La oración cristiana (III)

Orando

Luis Mª Mendizábal, Ex director Nacional del APOR | Cristo es el camino, el que nos introduce a esa intimidad. La presencia interpersonal, que es vivir en la presencia del Señor, se comunica mientras nosotros nos movemos ante su mirada, ante su amor. Va penetrándonos y envolviéndonos en su amor. No se puede estar en la presencia sin sentir esa presencia de una manera verdadera, sin que esa presencia cale. Eso es lo que Dios quiere. Que estemos penetrados de su amor continuamente. La presencia interpersonal implica estar abierto, dejándose penetrar. Es una continua revelación. Estar llamado a vivir en la presencia es estar llamado a acoger continuamente una revelación de sí mismo de Dios a nosotros, que en la presencia se revela, se comunica. Eso es lo que llamamos conversación intima, filial con Dios.

La revelación en Cristo no es simplemente contarnos que existe algo determinado en Dios. La revelación siempre es revelación de la intimidad de su amor. Por lo tanto estamos llamados y el Señor quiere revelársenos. No quiere decir que añade verdades que ya están reveladas en Cristo, pero no es simplemente que El dijo esas palabras y nosotros vamos únicamente a conocerlas, sino que en esas palabras el mismo Dios se nos revela amorosamente. Es lo que llamara san Ignacio tan frecuentemente ‘conocimiento amoroso’. Lo que llama san Juan de la Cruz ‘noticia amorosa’. Es que se revela, se da y se da…

Nosotros conocemos a Dios no sólo con un conocimiento abstractivo a través de todas las criaturas que nos llevan a conocer y saber que hay un creador, que es infinito, que tiene que estar presente en ellas; si no que El nos penetra y en ese penetrarnos lo conocemos, y lo conocemos con lo que llamamos ‘luz de fe’. La luz de fe no es una simple abstracción sino que tiene una cierta inmediatez. Cuando Dios se revela se comunica también. Es algo que también nos pasa con otras cosas. Por ejemplo, si nosotros tenemos unos rayos X nosotros vemos la realidad desde el interior de las cosas, pero no porque yo no tenga esos rayos X no sea verdad lo que yo veo, veo lo que existe. Pero no basta que eso exista para que yo vea, necesito las dos cosas: que exista y que yo tenga esos rayos para penétralo. Pues bien, Dios me introduce en la realidad sobrenatural, divina, gracias a que El mismo se me revela y comunica. El mismo interiormente, con la luz de la fe, me introduce. De tal forma que podemos decir, de verdad, que es introducirnos al trato amigable con Dios y Dios nos introduce a su amor, a su intimidad de amor. Esto es lo que llamamos también ‘conocimiento interno’ que no es simplemente conocimiento de las cosas interiores de otro (que puedo yo conocer por otros capítulos) sino conocimiento que nos introduce en el otro. Y no nos introduce si El mismo no se nos manifiesta, no se nos revela… El mismo nos abre el camino. Conocimiento que viene del hecho que El vitalmente se ha introducido en nosotros.

Esta es la vida a la cual nosotros hemos sido llamados. Vida realmente maravillosa, vida de fe, vida en la presencia del Señor y esto gracias a una llamada del Señor. Si en el plan divino, el Señor, de tal manera quiere, entablando ese contacto con nosotros, realizar en nosotros sus planes, que los haga sacramento de su presencia. Es decir, que nosotros sirvamos, en cierta manera, de vehículo para que Dios se acerque a los demás. Y ese sacramento de la presencia en el corazón se hace precisamente por la manifestación del corazón. Es decir, que en el amor humano -que es la manifestación del corazón- se perciben unas irisaciones del amor divino que lo informa. Y de esta manera el cristiano se convierte en sacramento de la presencia de Dios. Esta es la vida, pues, a la cual nosotros hemos sido llamados.

La palabra que recuerda en la carta a los romanos 8,30 ‘a los que predestinó a estos los llamó’, la llamada. En el Nuevo Testamento, la vida en la presencia de Dios se pone en relación con la llamada, con la vocación ‘nos llamó’. Nos quiso llamar… es la gratuidad. El llamar no es simplemente dar una voz sino es una voz en la cual el que llama invita a penetrar en El. Y por lo tanto, ya en sí lleva un contenido de revelación. Toda llamada tiene algo de revelación, cuando llama el Señor. Y la vida cristiana es una verdadera creación nueva porque esta vida es una creación nueva. El vivir así es una creación porque eso es obra de Dios, no obra nuestra. Por eso tenemos que tener la conciencia clara de que en esta conversación hemos de introducirnos en el campo de Dios. Y que vivir la vida cristiana es vivir en el campo de Dios.

Entonces el mismo san Pablo en 2Cor4,6 dice ‘aquel Dios que había mandado ‘la luz brille en las tinieblas’ la hizo resplandecer en nuestros corazones’. El mismo hizo brillar esa luz. Esa luz que es reflejo de El que es la luz, ‘vosotros sois luz del mundo’. Y la luz es Cristo ‘yo soy la luz del mundo’. Y de una manera más delicada lo explica también san Juan cuando en sus primeros capítulos marca siete días en correspondencia con los siete días de la creación, queriendo veladamente significar que se trata de una nueva creación. Y recorriendo el capitulo primero de san Juan se va viendo como indica al día siguiente… al día siguiente…. Y así cuatro días. Y luego dice ‘después de tres días’: los siete días de la creación. Al séptimo día habla de las bodas de Caná, del signo de la redención. Es pues como una creación, muy discreta, pero una verdadera creación.

Y ¿en qué consiste esa creación? En la llamada de Cristo. Ella es la que nos crea y la que nos coloca en este horizonte, que sin suprimir estas realidades, las envuelve y nos pone en otro nivel. A lo que el Señor nos llama es a que vivamos todo esto pero en otra clave, en otro horizonte. Y entonces cambia el sentido de las cosas; y las cosas no se quedan ya en una especie de prisión que nos encarcela sino que comprendemos que vivimos en una presencia del infinito amor, y que todas las cosas son transparencia de ese amor. Ahí es donde tenemos que vivir. No arrancándonos de la realidad del mundo sino iluminando esa realidad, viviéndola con esta actitud interior.

Así tenemos que vivir la vida de fe. El conocimiento de Dios y de la realidades divinas empeña no solo la inteligencia sino todas las potencias del hombre. La Palabra de Dios se dirige al hombre en su totalidad, en su integridad. Y esa Palabra es eficaz. Nos hace conocer a Dios en cuanto nos asimila a El y nos transforma en El. Esto es inseparable. El conocer a Dios consiste en que El entra en nosotros, nos da ese conocimiento amoroso. Yo no puedo conocer amorosamente si El primero no se me ha abierto, y el abrirse quiere decir que El se ha introducido dentro y me ha invitado a acogerle. Yo entonces, simplemente me abro a esa luz del Señor. Ese conocimiento, pues, es un conocimiento espiritual. Lo vemos expresado desde muy antiguo, desde los Padres de la Iglesia en la Doctrina de los sentidos espirituales.

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