La entrevista
| Bajó el último tramo de las escaleras de dos en dos, salió del portal, comprobó que llevaba todo lo necesario –la grabadora, el micrófono, la libreta, el bolígrafo…- y comenzó su camino buscando a alguien especial que le llevara el corazón para realizar su trabajo. Sí, efectivamente, Daniel tenía que preparar su trabajo de doctorado en sociología y para ello debía entrevistar a una serie de personas por la calle.
Comenzó a mirar a su alrededor mientras caminaba buscando a quién preguntar. Se atrevió con algunas personas, pero la mayoría rehusaba a pesar de indicarles que solo era para un trabajo y que sus respuestas no serían almacenadas en ninguna base de datos oficial. Hombres, mujeres, niños, adolescentes… Daniel fue recogiendo lo que podía en sus apuntes.
Por fin llegó hasta el parque de la ciudad. Cansado ya, se sentó en un banco a la sombra. Empezó a darle vueltas a la idea de dejarlo todo, por lo menos por hoy; igual al día siguiente tendría más fortuna. Podía sacar algunas cosillas de las de hoy para comenzar, pero no era suficiente más que para llenar un folio.
Absorto en sus pensamientos, no se dio cuenta de que un hombre de cierta edad se había sentado junto a él. Volvió a la realidad cuando aquel hombre le dijo:
– Te veo preocupado, joven, ¿puedo hacer algo por ti? –preguntó en un tono muy dulce.
Sus palabras resonaron dentro del joven que abrió un ojo y se incorporó súbitamente.
– Eeeeeh!… Pues sí, la verdad es que tenía que hacer un trab…
– ¿Y a qué esperas para hacerme las preguntas? Vamos joven, yo tengo mucho tiempo, pero tú imagino que tendrás mucho que hacer todavía –dijo el anciano.
Daniel, sorprendido de que no terminara aún de hablar y de que aquel hombre ya supiera lo que iba a pedirle, comenzó su repertorio de preguntas tartamudeando.
– Biiien, bien, comencemos –musitó el joven mientras acercaba el micrófono al anciano que había tomado una postura serena para responder a las dudas de aquel joven.
– Muchos hombres y mujeres en la actualidad se sienten solos y piensan que no hay nada que puedan hacer para mejorar la situación ¿a qué cree usted que es debido? –preguntó Daniel.
– Esos hombres y mujeres no saben que hay alguien que les ama a pesar de sus errores. Y no entienden que no habrá nada que puedan hacer tan bueno que aumente su amor ni nada tan malo que haga que los deje de querer –contestó el anciano mientras jugaba con una mariquita entre sus manos.
– Los jóvenes –prosiguió Daniel- salen por la noche en busca de felicidad, beben hasta emborracharse y vuelven a sus casas con un gran vacío interior ¿cree que está en algún ingrediente de la bebida esa ansiedad que provoca en ellos?
– La mayoría de mis queridos jóvenes no han descubierto que tienen sed, pero sed verdadera de alguien que tiene sed de ellos. Sed de un agua viva que solo él les puede dar y que solo ella les saciará. Si supieran quién les pide de beber y cuánto los ama y les conoce a pesar de sus fallos…
– El número de divorcios aumenta considerablemente año tras año ¿no existe ya amor en el mundo?
– La fuente del amor es inagotable, pero los hombres pierden sus años en tener y tener como si eso fuera lo más valioso y no se dan cuenta que lo más valioso es a quién tienen en sus vidas.
– ¿Y las heridas que el hombre provoca son realmente curables?
– Se tarda apenas un segundo en producir una herida y puede llegar a ser años lo que tarda en curarse. Solo hay un corazón capaz de sanar esas heridas si se acercan a él con confianza.
– ¿Puede un hombre ser juez de otro hombre?
– ¡El que esté libre de pecado que tire la primera piedra!. Mas si ellos no condenan yo tampoco lo haré. Los hombres deben corregirse mutuamente, con sabiduría, prudencia y con el mismo amor de aquel que a ellos les perdona.
– ¿Cuántos bienes debe conseguir un hombre para salvaguardar su seguridad y la de su familia?
– Hay que tener mucho cuidado con la avaricia; aunque se nade en la abundancia, la vida no depende de las riquezas. No hay que atesorar para sí, sino hacerse rico ante Dios.
– Una última pregunta y ya que ha hablado de Dios: ¿cuál es la distancia que hay entre un hombre y Dios?
– La distancia que hay entre un corazón arrepentido y una oración sincera.
– Y ya para terminar ¿podría decirme su nombre y su edad? –preguntó satisfecho Daniel.
– Sí, joven, por supuesto. Yo soy Dios y mi edad la eternidad. Aunque me extraña que aún no lo hubieras adivinado…
Y diciendo esto desapareció dejando tras sí la misma quietud con la que había llegado.
Daniel, impresionado, recordó una a una todas las respuestas y comprendió cómo se le encendía el corazón mientras lo escuchaba. Entonces guardó la grabadora y todo lo demás y decidió no entrevistar a nadie más ¿Para qué si ya tenía toda la verdad en su mochila?