algunas letrillas sevillanas. Y es verdad, María es la mujer predispuesta con el más especial de los empoderamientos: ser pura transparencia del Espíritu. Es la Virgen que merece todo ¡ave!, todo saludo. Y es la más ágil, el camino más certero, recto y corto, para llegar no sólo a Santa Justa (estación del Ave Madrid-Sevilla), sino al mismo cielo, estación definitiva para nuestro viaje.

Culmina en estas semanas de diciembre y enero el año Murillo, la ciudad que le vio nacer ha desplegado como traca final de fiesta una magnífica exposición en el Museo de Bellas Artes que provoca el síndrome de Stendal a propios y a ajenos al tema. De esta exposición sólo se puede salir de ella siendo buena gente, mejor persona; es un repertorio que ennoblece al visitante.

Y en este contexto de adviento, celebrar la fiesta de la Inmaculada nos motiva a dar continuidad a su fiesta en los misterios que le suceden: Inmaculada para ser Madre, Madre Inmaculada por ser Virgen, Asumpta para cumplir la promesa de victoria total, Reina y epicentro en el Banquete del Reino, por ser la mujer de la escucha de la Palabra y la fiel seguidora de su Hijo, la que anticipa el gozo de las Bienaventuranzas.

Quizá algo hermoso que hay en la teología y espiritualidad de la Inmaculada, es considerarla no sólo desde la dimensión negativa del misterio: la “no”, la mujer “sin”, y hacer destacar la dimensión positiva del dogma: es la mujer plena, la empoderada por el Espíritu, la exclusivamente dispuesta, la transparente y limpia, la mujer de luz… en una palabra: la obra del Espíritu.

María y el espíritu de Dios antes de la Anunciación

Casi cincuenta años después de su publicación sigue siendo muy valiosa la reflexión que realizó el teólogo servita P.Roschini, quien sintetizó las aportaciones de la patrística y la tradición teológica sobre la presencia del Espíritu Santo en la predestinación de María a su singular misión de ser la Madre del Hijo de Dios, en los progresivos anuncios de los profetas prefigurando su misión, en su entrada en nuestra historia prefigurando su identidad en la Presentación y estancia en el Templo y en los Esponsales con José.

Entre las predicciones proféticas sobre María afirmaba el Padre Roschin que, inspirada por el Espíritu Santo, la Escritura contiene profecías directas sobre María, que el Concilio Vaticano II dejó registradas en Lumen Gentium, Capítulo VIII (n. 55): la madre del Redentor (Gén 3,15); la Virgen-madre del Emmanuel (Is 7,14-16); la que daría a luz al Mesías en Belén (Miq 5,2-3); la que es la primera entre los humildes y pobres del Señor; la excelsa Hija de Sión, que recapitula en sí todo el pueblo de Dios.

A estas prefiguraciones se deben añadir las profecías indirectas, hechas mediante personas (figuras) u objetos (símbolos). Estas imágenes fueron enfatizadas en la representación de la Inmaculada desde fines del siglo XIV y de un modo singular en el arte del renacimiento español, en alusión a las letanías lauretanas. Pero siglos antes, el propio San Buenaventura, ya enumeraba entre las figuras de María: Sara, Rut, Ester, Judit, Betsabé, Abisag, Abigaíl, Rebeca; y entre los símbolos: acueducto, tabernáculo, puerta del cielo, escala, trono, arca, tierra, fuente, río, sol, aurora, estrella del mar, sagrario de la bondad del Espíritu Santo, granero universal donde el Espíritu Santo ha reunido el trigo de sus dones para hacerlo llegar a los pobres en tiempo de necesidad.

Respecto al pensamiento de los Padres de la Iglesia, el P.Roschini, presenta veinticinco testimonios a este respecto, comenzando por la primera explicitación de esta verdad, hecha por el sirio Santiago, obispo de Sarug (c.a. siglos V-VI): «El Espíritu de santidad la santificó y así habitó en ella. Y por esto, ella, santa, celebérrima y llena de gracia, virgen pura, se santificó con el Espíritu. Y pura la hizo, y casta y bendita como Eva antes de que le hablase la serpiente. Le dio la belleza antigua, que tuvo su madre (Eva) antes de que gustase del árbol lleno de muerte. Y el Espíritu que vino no la hizo como a la antigua Eva, porque ella no escucha el consejo de la serpiente ni su odioso discurso. En aquel estado en que fueron puestos Adán y Eva antes del pecado (estado de justicia original) la constituyó, y así habitó en ella. Aquella adopción de hijos que tuvo Adán, nuestro padre, dio a María, con el Espíritu Santo, el habitar en ella«.

Calor y color de Madre Inmaculada

Durante mucho se ha tenido a Murillo como el pintor pródigo de imágenes inmaculistas, casi como una exclusividad del autor. Si damos por supuesto que no es el creador de la iconografía de la Inmaculada, pues desde mediados del siglo XVI estaba fijada su interpretación, bien podemos referirnos a él como uno de sus mejores intérpretes. Murillo es partícipe del fervor inmaculista sevillano: La presencia destacada en Sevilla de las Órdenes e instituciones propulsoras de la doctrina (franciscanos, capuchinos, jesuitas, carmelitas, y la de sus hermanas en profesión religiosa, Cofradías…) hizo que a partir de la aprobación en 1622 del decreto del Papa que aceptaba el culto en honor a la Inmaculada y podía fin a las discusiones teológicas, se multiplicasen los encargos de este tema a los artistas locales. Cincuenta  años  después aún permanecía el entusiasmo inmaculista.

Sobre la tradición del legado de Pacheco, Herrera, Roelas, el propio Velázquez o Zurabarán, la siguiente generación de pintores sevillanos: Valdés Leal y Murillo, actualizaron la iconografía de la Inmaculada dotándole de mayor barroquismo en sus elementos, composición y escenografía. Así la aportación de Murillo a esta tradición podríamos señalar que fue dotarle de una intensa belleza, un idealismo formal, especialmente, del rostro, que hacen expresar cómo María es el culmen de la espiritualidad del ser humano, la excelencia de la obra de la gracia encarnada en un ser personal. El historiador y crítico de arte, Ceán Bermudez, se refirió a ella con estos términos: “es superior a todas las que de su mano hay en Sevilla, tanto por la belleza del color como por el buen efecto y contraste del claroscuro”.

Una nota característica de la composición de la figura es situarla en el lienzo en un leve escorzo que hace resaltar el perfil ondulado. María aparece flotando en el espacio sobre un fondo de nubes azules y áureas entre las que revolotean ángeles y querubes, con Antonio Machín podríamos “ponerle un solo pero”: no haber pintado un ángel negro. El espacio está presidido por la triunfal figura de la Virgen, a la concede un movimiento ascensional que se inicia en la ancha peana de pequeños ángeles que revolotean a sus pies. Desde este punto el volumen corpóreo de la Virgen va disminuyendo progresivamente de forma armoniosa hasta culminar en su cabeza descrita con hermosas facciones y con sus ojos vueltos hacia lo alto; una orla de diminutos ángeles envuelve a María reforzando con su grácil movimiento el sentido ondulatorio y ascensional de la composición. Resulta comprensible la demanda que recibió de imágenes de la Inmaculada, todo un catálogo de continuidad y originalidad en cada una de las versiones, que si hoy son admiradas, no lo fueron menos en su época, razón que explica la dispersión geográfica de los encargos originales.

La versión que nos ocupa hoy es más conocida como Inmaculada del Hospital de los Venerables, y no sólo como Inmaculada Soult. La exposición Justino de Neve, el arte de la amistad, celebrada en Sevilla y Madrid en 2014-15,  puso de relieve el origen de este encargo y la suerte de su devenir. Respecto a su historiografía sabemos por medio de Ceán Bermúdez que Murillo contrató en 1678 con don Justino de Neve, canónigo de la catedral de Sevilla y presidente eclesiástico del Hospital de Venerables Sacerdotes de la ciudad, la ejecución de una Inmaculada que primero fue de su propiedad y que posteriormente terminó donando a la iglesia de dicho hospital.

No resulta extraño que a inicios del siglo XIX fuera una de las obras más valoradas de la ciudad y que fuese así una de las pinturas que el mariscal Soult, durante la ocupación de la ciudad por las tropas francesas a partir de 1810,  ordenase que fuera incluida en la lista de obras a requisar y expoliar para su propia colección y fuese traslada a su palacete parisino en donde pudo organizar una de las colecciones artísticas más importantes del momento. A su muerte fue vendida en París en pública subasta en 1852 por 615 300 francos oro, cifra que pagó el Musée du Louvre y siendo hasta el momento, la cantidad más elevada pagada por una pintura. Su presencia actual en el Prado, fue el resultado de las negociaciones llevadas a cabo en 1941 entre los Gobiernos de España y Francia. El Prado a cambio, cedió al Louvre el retrato de Doña Mariana de Austria, de Velázquez, a cambio de la Inmaculada de los Venerables.

Una imagen para orar

San Pablo VI habló de la vía de la belleza como camino para comprender este misterio: “hay también otra, una vía accesible a todos, hasta incluso a las almas simples: es la vía de la belleza [via pulchritudinis], hacia la cual conduce, al final, la doctrina misteriosa, maravillosa y estupenda que constituye el tema del congreso mariano: María y el Espíritu Santo. En efecto, María es la criatura «tota pulchra»; es el «speculum sine macula»; es el ideal supremo de perfección que en todos los tiempos los artistas procuraron reproducir en sus obras; es «la mujer vestida de sol» (Ap. 12, 1), en la cual los rayos purísimos de la belleza humana se encuentran con los sobrehumanos, pero accesibles, de la belleza sobrenatural”.

Concluimos esta lectura, repasando visualmente las imágenes que nos han acompañado en el artículo, la sola vía de la belleza ¡cuántas verdades nos dice de María! Dejemos desgranar estos versos orantes:

Belleza y paz, sosiego de la gracia
y grande dulcedumbre en fe sentida,
oh Virgen del Espíritu, serena,
que emanas de tu faz sabiduría.

Belleza y gloria, cielo y añoranza
en búsqueda de amor el alma herida,
oh Madre de las sendas elevadas,
oh límpida belleza prometida.

¡Varón el más hermoso de los hombres,
oh Verbo-Esposo, bello de María,
recibe la alabanza, verde ramo,
y el cántico y la voz a ti debida! Amén.

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