Diréis que me he perdido

Oración

Fr. Rafael Pascual Elías, OCD | Cuántas veces escuchamos expresiones parecidas a ésta: “¿qué hacen las monjas de clausura todo el día rezando?”. La respuesta real no es entendida ni aceptada por muchos de aquellos que no conciben que toda una vida pueda estar consagrada a la oración y desde ella alabar a Dios e interceder por toda la humanidad. Sin los consagrados una de las fuentes principales de la vida espiritual de la Iglesia se secaría. La oración monacal tiene una fuerza y un fruto sin par; si sabemos acercarnos y compartir algún momento de la jornada en el locutorio o en el coro, ya sea de monjas o de monjes, seremos testigos de ello.

La vida monástica es una escuela de encuentro con Dios por medio de la alabanza a Él. Cuando uno siente la llamada a la vida contemplativa es para “encerrarse” en un monasterio para siempre y allí experimentar el gozo de saberse amado de un modo muy especial por el Creador. Entonces la alabanza brota de modo natural, vivo y constante porque no se puede callar lo que arde por dentro de su ser. Y no queda en alabanza a quien ha dado sentido a su existencia, sino que al encontrarse lleno de Dios por dentro, el religioso, intercede por todas aquellas necesidades humanas que se le presentan porque son situaciones y personas que necesitan de la presencia de Dios para seguir adelante según el plan divino.

Por tanto si desaparecen las comunidades religiosas contemplativas se seca una fuente de la que bebe toda la Iglesia. Es el manantial vivo que riega el jardín eclesial para mantenerlo fresco y poder así caminar hacia la meta, hacia el encuentro con Dios vivo y verdadero desde lo más oculto, callado y recogido.

Esta realidad no es sólo propia de nuestros días, sino de cualquier momento de la historia del ser humano. Basta recordar esos versos de San Juan de la Cruz que confirman lo aquí descrito:

“Pues ya si en el ejido
de hoy más no fuere vista ni hallada,
diréis que me he perdido;
que, andando enamorada,
me hice perdidiza, y fui ganada”
(Cántico espiritual 29)

Lo que a los ojos del mundo no tiene sentido y se pierde, para Dios se convierte en el mayor de los regalos. El que anda enamorado de Dios no pretende otra ganancia ni premio sino sólo perderlo todo y a sí mismo en su voluntad por Dios.

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