La esperanza cristiana

| La esperanza cristiana, en su visión de conjunto, es la de un pueblo que depende de Dios. Es la de una humanidad que el Señor llevará adelante, materializando lo que se ha comprometido a realizar con su pueblo. Esta es la esperanza por excelencia. No una esperanza cualquiera, sino que tiene valores reales y objetivos, que no son fruto de una ilusión subjetiva.
Dios omnipotente, en su amor infinito al hombre, ha prometido realizar de él una plenitud que supera las propias posibilidades interiores del hombre, ya que Dios es una potencia creadora. Le prometió una descendencia a Abrahán y un pueblo nuevo que debía nacer, precisamente, de quienes eran ancianos y estériles. Lo hizo indicando siempre la ley fundamental de toda promesa divina, articulada en la intervención de la acción omnipotente de Dios, que no presupone capacidad en el hombre, sino que la supera y crea. Aquí está la fuerza de la esperanza cristiana.
En el cumplimiento de sus planes grandiosos, Dios ha querido revelarnos y comunicarnos en Cristo su intimidad, su amor personal. Nosotros nos encontramos en una escatología que ha comenzado ya y que, por lo tanto, no admite una novedad absoluta. Cuando yo voy creciendo en la vida de oración lo que voy alcanzando, por don de Dios, no es nunca una novedad absoluta. No existe para el cristiano, ni por parte del Verbo que se ha hecho ya carne, ni por parte del Espíritu Santo que ya se ha comunicado a los fieles, ni por parte de la superación del Príncipe de este mundo que ha sido vencido, ni por parte de la filiación divina que hemos recibido ya, ni por parte de la revelación esencial ya terminada.
En el Apocalipsis, Jesucristo aparece detrás de Juan, que oye una voz y tiene que volverse atrás, donde se encuentra con el Señor: el que es, el que era, el que viene. Se encuentra con Jesucristo vivo, pero mirando atrás, lo cual quiere decirnos que en la historia tenemos que mirar hacia atrás, teniendo en cuenta que no todo es futuro, sino que el hecho fundamental del Verbo encarnado queda detrás de nosotros. Por eso, no hay una novedad absoluta, sino unión con Cristo y plenitud mayor del Espíritu Santo que se nos ha dado, pero no novedad absoluta.