Sagrado Corazón de Jesús. El Amor Misericordioso de Dios

Sagrado Corazón de Valladolid

Rafael Belda Serra, Director de la Revista Tabor, Comisión Episcopal para la Vida Consagrada de la CEE | Si nos remontamos un poco en la historia diremos que ha habido en la Iglesia dos periodos durante los cuales floreció con especial intensidad la teología y la mística vinculadas al Corazón de Jesús: el comprendido entre los años 1250 y 1350 (en el que destaca especialmente santa Gertrudis de Helfta y el Monasterio benedictino del lugar), y el siglo XVII, cuando irrumpieron con fuerza san Juan Eudes y santa María de Alacoque. A partir del siglo XVIII, la devoción al Corazón de Jesús, que hasta entonces se había vivido sobre todo en los claustros, se convirtió en una devoción de todo el Pueblo de Dios.

De la importancia que ha tenido el Corazón de Jesús en la espiritualidad cristiana –y también el Inmaculado Corazón de María que se celebra al día siguiente- han surgido (según el Anuario Pontificio) alrededor de 170 congregaciones religiosas cuyo nombre oficial incluye una referencia explícita al Corazón de Jesús y María. Hay, además, congregaciones que, sin mencionarlo en su nombre expresamente, lo han situado en el centro de su vida. De todos es conocido, por ejemplo, que la experiencia espiritual de los Hermanitos y Hermanitas de Jesús, del P. Charles de Foucauld, se centra por entero en el Corazón y en la Cruz del Señor. También la Compañía de Jesús ha estado intensamente vinculada a esta devoción, al menos desde el siglo XVII. El mismo Papa Pío XI llegó a escribir en la encíclica Miserentissimus Redemptor (1928), que el culto al Corazón de Jesús es el compendio de toda la religión y aun la norma de vida más perfecta.

Podemos preguntarnos: ¿Por qué una devoción tan alta al Corazón de Jesús?

Desde el siglo XVIII hasta nuestros días, la palabra “corazón” evoca ante todo el sentimiento; pero en el siglo XVII, cuando vivieron grandes promotores de esta cristológica devoción –san Juan Eudes y santa Margarita María de Alacoque- el corazón era la sede del entendimiento y de la voluntad, en fiel prolongación a la tradición judía más pura, donde el corazón es el lugar del discernimiento. En la Biblia encontramos la palabra corazón hasta 853 veces en el Antiguo Testamento y 148 en el Nuevo Testamento, por lo tanto, prácticamente un millar de veces, la inmensa mayoría de las cuales comporta un significado no biológico sino simbólico.

Para los semitas, el corazón representa el núcleo íntimo de la persona, el centro unificador de su ser, lugar de donde proceden las decisiones interiores y, consiguientemente, las acciones exteriores. Por eso la Sagrada Escritura nos dice que Dios debe ser amado por el hombre con todo su corazón (cf. Dt 30,6), que debe circuncidar el corazón antes que el prepucio (cf. Dt 10,16), y que rasgar el corazón es más agradable ante Dios que las vestiduras (cf. Jl 2,13). Del mismo modo, para que el pueblo obstinado cambie de conducta y pueda así convertirse para ser salvado, es necesario que Dios mismo les cambie el corazón (cf. Ez 36, 26). Por lo tanto, para un judío como Jesús, su corazón manifiesta el núcleo más íntimo de su ser. Acercándonos al Sagrado Corazón de Cristo, nos estamos acercando a su más íntima intimidad.

Pero debemos tener en todo momento muy presente que el hombre Jesús de Nazaret es, a su vez y de modo inseparable, Dios de Dios; por lo tanto el Corazón de Jesús es también manifestación del Corazón del mismo Dios. Así pues, si el corazón es el “centro” de Jesús, nos preguntamos: ¿qué es lo que encontramos en ese centro vital? ¿Cuál es la fibra más íntima de su ser más íntimo? Y la respuesta no puede ser otra que la manifestada en la revelación bíblica, en la tradición de la Iglesia y en el Magisterio de los Papas: ¡mucho amor! ¡Amor Eterno! ¡El mismísimo Amor de Dios!, tal y como lo atestigua el apóstol Juan en su primera carta (cf. 1Jn 4,8.16) y ha confesado bellísimamente el Papa Benedicto XVI en su Primera Encíclica: Deus Caritas Est.

Sagrado Corazón

He aquí la buenísima noticia de esta entrañable fiesta: ¡en el Corazón de Jesús no encontramos cualquier amor humano… encontramos el Amor Divino, el Amor mismo de Dios, el Amor Eterno del Dios Eterno! Un amor de ágape, es decir un amor que no excluye a nadie y que no hace acepción de personas, porque Dios ama a los pecadores y hace salir su sol sobre buenos y malos (cf. Mt 5,45). Evidentemente que Dios no ama el pecado… No puede amar el pecado porque el pecado es precisamente lo más contrario a Dios, pues es la negación del mismo amor… Pero ¡Dios ama al pecador!, y lo demuestra enviando a su propio Hijo que no ha venido a por los justos sino a por los pecadores, igual que no necesitan de médico los sanos sino los enfermos (cf. Mc 2,17). El mismo san Pablo se atreverá a decir que no esperó Dios a que fuéramos buenos para amarnos… porque Su Amor es incondicional, no exige condiciones previas… ¡Dios nos amó cuando éramos pecadores! (cf. Rom 5,8). Y este amor, así de puro y de gratuito, es el que provoca el cambio radical, el cambio del corazón, en quien lo acoge, lo recibe, lo guarda… y se deja transformar por él.

Frente a esta impresionante noticia de un Amor tan inmerecido como salvífico, nos podemos preguntar por qué Dios ama lo que no es amable, por qué Dios ama al pecador, por qué Dios me ama a mí que tantas veces no sé, no puedo o no quiero corresponderle… Sólo hay una respuesta: porque El –en su esencia es AMOR, de tal modo que es imposible que Dios no ame, porque no se puede contradecir a sí mismo.

Un autor del siglo IV, -un santo padre del desierto- san Isaac de Nínive, llega a afirmar que Dios no puede sino darnos su Amor… porque nuestro Dios es TERNURA.

¡Esto es precisamente lo que celebramos con el Sacratísimo Corazón de Jesús!: un amor que no tiene medida porque su única medida es el amor sin medida. Un amor absoluto y Eterno, porque es desde siempre y es para siempre. Para Dios, amar no es otra cosa que manifestar lo que es. Y el amor no es sólo ni principalmente una actitud de Dios o un modo de actuar de Jesús… ¡El amor es la esencia constitutiva de su ser! No sólo pertenece a su obrar sino que constituye su ser, pertenece a su esencialidad… es su íntima intimidad: Bondad, Ternura, Compasión, Misericordia. Digamos entonces que si alguien se siente abandonado y sumido en el pozo de la soledad o de la desesperación, es que no ha conocido el Corazón traspasado de Cristo.

Santa Gertrudis de Helfta, la gran mística medieval del Corazón de Jesús, acertó a expresarlo de un modo tan sencillo como magnífico. En cierta ocasión, apesadumbrada por sus miserias interiores, dudaba que pudiera agradar algún día al Señor, porque si ella veía tan claramente su perversidad, pensaba que mucho más la vería Dios. Pero Jesús le respondió con sencillez que el amor hace amable al amado.

Y lo mismo san Jerónimo, a quien Jesús mismo le pidió en una revelación: entrégame lo más propio de ti, lo más tuyo Jerónimo… El santo anacoreta y tan amante de las Escrituras quiso entregarle su vida, su salud, su inteligencia, sus esfuerzos y trabajos, sus sacrificios y sus ayunos… Pero Jesús le sorprendió pidiéndole sólo una cosa: dame tus pecados Jerónimo… dame tus pecados.

¡Sólo quien es el Amor en persona puede amar así!

Terminamos con las palabras del Papa Pío XII en su encíclica Haurietis aquas, dedicada precisamente a esta verdad del Amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Dice el Papa:

El Corazón de Jesús (…) representa y pone ante los ojos todo el amor que El nos ha tenido y nos tiene aún. Y aquí está la razón del por qué el culto al Sagrado Corazón se considera, en la práctica, como la más completa profesión de la religión cristiana.

El culto al Sacratísimo Corazón de Jesús no es sustancialmente sin el mismo culto al amor con que Dios nos amó por medio de Jesucristo, al mismo tiempo que el ejercicio de nuestro amor a Dios y a los demás hombres. Dicho de otra manera: este culto se dirige al amor de Dios para con nosotros, proponiéndolo como objeto de adoración, de acción de gracias y de imitación (…).

Ninguno comprenderá bien a Jesucristo crucificado si no penetra en los arcanos de su Corazón (…).

No dudamos en proponer la devoción al Sagrado Corazón de Jesús como escuela eficacísima de caridad divina.

Pio XII, Haurietis aquas, nn. 29b

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