¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?

(artículo recuperado del número 91 de la revista)
Me importan los demás
Todos sabemos lo que pasó en Caná: María estaba invitada a aquella boda en la que faltó el vino y, en lugar de mantenerse como espectadora, tomó cartas en el asunto y ayudó a solucionarlo por el poder de Jesús y la colaboración de los que allí estaban. Sólo con caer en la cuenta de que se implicó en un problema ajeno ya tendríamos suficiente lección, cuando tantas veces nos lavamos las manos en lo que no son nuestros asuntos. Pero esto no es un enfoque negativo sobre nuestra actitud ni tampoco un examen de conciencia, sino que estamos hablando de encontrar en María estímulo y ejemplo de cómo ayudar a quienes lo necesitan.
Para empezar estaba atenta, ¡no hizo falta que nadie le dijera que faltaba el vino! Cuando uno ama no necesita que le vengan a pedir ayuda porque está de antemano fijándose en lo que el otro pudiera necesitar. ¡Así nos cuida María! Precisamente por eso podemos acercarnos a Ella en la oración a pedirle ayuda, a mostrarle nuestras necesidades, tormentas interiores y apuros, porque ya está al tanto de todo y nuestra petición es entonces eficaz como lluvia que cae en terreno preparado.
Preocupado por pequeñeces
Por otra parte es consolador observar que el problema en sí ¡no era tan grave!, simplemente habrían quedado fatal, sin embargo María pone de su parte todo lo posible por arreglarlo. Nos parece que sólo las grandes catástrofes o tragedias son causa suficiente para pedir la ayuda del cielo, y nos confundimos, puesto que esas ocasiones lo son, ¡pero no sólo esas!
Hay pequeñas complicaciones menos llamativas, más íntimas y menos públicas que un desastre de noticiero, que en el día a día nos angustian, preocupan o atenazan el corazón. No son muy diferentes de la que vemos en Caná: el bochorno que supone que no te llegue el vino y luego te llamen pobretón, o hagan chistes, o pases a la historia como los que no se sabe si fue válida la boda porque no calcularon ni para vino, o se sonrían o hablen bajito o hagan muecas cuando pasas…
Ahí entran muchas situaciones que a cada cual le llegan más o menos según su manera de ser: lo que digan de uno, las faltas de aprecio de lo que uno hace o dice o de su propia persona, el trato que recibe de los compañeros, o en la familia, o en el trabajo, las burlas, las mentiras, los comentarios… Cosas pequeñitas que nos hacen sufrir a veces mucho, ¡y de las cuales María no se desentiende ni le parecen quizá tan pequeñas o tan tonterías como nosotros pretendemos que sean! Ahí está la labor de Madre de María que a la vez nos cuida con delicadeza y al detalle y a la vez nos enseña a ser fuertes en lo poco ¡y en lo mucho!
Soluciones en Iglesia
Otro punto a comprender sobre la manera de ayudar a los demás es esa actitud de María, reflejo de la de Jesús, que cuenta con el sí y la confianza de cada hermano. Y al final todo sale ¡mejor de lo que humanamente se podría esperar!, tras una cadena de confianza en Dios en la que cada persona es piedra viva en su sí y apoyo del sí de sus hermanos.
María lo ve e intercede, Jesús accede sin decir lo que va a hacer, los sirvientes se encuentran ante la ridícula situación de echar agua en las tinajas y llevarlo al mayordomo… y, por la fe, la confianza y la colaboración de todos y de cada uno, sucede el milagro. Eso precisamente le faltó a Jesús en su tierra y por eso dice el Evangelio que no pudo hacer milagros: porque quizá quiso contar con los demás y no fueron capaces de ofrecerle sus pobres medios.
Miedo al silencio
Por último podríamos decir que María, con su intercesión perseverante, nos enseña en Caná a no tener miedo a los silencios de Dios. Nos invita a esperar más allá de toda esperanza, confiando siempre en la bondad del Señor. ¡Todo en Dios es manifestación de su amor: también sus silencios! Que María, Maestra de Fe en el silencio, nos introduzca con suavidad y sigilo en el Corazón misericordioso de su Hijo y nos impulse a vivir con nuestros hermanos la verdadera caridad que nace de la unión con Él.