El mejor tributo del bosque: el árbol de la Cruz

, Presbítero y Profesor de Historia del Arte
Todo el dolor de los hombres
estaba en la Cruz latiendo,
y todos nuestros pecados
Jesús los llevaba adentro.
Todo el amor de Dios Padre
y del Espíritu el fuego,
eran perdón y eran vida
en el cuerpo de Dios Verbo.
Jesús moría por mí,
me miraba y yo lo siento,
y me abrazaba al morir
hecho uno con su cuerpo.
Yo de la nada hasta el ser
fui llamado a ser eterno,
al Hijo de Dios me abrazo
y me abismo en su misterio.
El Espíritu que acompaña a su Pueblo, no deja de suscitar la reflexión que cada día nos llega en forma de palabras de sentido para la crisis que estamos viviendo. Sería imposible cuantificar los datos bien consumidos en nuestros correos electrónicos, whatsapp, canales de Youtube, webs, twiter e Instagram… y en medio de tal abundancia de datos, no hay palabra que más sentido dé que mirar a la Cruz de Cristo, en la cual todo dolor, toda dificultad encuentra sanación, reconciliación y amor. Comentaba uno de nuestros Obispos de España que podemos correr el riesgo de manifestar un cierto clericalismo e infantilismo del Pueblo de Dios si sólo compartimos archivos de audio o video, mensajes difundidos, celebraciones diferidas… y no estimulamos la oración personal, la reflexión y la meditación de la Palabra que ilumine cuanto sucede.
Estamos llamados a vivir con sentido este momento de excepcionalidad que nos remiten a los valores de la vida oculta de Jesús, a sus momentos de noche, a su silencio y Getsemaní y también a su Gólgota. Un proceso que el Señor vivió en actitudes nacidas del silencio y la interiorización del querer de Dios Padre, que no retuvo para sí a su propio Hijo, sino que en Cruz lo entregó por nosotros. La Cruz, ¡qué sílaba más breve para decir, y qué densa para sentir!
Trazando la cruz bendecimos la acción litúrgica, sacramental, solicitamos la ayuda del Señor, marcamos el mundo con su sello, hacemos presencia en lo que somos de lo que Él es, aleja el mal y acerca la gracia de Dios. La Cruz de Cristo que es Cruz de la Humanidad dolorida en cada paso de la Historia, en cada dolorido y llagado. Cruz, Palabra de sentido: Stauros, Crux, Cruz… en todas las lenguas para todos los tiempos. La Cruz, desnuda del Cristo, o vestida de su Cuerpo. Cruz gloriosa que salva y reconcilia. La Cruz que se evoca en la fórmula de absolución de los pecados en nuestra Penitencia, que en la persona de Cristo trazamos al reconciliar: ¡Vete en Paz! Cruz que reconcilia.
Junto a Pedro
De entre las numerosas catequesis del Santo Padre Francisco sobre la Cruz, en este caso en septiembre de 2017, traigo a nuestra consideración la que nos habla de la Cruz y la Reconciliación. Os invito a meditar las referidas a las imprecaciones de Gestas. Sí, digo bien, vamos a pensar en ese contexto menos aleccionador aparentemente, su actitud tiene que ver con la de muchos que en este momento imponen el silencio a Dios, no es que se quejen del silencio de Dios ante la pandemia, sino que incluso rechazan que Dios pueda decir algo ante este dolor. La cita es extensa, pero en estos momentos creo que tiene una gran profundidad.
Las palabras de Jesús en la Cruz en el evangelio de Lucas, son tres y expresan tres dimensiones de la reconciliación. En primer lugar Jesús como víctima de la ofensa de la crucifixión solicita al Padre el perdón y Jesús perdona: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). San Lucas que los dos ladrones crucificados con Jesús se dirigen a Él con actitudes opuestas: El primero lo insulta, como lo insultaba toda la gente, ahí, como hacen los jefes del pueblo, pero este pobre hombre, llevado por la desesperación: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros» (Lc 23,39). Este grito testimonia la angustia del hombre ante el misterio de la muerte y la trágica conciencia que sólo Dios puede ser la respuesta liberadora: por eso es impensable que el Mesías, el enviado de Dios, pueda estar en la cruz sin hacer nada para salvarse. Y no entendían esto. No entendían el misterio del sacrificio de Jesús. Y en cambio, Jesús nos ha salvado permaneciendo en la cruz. Y todos nosotros sabemos que no es fácil “permanecer en la cruz”, en nuestras pequeñas cruces de cada día: no es fácil. Él, en esta gran cruz, en este gran sufrimiento, se quedó así y ahí nos ha mostrado su omnipotencia y ahí nos ha perdonado. Ahí se cumple su donación de amor y surge para siempre nuestra salvación. Muriendo en la cruz, inocente entre dos criminales, Él testimonia que la salvación de Dios puede alcanzar a todo hombre en cualquier condición, incluso en la más negativa y dolorosa.
La salvación de Dios es para todos: ¡para todos! Ninguno es excluido. Y la oferta es para todos. Por esto el Jubileo es el tiempo de gracia y de misericordia para todos, buenos y malos, para aquellos que están bien y para aquellos que sufren. Pero acuérdense de aquella parábola que narra Jesús en la fiesta de bodas de un hijo de un poderoso de la tierra: cuando los invitados no querían ir, dice a sus servidores: “Vayan al cruce de los caminos, llamen a todos, buenos y malos…”.
Este tiempo de gracia y de misericordia nos hace recordar que ¡nada nos puede separar del amor de Cristo! (Cfr. Rm 8,39). Para quien esta inmovilizado en una cama de un hospital, para quien vive cerrado en una prisión, para cuantos están atrapados por las guerras, yo digo: miren el Crucifijo; Dios está con nosotros, permanece con ustedes en la cruz y a todos se ofrece como Salvador. Él nos acompaña, a todos nosotros, a ustedes que sufren tanto, crucificado por ustedes, por nosotros, por todos. Dejen que la fuerza del Evangelio penetre en sus corazones y los consuele, les de esperanza y la íntima certeza que ninguno es excluido de su perdón. “¡Sí! Si: ninguno está excluido del perdón de Dios. Solamente quien se acerca a Jesús, arrepentido y con las aganas de ser abrazado”.
El sentido del sinsentido de la Cruz de Cristo
El misterio de la Cruz sólo se entiende si es vista desde un marco más amplio que las horas de la Pasión. Toda la historia anterior en cuanto de pecado y esperanza de gracia pueda haber existido, ha de mirar al centro de la misma: Jesús el SEÑOR, a quien hay que mirar traspasado. Él asumió toda humanidad herida por el pecado y la ofreció al Padre. Así devolvió a lo humano su verdadero sentido, refiriéndolo al proyecto inicial de Dios Padre.
Jesús cancela el pecado del mundo cargándolo sobre sus hombros y anulándolo en la justicia de su corazón santo. Las imágenes del Siervo de Yahvé a las que volvemos en este final de Cuaresma no remite al Siervo Obediente que toma sobre sí el dolor ajeno: «se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca» (Is, 53,7).
Cordero Siervo, que Jesús “cargó” con nuestros pecados subió al leño, en el Gólgota para que muertos al pecado, vivamos para la Justicia (1Pt 2,24). Es más, desarmó el poder del pecado y de la muerte con su Obediencia y entrega. No se limitó a sobrellevar una culpa ajena, como chivo expiatorio, nuestros pecados sino que también los envió irreversiblemente a la “papelera en el escritorio, borrando su posibilidad de reinstalarse”.
En conclusión, la Cruz es cruz de perdón y misericordia. Esos son sus apellidos. El signo de la eficacia de la Cruz es que el poder de la muerte se ha desvanecido. De este poder hacemos uso si experimentamos la misericordia. Experiencia concreta cuando el pecado personal y concreto es sanado por la misericordia de Cristo.
Una imagen para orar
Nuestra mirada a la obra de Pedro de Mena, se detiene en esta ocasión en el llamado Cristo del Perdón. El arte cristiano ha hecho del Crucificado su tema central del arte. La primigenia cruz desnuda en los siglos II y III se fue vistiendo del cuerpo de Cristo a lo largo de los siglos IV y V, en una mirada que mueve a la devoción, más que al hecho descriptivo de la principal arma Christi. La Edad Media fue realizando un camino progresivo al desarrollo de las técnicas artísticas para llegar a manifestar el naturalismo y humanización, que culmina en la sensibilidad del Barroco, de un modo referencial en el caso de España. El tema del Crucificado permitía al artista manifestar el logro en la expresión artística de la humanidad sufriente de Cristo, para que esa destreza posibilitara la lectura de sentido espiritual que el fiel debía hacer: el muéveme verte, que diría Lope, o San Juan de Ávila, a quien queramos atribuir los versos.
La ecuación en la representación devota consistía en equilibrar el realismo y la emoción espiritual. No faltan anécdotas de un cierto misticismo de nuestros artistas vinculadas al logro de sus realizaciones, como las conocidas de Gregorio Fernández: “¿en dónde me viste que tan bien me retrataste?…”
El caso de Pedro de Mena, podemos decir que la balanza se inclina más por el lado de la contemplación apacible que por el movimiento revulsivo del naturalismo del dolor. Una de las primeras sorpresas si cotejamos su producción con otros autores del contexto, es que el número de crucificados de tamaño natural son mínimos, algo más en pequeño formato, como foco de contemplación de las imágenes de Santos que meditan la cruz de Cristo portándolo en su mano: San Francisco, Santa María Magdalena…
Pedro de Mena alejó del naturalismo extremo de autores como Juan de Mesa, a quien en el siglo XXI hubiese situado en la sensibilidad del Director de del film “La Pasión”. Pero no por ello cae una sublimación idealista del Crucificado, ajena al verismo de su muerte en Cruz. Sus realizaciones de Crucificados se alejan de los modelos que conoció en su juventud y que triunfaban en Granada: los referentes de los Hermanos García e incluso los del taller paterno de Alonso de Mena. Estos Cristos se alinearían por la expresividad hiperrealista, de elevado patetismo, que se recrean en los detalles naturalistas de las heridas previas y de la propia crucifixión.
Su contacto con la obra de Alonso Cano, le llevará a un nuevo modelo de Alonso Cano, con quien comienza una atenuación del patetismo rigorista para dar paso a plasmación de gran serenidad, equilibrio y por ende, de una gran belleza formal. (Cristo de Lecaroz, que Pedro de Mena conoció en los Benedictinos de Montserrat de Madrid).
El único Crucificado de tamaño natural de Pedro de Mena fue el Cristo de la Buena Muerte de la iglesia malagueña de Santo Domingo, que desapareció en el incendio en 1931 junto a otros tesoros artísticos. Fue un encargo del dominico Fray Alonso de Santo Tomás, que fue obispo de Málaga, siendo su primer destino la Sala de Profundis del aquel cenobio, hecho que condicionaba el ángulo como debía ser contemplado. Posteriormente se ubicó en la iglesia, en lo alto del retablo mayor. Hacia 1883 se revaloriza su valor y comienza a ser procesionado por la cofradía del Cristo de la Buena Muerte, tradición hoy mantenida con otra imagen (aunque permanece el recuerdo de Cristo de Mena) y otros porteadores, como sabemos configuran una de las imágenes populares más recurrentes de la Semana Santa malagueña.
Mena disponía la imagen de Cristo con una composición equilibrada, por medio de perfiles cerrados, que hacen resalta la rotunda la gravedad con que cuelga de la cruz el cuerpo de Cristo, desplomado. La cabeza reposaba sobre el pecho, hundiéndose ladeada a su derecha el Rostro, de clásicas facciones muy al gusto de Mena, evocan el manierismo de Cellini.
En la actualidad la Catedral de Málaga, exhibe en la Capilla de San Sebastián el Cristo del Perdón. Sigue de cerca el comentado de Santo Domingo, aunque la participación en la talla por parte del taller de Mena, hacen que no tenga la maestría, del desaparecido. Es más, personalmente, no dejo de ver en él, más que el eco del anterior y por ello lo valoro. Algunas diferencias parecen evocar las soluciones que adopta para los crucifijos de formato menor, para los esculturas de santos mencionados (Francisco, Clara, Magdalena…) Sin duda, que de por sí es una obra magistral, el crucifijo que porta la Magdalena penitente del Prado, “vecina de Valladoli”, por lo querida en la ciudad, habiendo estado tantos años en San Gregorio,
En el contexto de crisis sanitaria que estamos viviendo, caminando en esta falta de horizonte hacia un final próximo; ante las cifras que laceran cada día nuestra sensibilidad, no podemos sino volver nuestra mirada de sentido a la Cruz de Cristo.
Poco necesitamos que nadie nos motive. Seguro que está siendo la oración recurrente en estos días. Sólo os añado una plegaria poética del Padre Rufino Grández… miremos a la Cruz.
La ofrenda de mis pecados
en la cruz subió hasta el cielo,
y en la obediencia del Hijo
por el Padre yo fui absuelto.
Oh Cruz de toda delicia,
de amor perpetuo recuerdo,
yo te beso, yo te adoro
y a tus brazos yo me entrego.
¡Gloria y gracias, Cristo amado,
dulce Jesús Nazareno,
tú eres el Hijo de Dios,
nuestro Hermano verdadero! Amén.