Primera comunión vs. Acedia

Primera comunión

Fr. Rafael Pascual Elías, OCD | Otra batalla que hay que ganar en la vida de oración es la que se presenta cuando aparece la acedia. Si le dejamos avanzar nos puede ganar; y las consecuencias son bastantes serias porque todo empieza a apagarse y enfriarse. El corazón orante, si llega a este estado, sufre y no sabe cómo avanzar. Se puede cambiar; y tenemos toda la fuerza con nosotros en el Corazón vivo de Cristo.

Antes de nada es bueno conocer qué es en sí misma la acedia porque a veces, cuando hablas con la gente, parece un término algo complejo. Es tarea fácil, los padres espirituales nos hablan muchas veces de la acedia y nos la definen de este modo: forma de aspereza o desabrimiento debido a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. O dicho con palabras más sabias y santas: “El espíritu está pronto pero la carne es débil” (Mt. 26,41).

Ya lo tenemos. Ahora es más fácil identificarla si llega a nuestra vida o a la de alguien que camina a nuestro lado buscando siempre el amor y la fidelidad al Sagrado Corazón de Jesús. Cuanto más crecemos en la vida espiritual, más nos metemos en este Corazón, y llega la hora de dar pasos más serios, firmes y comprometidos. Entonces puede tambalear un poco la vida por dentro si por un descuido se cuela la acedia y nos impide crecer en amor a Dios. Es normal que tomar decisiones cada vez más profundas sea más dificultoso porque nos exige mucho de nosotros mismos. Ahí está la lucha para vencer siempre y ganar a la acedia.

Pero cuidado, no por ello nos subamos al caballo percherón de la soberbia y terminemos por el suelo tras una grave caída. Nada de eso, hay que ir despacio. ¿Cómo entra Cristo en Jerusalén siendo el Rey de reyes? En un manso burro. La humildad juega un papel muy importante en nuestra vida espiritual; es un arma poderosa contra la acedia. Esta virtud, que no puede faltarnos nunca, nos ayuda a reconocer nuestra propia miseria y condición humana y a saber confiar todo en Dios. Sin Él no podemos hacer nada. Así un día y otro, como un niño que busca siempre la mirada, compañía y ayuda de su padre.

Si volvemos a ser niños, a ser humildes, a tener ilusión por todo en la vida; seremos los más fuertes en la vida espiritual. Y a esto sumamos la fortaleza interior que recibimos en la comunión. Recibir al mismo Dios en nuestro cuerpo para darle gracias, presentar dudas, hablar en intimidad y salir con todas las ganas de echar por tierra esa posible acedia que se asoma por la ventana. Así hemos de caminar. Mirando sólo a Dios y haciendo de nuestro corazón su hogar en la comunión, tenemos la batalla ganada contra la acedia.

Es algo tan grande tener a Dios en el interior de uno mismo… Si además vivimos con esa inocencia, pureza e ilusión de un niño, mucho más. ¿Y si regresamos a nuestra primera comunión y recordamos la felicidad que vivimos en aquel día y en esa etapa de la vida donde la acedia ni se conoce, ni se acerca ni se tiene tiempo para dejarla entrar en nuestra corazón? ¡Hagámoslo! ¡Volvamos a la infancia! ¡Recordemos nuestra primera comunión! ¡Demos gracias a Dios Padre por habernos dado el mayor regalo que es su Hijo hecho carne que entra en nuestro ser!

¿Seguimos cogiendo fuerza? Si a todo lo dicho hasta ahora, sumamos la ayuda de los santos mucho mejor. Vamos a recordar cómo vive su primera comunión Santa Teresita del Niño Jesús. Ella nos da luz para volver a nuestra infancia y revivir con intensidad espiritual ese día, plantar cara a la acedia en nuestro momento presente, y a la vez preparar a alguien de nuestra familia o de nuestro ambiente más cercano a vivir de corazón su primera comunión. Es algo para orar, para agradecer y para dejar que Dios nos diga al corazón que está con nosotros, y que todo nuestro amor tiene que estar puesto en Él.

¡Fuera asperezas! ¡Adiós a los sinsabores! ¡Nada de pereza! ¡Lejos de relajarnos! ¡Atención a los despistes! ¡Vigilancia! ¡Cuidado con la negligencia! ¡Amor! ¡Humildad! ¡Confianza! ¡Constancia!… y dejarnos llevar por el camino de la infancia espiritual que nos presenta Santa Teresita:

“Finamente llegó el más hermoso de los días. ¡Qué inefables recuerdos han dejado en mi alma hasta los más pequeños detalles de esta jornada de cielo…! […] Pero no quiero entrar en detalles. Hay cosas que si se exponen al aire pierden su perfume, y hay sentimientos del alma que no pueden traducirse al lenguaje de la tierra sin que pierdan su sentido íntimo y celestial. […]

¡Qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma…! Fue un beso de amor. Me sentía amada, y decía a mi vez: ‘Te amo y me entrego a ti para siempre’.

No hubo preguntas, ni luchas, ni sacrificios. Desde hacía mucho tiempo, Jesús y la pobre Teresita se habían mirado y se habían comprendido… Aquel día no fue ya una mirada, sino una fusión. Ya no eran dos: Teresa había desaparecido como la gota de agua que se pierde en medio del océano. Sólo quedaba Jesús, él era el dueño, el rey” (Historia de un alma, Ms. A 35rº).

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