Pobreza monástica (I)
, Presbítero | Una de las características más importantes que definen el estado monástico es la pobreza, y junto a la castidad se convierten en los dos ejes vertebradores de este modo de vida. Tendrá una doble dimensión, una interior y otra exterior, en la que una será reflejo de la otra. En la virtud de la pobreza se observa la capacidad que tiene el cristiano de situarse ante los bienes terrenales. El fácil apego a las realidades del mundo, la posesión de propiedades y de dinero se puede convertir en una profunda atadura que quita la libertad del corazón para verdaderamente amar a Dios. Por ello, los cristianos deben vivir desprendidos de los bienes materiales, haciendo un uso equilibrado de los mismos. La vida monástica encarna este ideal, convirtiendo la renuncia a las cosas y la vivencia de la pobreza en un camino de imitación de Cristo, que es el único tesoro del corazón del monje. El consagrado debe vivir desprendido de todo lo terreno.
El cómo vivir la pobreza se convirtió en una de las grandes problemáticas del monacato desde los inicios. Hubo todo tipo de prácticas, hasta que el propio devenir y la praxis ascética se fueron ajustando a unos parámetros equilibrados. En los orígenes los monjes debían experimentar los inconvenientes de la pobreza, no se podía poseer nada, sólo lo imprescindible. La pobreza debe vivirse tanto individual como colectivamente. En las primeras experiencias anacoréticas y de soledad el asceta carecía de casi todo, y en muchas ocasiones vivía de la limosna o de lo poco que conseguía con su trabajo manual. Aceptaban como medida la pobreza del mismo Jesucristo, y la idea transmitida en el Evangelio: “el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. En este texto se constata una pobreza absoluta del Señor, y una llamada a sus discípulos. Las propiedades del monje eran mínimas en los primeros siglos: un solo vestido, una capa, una estera, una jarra, algún libro y unos pocos víveres, todo ello en la soledad de su celada. Esta praxis también se dio en los siglos posteriores, especialmente en las experiencias eremíticas de la Edad Media.
Conjugar la pobreza absoluta con la búsqueda del sustento diario para el solitario no fue nada fácil. En este proceso aparecen las colonias de solitarios que se ayudaban a vivir mejor la vida monástica en sus diversas facetas. De este modo, aparecerá la vida cenobítica, que permitía continuar viviendo la pobreza individual, mientras la comunidad o el monasterio poseía diversas propiedades para el sustento de los monjes. Todo ello no fue óbice para que tanto en la praxis del solitario anacoreta como en la del monje cenobita se diera la tentación de la avaricia, y en muchas ocasiones se producía un apego a cosas superfluas y sin importancia. En el monacato antiguo se da, en ocasiones, la situación de monjes que se guardaban para sí la administración de ciertos bienes terrenales, no realizando un desprendimiento absoluto de toda propiedad. Esta problemática sería más acuciante cuanto más grande fuera el número de monjes que vivían en el monasterio.
Como consecuencia de todo este proceso apareció la diferenciación entre pobreza individual y pobreza comunitaria, así se salvaguardaba la pobreza personal del monje que podía vivir el desprendimiento de todas las cosas, mientras el cenobio organizaba y administraba las propiedades para que al monje no le faltase lo necesario para el sustento diario. En la pobreza comunitaria, también hay todo tipo de vivencias, con comunidades que viven muy pobres, con todo profundamente estipulado en sus constituciones y reglas de vida. Y otros monasterios que fueron grandes latifundios económicos que ordenaban, organizaban y administraban un territorio. Ello favoreció la edificación de grandes edificios y permitió a los monjes dedicarse al estudio y a la investigación, al mismo tiempo, el monasterio podía atender con sus rentas a los pobres y necesitados. Así, la pobreza monástica tuvo una repercusión y promoción de ámbito social, así lo vemos reflejado en múltiples reglas monásticas. Otro modo de salvaguardar la pobreza absoluta de ermitaños y anacoretas fue la praxis de crear estructuras monásticas que combinasen la vida solitaria con la comunitaria, una de las más emblemáticas del territorio hispano fue el fenómeno de la “Tebaida Berciana”. Allí en el Valle del Silencio, ubicado en la comarca leonesa del Bierzo, los anacoretas vivían en las cercanías del monasterio de Santiago de Peñalba, para, de este modo, complementarse y ayudarse.
Pero el ideal antiguo de la pobreza no se perdió sino que es algo continuamente recordado en los ámbitos monásticos, y los padres de la vida espiritual así lo han reflejado en sus obras. En la vida de los santos tenemos numerosos ejemplos de ascetas, eremitas, cenobitas y consagrados que vivieron una pobreza en grado heroico, incluso en monasterios que, en numerosas ocasiones, tenían inmensas propiedades. Todo ello, no fue óbice para que a lo largo de los siglos los monasterios que nacieron y se extendieron por todas las diócesis fueran lugares de vida espiritual, y en donde la pobreza fue vivida por sus miembros, en la mayoría de las ocasiones, en grado heroico.