Comentario al Veni Sancte Spiritus (IV)
, Ex director Nacional del APOR | La exclamación ¡Ven Espíritu Santo! Nos la inspira el mismo Espíritu. Nos invita a hacer plenamente nuestra esa petición hasta el punto de obtener que se extienda en nuestro corazón hasta otros corazones para despertarlos al fervor. Nuestra invocación debe contener la intrepidez santa con la cual la Iglesia de nuestro tiempo repite con fervor cada vez mayor ¡Ven Espíritu Santo! ‘Y el Espíritu y la Esposa dicen ven, y el que oye diga ven’. Ha sido Juan Pablo II el que en su primera encíclica como vicario de Cristo y cabeza visible de la Iglesia, haciéndose portavoz de la insistencia de la Iglesia misma, nos ha comunicado este grito induciéndonos a acompañarle en el. ¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven, ven! Ese deseo general del cristiano que se ha identificado con la Iglesia, lo formula la secuencia en una serie de concreciones, deseos y anhelos más particularmente que vamos a parafrasear espiritualmente.
Después de la invocación general al Espíritu Santo se dice en la secuencia que vamos a comentar: ‘y manda desde el cielo hasta nosotros un rayo de tu luz’. Es de un contenido riquísimo. Podríamos pensar que son ideas un tanto ‘alambricadas’ pero no. En cuanto se refiere al Espíritu Santo, los Padres usan una terminología delicada, de fina profundidad. Se distinguen los dos conceptos. Una cosa es rayo y otra cosa es luz. Luz es la luz del día. El rayo de luz es algo más penetrante, más luminoso. Es causa de la luminosidad, produce la luminosidad, del el nace la luz aun cuando el rayo mismo viene de la luz. El rayo hiere luminosamente.
En el texto latino de la colecta de la vigilia de Pentecostés encontramos unas matizaciones sutiles por la riqueza misma de este contenido. Dice así la oración: Concede Señor Omnipotente, que brille sobre nosotros el resplandor de tu claridad, y que la luz de tu luz confirme con su ilustración los corazones de los que han renacido por el bautismo. Indica, pues el deseo de que brille sobre los fieles el resplandor de la claridad. Que la claridad divina lance sobre los fieles como un destello, un rayo. Juega, pues, con los términos: rayo, resplandor, luz, ilustración y claridad. Dios es claridad, y esa claridad llega hasta nosotros a veces como un rayo, como un resplandor. Y la ‘luz de tu luz’, así lo decimos también en el credo cuando hablamos del Verbo ‘luz de luz’. De nuevo se refiere a ese resplandor que arranca de la claridad misma que es Dios. Todo esto significa que la riqueza comunicada por el Espíritu es como un destello personal de la claridad de Dios. Con su venida a nosotros nos ilustra, nos ilumina e ilumina todo lo que hay alrededor de nosotros y permite que caminemos en la luz.
Dios es luz, en El no hay tinieblas. Pero no basta que esa luz esté ahí en el fondo de nosotros, que esté allí lejana en Dios sino que nos debe iluminar. Muchas veces esta en nosotros junto con las tinieblas y aunque las tinieblas no pueden ahogar la luz dificultan su llegada hasta el corazón. Por eso pedimos al Espíritu Santo ‘mándanos desde el cielo un rayo de tu luz’. Es decir envía aquella luz radiante que nos haga entender tu claridad y cuando llegue hasta nosotros un rayo de la dulzura de Dios nos hará entender qué es Dios.
En el fondo, ¿por qué nuestra vida es tan lánguida? ¿Por qué nuestra vida es tan oscura? Porque no hemos gustado la luz de tu luz, porque no hemos gustado el resplandor del Espíritu Santo, porque no hemos tenido ese pregusto de felicidad eterna que es la vida pentecostal. No han bajado sobre nosotros las lenguas de fuego que bajaron sobre los apóstoles. Cuando uno gusta la luz tiene hambre de más luz. Es como si en un momento ante un paisaje maravilloso hubiese habido un chispazo de luz en la noche, un rayo que ha iluminado instantáneamente todo el paisaje y nos deja con hambre de ver porque aquello no ha sido contemplar, no ha tenido los colores vivos y la paz serena que tendría la contemplación. Y uno desea volver a ese mismo sitio para contemplar con plena luz ese espectáculo maravilloso que ha entrevisto. Esto es lo que pedimos: ¡Ven a nosotros! ¡A cada uno de tus fieles para su coronación interior, para su acercamiento a la luz que es el Padre! ¡Préstales la ayuda de tu riqueza!