Misterio de koinonía
(artículo recuperado del número 91 de la revista)
Koinonía es comunión
Con demasiada frecuencia, se toman como sinónimos los verbos compartir y comulgar. Se comparte, hablando con propiedad, lo que “se parte”. En cambio, se comulga aquella realidad que no se divide, porque no admite división. La comunión se dirige y se refiere propiamente a bienes indivisibles, que por serlo, no se pierden cuando se comunican, sino que siguen siendo propios -e incluso llegan a acrecentarse- cuando se entregan.
El término-objeto propio e inmediato de la koinonía evangélica es la Persona misma de Cristo, en quien comulgamos, al mismo tiempo, con el Padre y con el Espíritu. Nuestra comunión (=koinonía), dice Juan, es con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Jn 1, 3). Y San Pablo, por su parte, habla de la comunión -koinonía- del Espíritu (cf 2 Cor 13, 13; Filp 2, 1; etc.).
La biblia nos habla de koinonía
La Escritura, sobre todo el Nuevo Testamento, revela que Dios ama al hombre con un amor absolutamente libre, gratuito y personal. Y el vocablo koinonía sirve para designar ese nuevo tipo de relación personal entre Dios y el hombre, que es alianza y amistad. Jesucristo es la realización suprema y la máxima expresión de esa koinonía. Compartiendo la carne y la sangre del hombre (cf Hebr 2, 14), ha hecho al hombre capaz de compartir la naturaleza divina (2 Pe 1, 4). Asumiendo nuestra naturaleza, nos hizo partícipes de la suya.
San Pablo entiende siempre la koinonía en un contexto cristológico, es decir, en referencia inmediata y explícita a Jesucristo. No se trata de compartir “algo”, una cosa o un bien material, sino de “comulgar” la misma vida divina, que es esencialmente filiación y que crea entre Dios y el hombre una “comunidad biológica” y familiar. En virtud de ella, ya no somos extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios (Ef 2, 19). Somos hijos del Padre; hijos en el único Hijo que el Padre tiene, Jesucristo por una real participación de su filiación sustantiva; e hijos por la acción vivificante del Espíritu Santo, que mora en nosotros.
Los sacramentos son koinonía
El Bautismo y la Eucaristía son los momentos centrales de la koinonía cristiana, pues en ellos se recibe la misma vida y filiación de Cristo y se comulga su Cuerpo y su Sangre. Estos dos sacramentos, por realizar una viva “incorporación” a Cristo y una verdadera configuración con él, realizan la inserción más profunda y vital en su Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, como misterio de gracia y de salvación. La comunión con Cristo es comunión con el Padre en el Espíritu Santo. Y, en ella y desde ella, se hace también comunión con los hombres.
La realización máxima y la máxima expresión de la Koinonía es la Eucaristía, en cuanto Sacrificio y en cuanto Sacramento, que prolonga el mismo Sacrificio. La común-unión de todos y de cada uno con uno solo -que es Cristo en Persona- se realiza y se expresa al máximo en la Comunión sacramental. Por eso, es el centro vivo de la Iglesia entera, su raíz y su alma. Y ha de serlo también, de un modo especial, en esa original Comunidad, que es Común-unidad de todos con Cristo y en Cristo, que es la vida consagrada.
San Pablo subraya el carácter dinámico de la koinonía, al mismo tiempo que pone de relieve la índole absolutamente gratuita de la salvación sobrenatural. Todo es realmente gracia; pero “gracia” que transforma por dentro al hombre y le hace capaz de responder y le urge a responder, con una cooperación activa, a la obra salvadora de Dios. La koinonía implica una participación activa del creyente -nunca en solitario, sino en unión de los unos con los otros- en la vida del Señor paciente y resucitado. Subraya la dimensión interior de esta comunidad de salvación, pero lleva consigo también un aspecto material, como lo muestra la colecta en favor de los pobres (cf 2 Cor 8, 1 ss.). Los cristianos poseen y ponen -en Cristo- todos los bienes en común.
San Juan entiende la koinonía como relación personal de intimidad con las Divinas Personas y como una real participación en su vida. Para él, supone la presencia y la permanencia recíproca, la “inhabitación” mutua. Koinonía (cf 1 Jn 1, 2-7; Apoc 1, 9; etc.) corresponde a los verbos “estar en” y “permanecer en” (cf Jn 6, 57; 14, 10; 15, 1-10; 1 Jn 2, 6.24; 3, 24; 4, 12-16; etc.).