Ven, Espíritu Santo

Cielo

Fr. Rafael Pascual Elías, OCD | Algo muy claro que tiene la Madre Teresa de Jesús a la hora de tomar la pluma y ponerse a escribir es que si el Espíritu Santo no le guía es tiempo perdido. Y no sólo para escribir, sino también en los largos y prolongados tiempos de oración. El Espíritu Santo es quien mueve a Teresa por dentro y por fuera; le empuja a poner por escrito lo que le hace arder en su interior y lanzarse a la aventura de fundar conventos por media España. Para hacernos una idea basta con enumerar las ocasiones en que aparece el Espíritu Santo en sus escritos sin contar aquellos momentos en los que a Él se refiere sin mentarlo directamente: ¡60! En sus cuatro grandes obras: Vida, Camino de Perfección, Castillo interior y Fundaciones así como en las cartas, el Espíritu Santo sopla con fuerza en muchas de sus páginas.

Mas que hablar del Espíritu Santo lo que hace es invocarlo, pedir que se haga presente, que se manifieste, que actúe en ella o en aquellos que lo necesitan. Así es la oración teresiana; una invocación al Espíritu de Dios para que llene su alma y pueda realizar y llevar a buen puerto aquello que Dios Padre le pide y que el Hijo, su Esposo, también exige para bien de toda la humanidad.

Pero si hay que escoger el paraje clave en su vida en que invoca con todo su ser al Espíritu Santo es el momento en que su confesor riojano, el jesuita Juan de Prádanos, ante la lucha interior que sufre en torno a su vida de oración, le aconseja que “lo encomendase a Dios unos días y rezase el himno de Veni, Creator, porque me diese luz de cuál era lo mejor. Habiendo estado un día mucho en oración y suplicando al Señor me ayudase a contentarle en todo, comencé el himno, y estándole diciendo, vínome un arrebatamiento tan súbito que casi me sacó de mí, cosa que yo no pude dudar, porque fue muy conocido. Fue la primera vez que el Señor me hizo esta merced de arrobamientos. Entendí estas palabras: Ya no quiero que tengas conversación con hombres, sino con ángeles. A mí me hizo mucho espanto, porque el movimiento del ánima fue grande, y muy en el espíritu se me dijeron estas palabras, y así me hizo temor, aunque por otra parte gran consuelo, que en quitándoseme el temor que ­a mi parecer­ causó la novedad, me quedó” (Vida 24,5).

Ante esta experiencia narrada en primera persona bien podemos concluir que si Santa Teresa de Jesús es capaz de llegar a lo más alto de la oración mística; a fundar una nueva orden de monjas y frailes siendo ella monja de clausura y a dejarnos por escrito lo más granado de la literatura espiritual del Siglo de Oro español es porque el Espíritu Santo le hace salir de sí para emprender la obra que Dios quiere regalar a su Iglesia: un modelo orante para todos los tiempos, una forma de vida religiosa que une oración y apostolado y unos libros que se siguen leyendo como pocos de aquel lejano siglo XVI. ¿Y esto cómo se entiende?, muy fácil; la Santa de Ávila nos proporciona la respuesta: “Plega a Él que acierte yo a declarar algo de cosas tan dificultosas; que si su Majestad y el Espíritu Santo no menea la pluma, bien sé que será imposible” (Castillo interior 5,4,11).

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