Comentario al Veni Sancte Spiritus (VII)

JMJ Madrid 2011

Luis Mª Mendizábal, Ex director Nacional del APOR | Cuantas veces hemos observado como el Espíritu Santo capacita y se derrama con sus dones sobre las personas en la ayuda espiritual de las almas que el Señor nos confía o pone a nuestro lado en el trabajo apostólico. Cuantas veces tenemos la impresión de que tenemos que estar mucho más dotados de lo que estamos, tendríamos que ser mucho más ingeniosos para hacer el bien y siente uno que no le responden sus fuerzas, y nos encontramos en la ansiedad de no saber qué camino tomar es nuestra pobreza… y ahí está, precisamente, el Dador de los dones que quiere enriquecernos cuando estamos en verdadero fervor.

Llevamos en nosotros al Dador de esos dones que nos son necesarios para hacer el bien. El viene para enriquecernos con ellos por eso el deseo del alma es esa actitud pentecostal que exclama ¡ven Dador de los dones, te necesito, soy pobre, ven con tus riquezas! Cuantas veces hemos podido experimentar, humildemente, que el fervor hace maravillas; que cuando estamos ‘entonados’, cuando podemos decir desde el fondo del corazón ‘ven Espíritu Santo’, El hace que vibre nuestro corazón y es cuando realmente transmitimos el Evangelio. Experimentamos que el fervor quita los obstáculos que se presentan, que el fervor es genial, que transforma las almas. Lo experimentamos así continuamente y lo vemos palpable cuando encontramos almas fervorosas que parecen que se multiplican apostólicamente, incansables, que encuentran una gran variedad y fecundos recursos para hacer amar a Cristo, medios para comunicar el calor, entusiasmo…

Y esto es lo que nos está faltando en esta vida: el entusiasmo por Cristo, el fervor interior que hace penetrar la vida de Dios en el otro. Estamos acomplejados. Tantas veces parece que no podemos ni hablar de Cristo porque enseguida nos van a decir al oído que somos triunfalistas, que la situación es fatal, que no se puede hablar de esa manera, que las cosas son complejas y muy complicadas… Nos estamos involucrando tanto en nuestra vida, nos metemos tanto en nosotros mismos, que ya ni nos atrevemos a hablar de Jesús, sino que todo tiene que seguir el carácter humano para que no lo tomen como una evangelización demasiado directa. Y así nos coge la muerte sin haber declarado ni un solo artículo del credo.

Palomas

¡Ven Dador de los dones! No podemos excusarnos, no podemos cruzarnos de brazos y quedarnos tan contentos con esas excusas que no nos justifican ante el Señor. No podemos quedarnos indiferentes al no haber empleado a fondo todos los recursos que El nos había dado. Vemos al apóstol Pablo actuando con su fervor día y noche –como el mismo decía– en su despedida en Efeso: ‘no he cesado estos tres años de exhortar personalmente a cada uno de vosotros. Yo ya he cumplido mi misión, la comunicación del mensaje de Cristo con muchísimos sufrimientos, persecuciones de fuera y de dentro, pero nunca me he avergonzado del Evangelio’. Así tenemos que estar: ¡llenos de los dones del Espíritu Santo! Aun en nuestra pobreza sustancial tenemos que hacerlo con entusiasmo.

Podemos también de esta manera pedir, que en cada uno de aquellos oficios que el Señor nos ha concedido, la plenitud de la caridad y del amor. Que toda nuestra actividad apostólica, sea cual fuere: apóstol, doctor, evangelizador… todas ellas, podamos ejercitarlas desde la fuerza del supremo amor de Cristo. Por eso el pedir ‘ven Dador de los dones’ quiere decir que le pedimos esos dones y la unión y amor de Cristo que es necesaria para su buen funcionamiento. Más que detallar, pues, los dones que necesitamos y esperamos de Él –cosa que ciertamente podemos hacer muchas veces materia de nuestra oración–, pidamos que se dé a nuestro corazón el Dador de todos los dones adquiridos para nosotros por la sangre preciosa del Redentor y pidamos al Dador de los dones la caridad, coronación y principio de todos los dones.

Dejémosle la discreción de proveer para nosotros y para nuestro equipo apostólico, la forma con que podamos responder lo mejor posible a las circunstancia reales en que nos hallemos y el Espíritu Santo pondrá en nosotros, más y mejor de cuanto os haríamos pedir. El don por excelencia que contiene la verdadera y total riqueza es el talento de saber agradar al Señor en todo, de ser fieles a Cristo, de escuchar siempre su voz. El talento de hacerle resplandecer en torno a nosotros en una palabra o en un gesto. La gracia en todas sus formas es el talento de entregarnos a El, ponernos a su disposición. Realizar el gran don de nosotros mismos a Dios es la raíz de todos los demás.

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