Quebrantar la dureza de nuestro corazón

Dibujar corazón en la arena

Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián | Santa Teresita de Lisieux decía en uno de sus manuscritos autobiográficos: «Estoy segura de que, aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pudiera cometer, iría con el corazón roto por el arrepentimiento a arrojarme en los brazos de Jesús, pues sé muy bien cuánto ama al hijo pródigo que vuelve a Él».

Si me elevo a Jesús por la confianza y el amor no es porque la misericordia de Dios me haya preservado del pecado mortal. Es decir, la clave está en que confíe plenamente en la misericordia. Teresita comprendía muy bien lo que era un pecador, puesto que en su modesto lugar había percibido que Dios la había perdonado mucho, protegiéndola de caer en el pecado. De hecho, fue muy preservada.

El verdadero pecador es el que tiene el corazón roto de arrepentimiento, pero la Virgen María tiene el corazón quebrantado sin haber pecado. Ella es plenamente Hija de la misericordia, aun sin pecado. Santa Teresita no era inmaculada, aunque ciertamente tuvo la gracia de no cometer pecados graves en su vida. Incluso dice que ella no tenía conciencia de haber negado a Dios de una manera consciente, ni de haber cometido pecados veniales explícitos y conscientes. Sin embargo, sabe que es hija de la misericordia, porque Dios le ha preservado de caer.

Lo importante es que Teresita tiene un corazón quebrantado, un corazón que no está endurecido. La gracia que la Virgen María nos quiere obtener, cuando le decimos que somos pecadores, reside en quebrantar la dureza de nuestro corazón. De esta manera nos presentamos ante la Virgen con un corazón que Ella transforma en un corazón humilde. Esto es lo principal.

Lo que Dios pretende es que seamos pecadores y supliquemos humildemente. La soberbia del espíritu es mucho más grave que la debilidad de la carne. El verdadero peligro está en el orgullo, que nos hace pensar como Naamán el Sirio que la misericordia de Dios no puede ser tan sencilla. Somos demasiado complicados para pensar que bañándonos en el Jordán podemos ser curados de la lepra. La labor de la Virgen, al presentarnos delante de Ella, es darnos a entender que la felicidad es mucho más sencilla de lo que suponíamos. Ser felices es tan sencillo como ser humildes delante de Dios, como dejarnos querer por el Señor.

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