Ordenación episcopal, simbología

, Diácono Permanente | El pasado 11 de julio Cardenal Arzobispo D. Ricardo Blázquez, presidió la ordenación episcopal en la Santa Iglesia Catedral Metropolitana de Nuestra Señora de la Asunción de Valladolid, de D. Aurelio García Macías como nuevo Obispo titular de la histórica diócesis de Rotdon. (Rosas, Gerona). Su ordenación se ha producido después de que su Santidad el Papa Francisco le nombrara subsecretario para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (es un dicasterio especializado de la Curia romana). Fue una celebración preciosa llena de signos y simbolismos a la que asistieron más de cuarenta obispos, doscientos sacerdotes y varios diáconos permanentes.
No voy a citar la larga y fructífera biografía de D. Aurelio, a quien desde esta tribuna le reitero mi más sincera enhorabuena y le deseo una larga vida al servicio de la Iglesia Universal en su nuevo ministerio. Sino que voy a profundizar en el desarrollo de la ceremonia de ordenación y en los signos y símbolos que caracterizan la ordenación de un nuevo obispo.
La celebración se desarrolla de esta forma: después de los Ritos Iniciales (saludo, acto penitencial, Kyrie, Gloria, Oración colecta, Liturgia de la Palabra) comienza propiamente la Ordenación del nuevo Obispo (en adelante el “elegido”); un presbítero se dirige al Obispo ordenante principal y presenta al elegido, pidiendo para él que sea ordenado Obispo. A continuación y después de la homilía, el elegido procede a realizar la promesa que conlleva el nuevo ministerio que la Iglesia le confía. Terminada su promesa se canta la súplica litánica y acto seguido el elegido se pone de rodillas ante el Obispo ordenante principal que le impone en silencio las manos sobre la cabeza. A continuación, acercándose sucesivamente, lo hacen los demás Obispos, también en silencio. Seguidamente el Obispo ordenante principal recibe de un diácono el libro de los Evangelios y lo impone abierto sobre la cabeza del elegido; dos diáconos, a derecha e izquierda del elegido, sostienen el libro de los Evangelios sobre la cabeza de aquél, hasta que finaliza la Plegaria de Ordenación. Seguidamente el Obispo ordenante principal unge la cabeza del ordenado que está arrodillado ante él. La unción con el Santo Crisma significa la peculiar participación del Obispo en el sacerdocio de Cristo. Cristo fue ungido por el Espíritu Santo para anunciar la Buena Noticia; el Obispo es ahora ungido por el Obispo ordenante principal para ser también heraldo del Evangelio. Acto seguido se procede a la entrega del Evangelio y las insignias episcopales: el Obispo principal entrega ahora al nuevo Obispo los signos de su ministerio que se le encomienda en la Iglesia. En primer lugar, el libro de los Evangelios, puesto que el Obispo tiene la misión de enseñar al pueblo de Dios. Luego se le pone en su mano el anillo episcopal. Son varios los simbolismos que pueden darse a la imposición del anillo: sujeción, pertenencia, firmeza, fidelidad. Por eso se ha utilizado sobre todo para expresar la actitud de los que contraen matrimonio. Es muy antiguo el uso simbólico del “anillo pastoral” para los obispos, en España al menos desde el s. VII. En la ordenación de un Obispo, el consagrante principal, al ponerle el anillo en el dedo anular de la mano derecha, le dice: “Recibe este anillo, signo de fidelidad y permanece fiel a la Iglesia, Esposa Santa de Dios”. Es por lo tanto símbolo de la “boda del Obispo con su Iglesia”. A continuación se impone la mitra, que simboliza la función del Obispo de presidir en la caridad al pueblo de Dios y ser modelo de santidad. Parece que es de origen persa, luego su uso pasó a los romanos, que se ponían este gorro, como signo de honor y nobleza y posteriormente pasó con naturalidad al uso eclesiástico, primero reservado al papa y luego a partir del s. X-XI concedido a los obispos. El ritual de la ordenación episcopal no acompaña la imposición de la mitra con ninguna fórmula, pero en la introducción interpreta su simbolismo como “el esfuerzo por alcanzar la santidad”.
Por fin se le entrega el báculo, como símbolo del pastoreo que deberá ejercer a imitación de Jesús. La palabra báculo viene del latín “baculum, baculus” que significa bastón, cayado. En sentido figurado y simbólico pasó a indicar “apoyo”, por su función de ayudar para caminar, y sobre todo “autoridad”, por el paralelo con la vara o bastón con el que pastor guía a su rebaño. En el Salmo 22,4 se alude a esta ayuda de Dios: “tu vara y tu cayado me sosiegan”.
El Obispo recibe el báculo, como uno de los signos explicativos de su ministerio y cuando lo recibe escucha estas palabras: “recibe el báculo, signo del pastor, y cuida a toda tu grey, porque el Espíritu Santo te ha constituido Obispo para que apacientes la Iglesia de Dios”. El Obispo porta el báculo de la mano, cuando preside una celebración solemne de su comunidad, en la procesión de entrada, durante la proclamación del evangelio y para la bendición final.
El rito de la ordenación episcopal termina con el beso de la paz que todos los obispos presentes dan al nuevo Obispo.
La celebración continúa con la liturgia eucarística y los ritos de conclusión.
Lamentablemente esta vez y por causa de la pandemia que estamos sufriendo, el pueblo fiel no pudo besar las manos del nuevo Obispo, pero todos de forma simbólica transmitimos con un gesto nuestra comunión con él.