Corazón de Jesús, santuario de justicia y de amor

Cristo y san Pedro en el lago
Cristo y san Pedro en el lago (M. I. Rupnik y Taller de Arte del Centro Aletti)

Pablo Cervera Barranco | El Corazón de Jesús es receptáculo, morada, lugar de refugio, recipiente, asilo, depósito, reserva, almacén: todos esos aspectos están recogidos en la expresión de la letanía cuando se le llama «santuario». Esta es la polivalencia del término latino «receptaculum».

«Justicia y amor» no son términos opuestos o antinómicos. A ello podría llevar una comprensión legalista o jurídica. Ulpiano (Dig 13,209) definía justicia como «voluntad constante y perpetua de dar a cada uno lo suyo» (constans et perpetua voluntas suum unicuique tribuendi). En el lenguaje bíblico, por el contrario, la palabra justicia tiene, sí, aspectos jurídicos, pero también otras facetas: bondad, santidad, lealtad, fidelidad. Así «justicia y amor» formarían un bloque unido referido al Corazón bondadoso de Cristo, de su espíritu abierto hacia el débil en generosidad y protección.

La justicia abierta al amor aparece múltiples veces en el salterio. Por ejemplo en el Sal 7. Tras haber invocado la justicia en la dimensión del amor el salmista se dirige a Dios como refugio confiado:

«Señor Dios mío, a ti me acojo,
líbrame de mis perseguidores y sálvame…
Júzgame, Señor, según mi justicia,
según la inocencia que hay en mí.
Cese la maldad de los culpables y apoya tú al inocente,
tú que sondeas el corazón y las entrañas; tú, el Dios justo» (Sal 7, 2.9-11).

El salmo termina agradeciendo a Yahvé, Dios justo, pues en él ha encontrado el refugio:
«Yo daré gracias al Señor por su justicia,
tañendo para el nombre del Señor Altísimo» (Sal 7, 18).

Quizá el salmo 72 es el desarrollo más rico de estos aspectos anticipadores del Corazón de Cristo encerrados en la letanía:
«Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes:
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.
Que los montes traigan la paz,
y los collados justicia».

La justicia (bondad) del corazón del Hijo será lugar donde el necesitado puede encontrar bondad y acogida.
«Que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.
Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna».

Efectivamente, el salmista desgrana las características de la letanía que comentamos:
«Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;
él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa ante sus ojos».

Recordemos unas sugerentes palabras de san Agustín: «Una caridad inicial es germen de justicia; una caridad avanzada es justicia que va madurando; una caridad perfecta es perfecta justicia». «¡Ama y haz lo que quieres! Si callas, calla por amor, si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. En lo profundo de tu corazón esté la raíz del amor. De esta raíz no puede nacer más que el bien» (Comentario a la Primera carta de Juan, 7,8: PL 35, 2023).

Terminemos viendo cómo explicaba san Juan Pablo II la letanía que comentamos. La justicia que es Dios mismo, su santidad, es la que nos llega por Cristo como fruto del amor de Dios. La entrega de Cristo nos ha justificado, nos ha santificado benévolamente.

«Corazón de Jesús, santuario de justicia: En ti el Eterno Padre ha ofrecido a la humanidad la justicia que hay en la Santísima Trinidad, en Dios mismo. La justicia que es de Dios, constituye el fundamento definitivo de nuestra justificación.

Esta justicia nos viene a nosotros mediante el amor. Cristo nos ha amado y se ha dado a sí mismo por nosotros (cf. Gál 2,20). ¡Y precisamente con este darse mediante el amor más potente que la muerte, nos ha justificado! «Él fue resucitado para nuestra justificación» (Rom 4,25).

(SAN JUAN PABLO II, Ángelus 30 de junio de 1985)

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