La lágrima del Padre

La Pasión de Cristo
Fotograma de La Pasión de Cristo

Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de Orihuela-Alicante | Hay una escena de la película La Pasión de Mel Gibson que ha suscitado muchas preguntas entre sus espectadores, hasta el punto de que no pocos han descubierto allí una nueva dimensión de la pasión de Cristo. Nos referimos al episodio de la lágrima de Dios Padre, conmovido ante la entrega de su Hijo en la cruz.

Dirigiendo su mirada a lo alto, Jesucristo pronuncia su última palabra: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”; para luego expirar entregando su espíritu. La cámara eleva paulatinamente la toma, hasta enfocar el Calvario desde un punto que evoca la perspectiva del Cielo. En ese momento, se desprende una gota de agua -la lágrima de Dios Padre- que termina por estrellarse en el suelo, provocando un terremoto. De esta forma tan sencilla y sugerente, se abre una ventana al designio redentor de Dios: ¡el Padre se ha conmovido ante la entrega de su Hijo en la cruz!

«Tanto amó Dios al mundo…»

Para entender esto, es necesario desempolvar algunos pasajes bíblicos, a veces olvidados o relegados, en los que se revela que Dios Padre entregó a su Hijo a la cruz como sacrificio de salvación y reparación por toda la humanidad: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10).

Maticemos que sería un error interpretar que Cristo es entregado a la cruz en contra de su voluntad. El Hijo ofrece su vida al Padre libremente y por amor, para reparar nuestra desobediencia (Cf. 1Tm 2,6). Finalmente, el Padre, conmovido, acepta el sacrificio de su Hijo. La resurrección de Cristo no es sino el abrazo del Padre a Cristo, por el que acoge su ofrenda en favor de todos los hombres. Como fruto de este designio de salvación, la humanidad es reconciliada con Dios por medio de Cristo: somos hijos en el Hijo.

«Lento a la ira y rico en clemencia»

Mel Gibson se tomó la libertad de unir la escena del inicio del terremoto, narrado en Mt 27,51, con la caída de esta lágrima divina. De esta forma, esa lágrima pasa a ser expresión, al mismo tiempo, de la cólera y de la misericordia divina. Aclaremos: evidentemente, en Dios no puede haber irritación egoísta ni espíritu de represalia. Por tanto, hemos de entender esa de Dios como la expresión de su santidad que “sufre” por el rechazo de la gracia de salvación, e intenta por todos los medios superar los obstáculos derivados de la mala disposición del hombre, igual que hizo al expulsar a los mercaderes del Templo (Jn 2,14ss).

Por ello mismo, la cólera divina expresada en el terremoto, se traduce en misericordia para el soldado romano que atraviesa con su lanza el costado de Cristo. La película recoge plásticamente un paralelismo referido por el escriturista Ignace de La Potterie.

En efecto, allí donde Marcos y Mateo narran que el velo del Templo se rasgó al morir Cristo, de forma paralela, Juan relata que también el costado de Cristo fue rasgado por la lanza. Ya no hay ningún velo que nos oculte a Dios. En la muerte de Cristo se desvela el misterio escondido en el Antiguo Testamento. Dios ya no tiene secretos con nosotros. El Corazón de Cristo, nos muestra la intimidad de Dios: “A vosotros ya no os llamo siervos, sino amigos; porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Cf. Jn 15,15).

La obediencia de uno

Intercalado en las diversas secuencias del terremoto originado tras la caída de la lágrima de Dios Padre, Gibson reserva un breve e intenso flash que refleja la desesperación de Satanás. En efecto, el acto de obediencia que encierra la cruz supone la victoria definitiva sobre el demonio, quien en todo momento había estado al acecho, intentando apartar a Jesús del designio redentor recibido de su Padre. Así entenderemos la importancia del pasaje bíblico: “Si por la desobediencia de uno, todos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno, todos serán justificados” (Rm 5,19).

Tenemos que agradecer sinceramente a Mel Gibson que no se limitase en la producción de su película a una descripción externa de los sucesos de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Por el contrario, prestó un inestimable servicio a la fe católica, al ponernos en contemplación de la dimensión salvífica de la muerte de Cristo.

En la cruz de Cristo se aúnan dos planos diferentes, aunque no contradictorios: la libre causalidad humana y el designio redentor de Dios, tan frecuentemente anunciado por los profetas. Al mismo tiempo que Jesús padece la mayor de las injusticias humanas, entrega su vida por nuestra justificación en un acto de amor al Padre y a cada uno de nosotros: “A mí nadie me quita la vida, sino que yo la doy voluntariamente” (Cf. Jn 10,18).

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