Desde el agujerito

Niño rezando

Ana Isabel Carballo Vázquez | Como cada tarde David se dirigió a la iglesia para hacer un rato de oración. Tenía por costumbre no dejarlo hasta que fuera demasiado tarde para luego continuar con su trabajo. Por suerte aquella iglesia estaba siempre abierta a esas horas. Bajo su brazo llevaba las Sagradas Escrituras y en un momento comenzó su oración.

Desde el Cielo su Ángel de la Guarda observaba distraído la escena. Sin embargo, algo llamó su atención. Aquel día no era como los demás. David tenía muchas preocupaciones rondando por su cabeza y, poco a poco, su oración se fue desvaneciendo en un ronroneo de su vida diaria: ¿Cómo resolver el asunto de las fotos?…; tendría que terminar aquello antes del lunes…; no se podía olvidar de llevar lo otro…; sólo faltaban dos días para la cita médica… Y así, una tras otra, habían apartado su corazón del Corazón que tanto le amaba.

El joven Ángel bajó desde el Cielo en una carrera veloz hasta sentarse a su lado, pensando que su sola presencia le conmovería. Mas David no había sentido su llegada. Entonces el Ángel de la Guarda comenzó a saltar y bailar alrededor de él. Ante su impasividad, se volvió a sentar junto a él y comenzó a darle codazos. David tomó conciencia de que se había despistado y volvió por unos breves instantes a su oración. El Ángel, satisfecho de su trabajo, se dejó caer en el banco esperando a que David terminase. Pero David no estaba hoy muy lejos de su pequeño mundo y dejó de prestar mucha atención a su oración. Su Ángel se irguió a toda prisa y comenzó su siguiente estratagema: con un estrepitoso ruido dejó caer la Biblia que David había apoyado en el reclinatorio. El joven se sobresaltó y, al ver el libro en el suelo, se agachó a recogerlo, lo sostuvo entre sus manos, lo acarició, pero no hizo nada más. Al contrario, cansado ya de estar allí sin poder hablarle al Señor, decidió salir de la iglesia.

Al conocer su propósito, el Ángel de la guarda subió veloz como un rayo de nuevo hacia el Cielo. Recorrió los grandes pasillos del mismo y llegó hasta la estancia donde se encontraba Dios.
– Señor, ven, Señor, el Alma que me has encomendado tiene un serio problema con su oración –dijo jadeante el Ángel de la Guarda.
– Hace un rato que alguien intenta ponerse en contacto conmigo, pero enseguida le pueden otras fuerzas y a mí me deja para otros momentos que me necesita –comentó Dios un tanto molesto.
– Es un Alma buena, Señor, no se lo tengas en cuenta hoy –intervino el Ángel de la Guarda– Ven, desearía que lo vieras. Él está luchando con todas sus fuerzas, pero yo no he sabido atraerlo a Ti.

El Ángel llevó a Dios hasta una nube en la que por un pequeño agujerito podía verse a David cabizbajo tirando del pomo de la puerta de la iglesia para irse.
– ¡Rápido! ¡Que se acerquen los ángeles músicos! –gritó Dios preocupado por la huida de David– ¡Que todos se preparen para tocar una música celestial! Un joven nos necesita.

Los músicos comenzaron a tocar con gran diligencia una hermosa melodía que empezó a cautivar a todos los habitantes del Cielo.
– ¡Más fuerte, tenéis que tocar más fuerte! –exclamó Dios.

Los ángeles sacaron lo mejor de sus instrumentos, tocaron y tocaron tan fuerte que David se quedó inmóvil al sentir un algo especial que le hacía estar a gusto allí. Sin embargo su impulso de irse había tomado ya una decisión muy clara en él: comenzó a alejarse de la iglesia.
– ¡Señor, qué hacemos!– dijo asustado el Ángel guardián.

Dios volvió a mirar a David y, como no quería perderlo, comenzó a soplar su Espíritu por aquel agujerito hasta que llegó hasta el joven. Entonces David se detuvo, giró la cabeza y volvió sobre sus pasos hasta encontrarse de frente con el Sagrario. Su ímpetu anterior se doblegó, se arrodilló en el primer banco y comenzó de esta manera su oración:
– Señor, hoy no sé qué decirte. Mi cabeza se entretiene y no termino la oración que comienzo…
Dios que lo estaba observando desde la nube, le hizo una seña al Ángel de la Guarda y le dijo:
– Ahora te toca a ti.
El Ángel bajó de nuevo del Cielo para encontrase con David. Tomó la Biblia y esta vez dejó que cayera abriéndose por Mateo 6, 9-15.
David recogió la Biblia pero esta vez decidió leer el pasaje: “Cuando oréis decid: Padre Nuestro…”
El joven continuó así la oración y sintió como una Voz en su interior que le decía:

“HOY ME LLEGA CON QUE ESTÉS AQUÍ”.

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