En comunión con la Santa Madre de Dios (II)

María y el Niño

Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián | Seguimos viendo el punto 2673. Continúa “por medio de esta humanidad glorificada de Cristo nuestra oración filial comulga con la Madre de Jesús”.

La clave para entender esto está en que decimos que María es Madre Dios y  madre nuestra. No es una exageración decir que es Madre de Dios aunque, obviamente, no ha engendrado a Dios. Dios la ha engendrado a ella. Dios es preexistente a María, y ¿cuando un hijo es anterior a una madre? Ella ha engendrado el cuerpo de Cristo cuando éste se encarnó y luego fue glorificado en la resurrección. No se es madre de un cuerpo, se es madre de la persona, no se puede ser medio madre, se es madre entera o no se es madre. Si María ha engendrado la naturaleza humana de Jesús, su maternidad es sobre la persona de Jesús, no sólo sobre su cuerpo. En este sentido decimos que María es Madre de Dios, pues aunque no ha engendrado la naturaleza divina, ha engendrado la naturaleza humana de Jesús y entonces es madre de la Persona divina. Este es un misterio impresionante. El camino por el que puede decir que es Madre de Dios es por la humanidad de Jesucristo: lo engendró en Nazaret, nació en Belén, y resucitó glorioso del sepulcro en Jerusalén.

Si María es Madre nuestra es a través de la humanidad de Jesús. Para demostrarlo el catecismo nos refiere a Hechos 1, 14. Se ve cómo después de la Ascensión de Cristo a los cielos, en su plan estaba que María estuviese presente y junto a sus discípulos. Desde que Jesús dejó de estar presente a nuestros ojos, desde el primer instante de la iglesia, ella estuvo allí, incluso estaba en la oración por la elección del sucesor de Judas: ”regresaron a Jerusalén desde el Monte de los Olivos, lugar cercano a la ciudad que distaba el trayecto que se permite recorrer en sábado. Cuando llegaron subieron al piso en que se alojaban. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago hijo de Alfeo, Simón Zelote, Judas hijo de Santiago, todos éstos, junto con las mujeres, con María, la Madre de Jesús y con los hermanos de éste oraban constantemente en íntima armonía. Uno de aquellos días, Pedro puesto en pie en el grupo de los hermanos que formaban un grupo de 120 personas habló diciendo…” y es cuando dice ‘tenemos que sustituir a Judas y elegir a otro’. Vemos que María está ahí en medio de los apóstoles porque no deja de ser como la visibilidad de Jesús para ellos. En la Madre, los apóstoles están viendo al Hijo. En íntima armonía, ella es una especie de transparencia de su Hijo.

La maternidad de María no ha sido transitoria, puntual, ha sido una misión que se ha prolongado y se sigue prolongando. Dios ha querido que fuese una vocación de maternidad para nosotros por toda la eternidad. Es una maternidad espiritual.

Nosotros solemos pensar que la maternidad es muy fuerte en el embarazo y los primeros años de vida y luego como si fuera menos madre. Esto es en el orden físico, en el sentido de que cada vez es menos necesaria, pero en el orden espiritual no es así, y en el orden de la santidad es al revés, cada vez es más madre. María, cada vez es más madre de Jesús y ahora, 2000 años después María es más madre de Jesús de lo que lo fue con su hijo y comparte con su hijo una maternidad en un orden muy superior al que tuvo cuando vivió entre nosotros allí en Galilea. Es una maternidad más adulta, porque en el plan de Dios esa maternidad es para que sea madre de nosotros.

El punto de conexión es la humanidad de Jesucristo, el cuerpo de Jesucristo del que María fue madre. Dios le ha dado el ser madre de todos los hombres y de todos los tiempos. Y esto es ahí porque María es madre de la cabeza del cuerpo místico de Cristo y no se puede ser madre sólo de la cabeza. Si Jesús se ha unido a todos nosotros, Ella no puede ser solamente madre del hijo sin ser madre de nosotros.

Me he acordado de este misterio sobre la misión de la Madre y del Hijo cuando he leído la vida de San Juan Bosco, que implicó totalmente a su madre en su misión con los jóvenes que recogía de la calle y llegó un momento en que esa santa mujer, cuando ayudaba a su hijo, no podía distinguir entre su hijo y los chicos a los que su hijo ayudaba, que eran sus hijos también. Si esto es humanamente, mucho más en el caso de María y Jesús.

María al ser madre de Cristo no puede dejar de ser madre de los que se han unido al cuerpo de su hijo Jesucristo. Ella no hace distinciones, ama al cuerpo igual que ama a la cabeza y además, ha habido una encomienda explícita: “Ahí tienes a tu hijo”. Cuidando a Juan (y cuidándonos a nosotros) “me vas a seguir cuidando a mí” se lo dice Jesús. Una encomienda así tuvo que llegar al máximo al corazón de su madre.

Continuamos en el punto 2674. Desde el sí dado por la fe en la Anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la cruz la maternidad de María se extiende, desde entonces, a los hermanos y las hermanas de su Hijo, que son peregrinos todavía y que están ante los peligros y las miserias. Jesús el único mediador es el camino de nuestra oración. María, su Madre y nuestra madre es pura transparencia de Él. María muestra el camino, ella es su signo según la iconografía tradicional de oriente y de occidente”.

Aquí hay dos afirmaciones: lo primero es enfatizar la importancia del sí de María. Desde ese sí, la maternidad de María se ha volcado plenamente en Jesucristo y a través de Él se ha extendido a todos los hijos, cristianos de todos los tiempos.

¿Por qué le damos tanta importancia al sí de María? Porque es una mariología muy bien centrada. Es caer en la cuenta de que lo que es María ha tenido su iniciativa en Dios. Algunos nos acusan de idolatrar a María como si ella fuese divina y la mejor prueba de que esto no es así es el hecho de que nuestra mariología se acerca a ella viendo en ella un sí a Dios, o sea que la iniciativa no nace de ella, la santidad de María no nace de ella, nace de decirle sí a Dios. Si María es Santísima es porque le ha dejado hacer a Dios. Su santidad no está en su perfección sino en dejarle hacer a Dios. La santidad consiste en no hacer yo mi proyecto autónomo, sino en no estorbarle al Espíritu, no ponerle obstáculos sino colaborar dócilmente a su obra en nosotros. Por eso le damos tanta importancia a su sí, por eso cantamos “Quiero decir que sí como tú María”, la tomamos como modelo. Dios tiene un plan para nosotros y queremos ser dóciles a ese plan como ella.

Anterior

Corazón de Jesús, santuario de justicia y de amor

Siguiente

Sumario 145