De espalda a los laureles

, Presbítero y Profesor de Historia del Arte
Esposo de la ternura,
José de Santa María,
transmítenos de tus manos
ternura de Eucaristía.
De tu cálida mirada
que a ella le enternecía,
aprendamos la confianza
y la pura cortesía.
De tus brazos vigorosos
en que Jesús se mecía,
traspásanos la esperanza,
el riesgo y la valentía…
Rufino Grández.
Será también la opción de Jesús en el desierto. Dar la espalda a los laureles de este mundo que en forma de poder, prestigio y posesión, se mecen en nuestra historia. Dar la espalda a los laureles de este mundo, con la que frecuentemente, se coronan lo que prevalecen a los demás en las carreras competitivas de la vida. Luciremos palmas y laureles al final de esta Cuaresma, al Cristo laureado que recorrerá nuestras calles abriendo la Santa Semana.
José, esposo tierno reveló a Jesús la ternura que se puede poner en las cosas sencillas. José varón ternura enseñó a Jesús, a partir el pan con ternura, a no arrancarlo a los desherados y a compartirlo con los hambrientos. José de la ternura enseñó a leer a Cristo el evangelio del amor, a vivir la revolución de la ternura con la que los Bienaventurados, mansos, humildes, pacíficos, sazonan el pan de la mesa del Reino.
Ternura hecha auctoritas
La autoridad del maestro no está sólo en la sabiduría de su palabra, de sus programaciones y evaluaciones. El maestro José en la educación para con el Hijo del hogar de Nazaret, usó de la ternura. La que emanaba de su amor a María y le hizo respetar y amar cuanto en ella Dios dispuso. José, el eternamente enamorado.
En la celebración en el inicio de su Pontificado el Papa Francisco, el día de San José, 19 de marzo de 2013, decía: “…No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura”.
Sin duda que estas primeras palabras del Papa constituyeron una de las notas de su pensamiento y espiritualidad. Iniciaba el tema de la ternura, muy repetido en sus discurso: “La gente de hoy tiene necesidad ciertamente de palabras, pero sobre todo tiene necesidad de que demos testimonio de la misericordia, la ternura del Señor, que enardece el corazón, despierta la esperanza, atrae hacia el bien. ¡La alegría de llevar la consolación de Dios!” (Basílica Vaticana, 7 julio 2013, a los seminaristas, novicios y novicias).
El humilde magisterio de José es la ternura. Cuánto dice de ella a través de la ternura. Cuando la ternura actúa suele conllevar el silencio. En silencio los gestos de ternura poseen mayor profundidad. Así nos gozamos en ver a José, el varón justo, tierno. De la ternura destaca el Santo Padre Francisco: que enardece el corazón, no embota el cerebro; despierta la esperanza, no se enorgullece de lo conseguido; atrae hacia el bien en vez de arrastrar a la degradación del mal.
Una imagen para orar con la ternura de José
Las escasas noticias que los evangelios canónicos de la Infancia de Jesús nos han transmitido, se han visto ampliadas en los motivos iconográficos que se desarrollaron a lo largo del siglo XVI. El desarrollo de Trento aceptó que se supliera este silencio informativo de la infancia, con imágenes nacidas desde la coherencia al sentido de los relatos. Es de sobra conocido el impulso que dio Santa Teresa de Jesús a la iconografía josefina enriqueciéndola con dosis de naturalismo, optando por una visión más juvenil de San José, una mayor espontaneidad en el trato espontáneo y directo entre padre e Hijo signo de la colaboración de San José en la educación del Niño. Las carmelitas divulgaron dos imágenes expresivas de esta relación: San José caminando a la par que el Niño, y digo a la par, porque ni el Niño le precede, ni camina al impulso previo del padre. Un motivo más costumbrista son las escenas de colaboración en el trabajo en la carpintería, que alejadas de los relatos grandilocuentes de los evangelios de la infancia, que suponen milagros y hechos grandilocuentes del Niño, como aumentar el tamaño de las maderas para lograr piezas más relevantes, las prefiguraciones de la pasión en las que le Niño tallaba cruces desde su infancia… Si en escenas semejantes, san José ocupaba un posicionamiento secundario en la composición de la escena, esta nueva sensibilidad carmelitana hace que el Santo pase a primer plano e interactúe con el Niño en un signo de colaboración natural en las tareas domésticas del hogar y el taller.
De este modo se revela en su misión de colaborador en la educación y el crecimiento e identidad del Hijo de Dios. Cumple su misión de ser padre que protege y educa desde el cariño y la cercanía. Esta cercanía es la que revela la escena del Niño caminando junto a san José, no se trata de ver quién guía a quién sino como se restablece una relación de cariño y confianza al abrazar el Niño la pierna del padre. Algunos autores que son antecedentes de las obras que nos ocupan de Pedro de Mena son los ejemplos realizados por el Greco, o en el ámbito de la escultura Gregorio Fernández en el Carmelo de San José de Medina y en el retablo de la Concepción de Valladolid. Juan de Mesa, Alonso Cano, Alonso de Mena y Escalante (imagen 2) realizaron ejemplos que Pedro de Mena conocerá en su juventud y formación.

Cuando a lo largo del siglo XVII se prodigó la devoción teresiana y se realizaron numerosas fundaciones carmelitanas descalzas, los talleres de escultores recibieron numerosos encargos con temas josefinos. El padre de Pedro de Mena, Alonso de Mena, recibió dos encargos del Niño Jesús caminando junto a San José. Son dos tallas ajenas a los ámbitos carmelitanos, lo que nos refleja la rápida difusión popular del tema. El primero en las puertas del retablo relicario de la Capilla Real en forma de relieve; el segundo es un grupo exento en las Capuchinas de San Antón de Granada.
Pedro de Mena realizó tres versiones exentas de este tema, y un alto relieve en la sillería de la Catedral de Málaga. Lo resuelve siguiendo los diseños de su padre y los dibujos que pudo conocer de su maestro Alonso Cano. Las versiones exentas de Pedro de Mena tienen cada una detalles particulares. El esquema compositivo es semejante, pero la posición del Niño resulta en cada versión, más o menos distante de la figura del padre. En el caso de la versión de la colección Alberto Martín de los Ríos (imagen 3), realizada hacia 1650, el Niño da la mano y es cogido por el padre, caminando a la par. San José parece indicar el camino que han de emprender y sostiene con seguridad la muñeca izquierda del Niño. Es la versión más próxima al modelo de Alonso de Mena, de quien toma la composición y detalles como la barba de San José, dispuesta en dos mechones, o el formato del cabello acaracolado del Niño con un mechón central menos desarrollado, respecto a los modelos de Martínez Montañés. Sin duda en esta obra convergen la influencia en Pedro de Mena de su padre y no sólo la de Alonso Cano.

En la versión del Convento del Santo Ángel de Granada, (c.a 1658) el Niño está más distante, se dirige al padre, que semeja caminar por detrás del Niño, como si fuese siguiéndole en los primeros pasos. Las manos del Niño buscan la mano derecha del padre (imagen 4). De las tres versiones es en la que predomina la sensación de movimiento, acentuada por la disposición de las figuras.

La versión del convento de las Carmelitas descalzas de Santa Teresa en Madrid, la proximidad es mayor, de manera que el padre toma al Niño por la nuca y este busca el cobijo del padre dirigiendo el brazo hacia la pierna del padre (imagen 1).
Esta tercera versión está fechada en la peana en 1686. Desde 2018 ha recuperado su policromía original, revelando una imagen de mayor dignidad al sugerir tejidos más lujosos con damascos de motivos vegetales. Carece de corona y la vara original es de talla, frente a los modelos en plata de la versión del Santo Ángel en Granada.
Dejémonos llevar y agolpemos “la revolución de la ternura”, de la que nos habla el Papa. Esta expresión quedó recogida en su encíclica programática sobre La alegría del Evangelio. “El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura” (n. 88).
Os invito a saborear una expresión que el Himno del P. Rufino Grández, que precede a este artículo: “la ternura de Eucaristía”.
De tu frente sudorosa
que de fe resplandecía,
santifica la tarea
y el afán de cada día.
José, silencio y escucha,
que es paz y sabiduría,
acércanos al misterio
que en tu casa se escondía.
¡Gloria al humilde Custodio
que todo Amor protegía,
gloria a Jesús por los siglos,
del cielo y tierra alegría! Amén.