Santa Lucía: luz para nuestro camino
, Presbítero | Al acabar un año y comenzar otro, es bueno que hagamos balance en nuestra vida. No podemos vivir pasando los años sin más y no pararnos a ver la ruta que vamos siguiendo, pues de vez en cuando perdemos el rumbo y nos apartamos de la senda que Jesús señaló para todos los que queremos seguirle. Los santos siempre son faros que iluminan nuestra vida cristiana; son maestros y modelos de vida; son testigos auténticos de fe y portadores de la buena noticia de un Dios que les ha seducido y les ha transformado por dentro. Cuando leemos algunas semblanzas de los santos, nos damos cuenta de que todavía nos falta mucho para llegar a ser como ellos. A las puertas de un nuevo año 2018, además de mi felicitación sincera y mis mejores deseos para todos, quiero traeros, a modo de pinceladas, algunos rasgos de la vida de Santa Lucía, santa a quien celebramos el 13 de Diciembre.
Lucía: “La que lleva luz”
Es muy antigua la devoción a Santa Lucía tanto en el Oriente como en el Occidente. Su nombre figura en la primera plegaria eucarística que el Misal presenta para la celebración de la Santa Misa, lo que conocemos como el Canon Romano. Esta inclusión del nombre de Santa Lucía se debe, probablemente, al Papa Gregorio Magno. De acuerdo con «las actas» que se pueden consultar acerca de Santa Lucía, hay que decir que nació en Siracusa, Italia, en el seno de unos padres nobles y ricos, siendo educada en la fe cristiana. Perdió a su padre durante la infancia y se consagró a Dios siendo muy joven. Sin embargo, mantuvo en secreto su voto de virginidad, de suerte que su madre, que se llamaba Eutiquia, la exhortó a contraer matrimonio con un joven pagano. Lucía, aunque con trabajo, persuadió a su madre de que fuese a Catania a orar ante la tumba de Santa Águeda para obtener la curación de unas hemorragias. Ella misma acompañó a su madre, y Dios escuchó sus oraciones. Entonces, Lucía dijo a su madre que deseaba consagrarse a Dios y repartir su fortuna entre los pobres. Llena de gratitud por el favor del cielo, Eutiquia le dio permiso. El pretendiente de Lucía se indignó profundamente y delató a la joven como cristiana ante el pro-cónsul Pascasio.
La persecución de Diocleciano estaba entonces en todo su furor. El juez la presionó cuanto pudo para convencerla a que apostatara de la fe cristiana. Ella le respondió: Es inútil que insista. Jamás podrá apartarme del amor a mi Señor Jesucristo. El juez le preguntó: Y si la sometemos a torturas, ¿será capaz de resistir? La jovencita respondió: Sí, porque los que creemos en Cristo y tratamos de llevar una vida pura tenemos al Espíritu Santo que vive en nosotros y nos da fuerza, inteligencia y valor. El juez entonces la amenazó con llevarla a una casa de prostitución para someterla a la fuerza a la ignominia. Ella le respondió: El cuerpo queda contaminado solamente si el alma consiente. Siglos más tarde, Santo Tomás de Aquino, el mayor teólogo de la Iglesia, haciendo referencia a esta respuesta de Santa Lucía manifestaba que ya se corresponde con un profundo principio de la moral cristiana: No hay pecado si no se consiente al mal. No pudieron llevar a cabo la sentencia pues Dios impidió que los guardias pudiesen mover a la joven del sitio en que se hallaba. Entonces, los guardias trataron de quemarla en la hoguera, pero también fracasaron. Finalmente murió decapitada siendo mártir de Jesucristo por mantenerse fiel a Él.
La patrona de los ciegos
Aunque no se puede verificar la historicidad de las diversas versiones griegas y latinas de las actas de Santa Lucía, está fuera de duda que, desde antiguo, se tributaba culto a esta valiente santa de Siracusa. En el siglo VI, se le veneraba ya también en Roma entre las vírgenes y mártires más ilustres. En la Edad Media se invocaba a la santa contra las enfermedades de los ojos, probablemente porque su nombre está relacionado con la luz, “la que lleva la luz”. Cuando ya muchos decían que Santa Lucía es pura leyenda, se probó su historicidad con el descubrimiento, en 1894, de la inscripción sepulcral con su nombre en las catacumbas de Siracusa. Su fama puede haber sido motivo para embellecer su historia pero no cabe duda de que la santa vivió en el siglo IV. El famoso escritor Dante Alighieri en su obra “La Divina Comedia” atribuye a Santa Lucía el papel de gracia iluminadora. Así, a Santa Lucía se le ha representado frecuentemente con dos ojos, porque según una antigua tradición, a la santa le habrían arrancado los ojos por proclamar firmemente su fe. Hoy es la patrona de todos aquellos que son ciegos o tienen problemas de vista.
Intercesora nuestra
Estas breves pinceladas acerca de la vida de Santa Lucía nos estimulan a todos los creyentes de este siglo XXI a examinar, como decíamos al comienzo, los pasos que vamos dando al recorrer el camino de nuestra vida cristiana. A Lucía no la faltaron tentaciones y ocasiones de dejarse llevar por el camino de lo fácil y lo mundano. En todo momento supo mantenerse firme a Dios, y fiel a Él logró llegar a la más alta cumbre de la santidad. Hoy se convierte para todos nosotros en intercesora, en modelo, en aliciente y estímulo para ser fieles a Dios también en nuestro tiempo.