La familia, fuente de oración
| Cuando entras a una casa y te encuentras con diversas imágenes religiosas además de la Biblia quiere decir que esa familia está unida en Dios. Dios es el centro del matrimonio y sus hijos que de igual modo que crecen ante el amor, alimento y formación de sus padres, lo hacen bajo el amparo divino de la oración que aprenden y hacen suya al ver a sus padres y hermanos mayores. La familia se convierte así en el primer ámbito de oración de todo ser humano. Hoy son pocas las familias que oran en su casa, que ponen a Dios, a la Virgen y a los Santos en el centro de su vida íntima. Pocas pero existen; ¡y qué alegría encontrarnos con ellas!
Estas familias son las que construyen la Iglesia y a las que podemos llamar iglesia doméstica. Van juntos a participar de la eucaristía dominical y el domingo no es un día de fiesta sin más, sino el día en que se reúnen para orar juntos con los hermanos que participan como ellos en la misa. A lo largo de la semana no dejan de lado lo vivido en el domingo, sino que lo perpetúan de tal modo que oran a lo largo de cada jornada al bendecir la mesa, rezar el rosario, pedir por diversas intenciones, dar gracias por los dones recibidos,… todo de un modo natural y sencillo que hace ellos un reflejo fiel de la iglesia como comunidad orante.
Todo ello nace de la experiencia de Dios, que llena sus corazones con la fuerza y poder del Espíritu Santo. Sin éste no se puede hacer nada, es quien guía a cada familia a vivir en plenitud el don de la vida que de Dios viene y a Dios se entrega. La oración en familia es fruto del paso de Dios por cada uno de sus miembros que se saben llamados y convocados a entrar en diálogo con Él; cada uno a su manera y a su nivel, según la edad y estado de madurez espiritual. Lo importante es que todos quieren rezar, conversar, buscar momentos de encuentro con el que sostiene la vida familiar y a la vez ser modelo para crear nuevas familias que ponen en el centro a Dios. Si los hijos descubren en sus padres la importancia de la oración y el modo de vida que ello supone, seguro que al formar un nuevo hogar o seguir la llamada a la vida religiosa o sacerdotal, podrán decir aquello mismo que recuerda Santa Teresa de Jesús al poner la mirada en sus padres: “El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena” (Vida 1,1).