Obstáculos en la oración (VI)

Rosario

Luis Mª Mendizábal, Ex director Nacional del APOR | Mientras el Señor nos deja ocupar nuestra inteligencia, hacemos bien en ocuparla. Mientras el Señor nos de materia para pensar y reflexionar, hacemos bien en aprovecharnos de ella, siempre que no sea eso lo que nos ocupe primariamente, sino que tengamos la apertura del corazón a Dios; siempre que eso no nos distraiga del estar con Él, sino que ese alimento lo comamos (tomemos esas pipas espirituales) estando con el Señor. Que no nos ocupe demasiado el gusto, que lo que nos sucede en el orden material lo sepamos vivir en el orden espiritual.

El Señor nos ha preparado un gran banquete, y Él no quiere que nos abstengamos de todo lo que nos ofrece. A veces sí, nos pide que renunciemos pero otras veces no. No se opone al Señor, el comer en su mesa del plato que Él nos pone; lo que Él nos pide es que nos echemos encima del plato de modo que a Él le demos la espalda, que no nos olvidemos de estar con Él, que es lo principal. Estamos juntos comiendo, pero no olvidar que estoy con Él. Esto es lo que sucede, también, en el orden espiritual. A veces, esa desviación hace que el Señor nos ponga en sequedad para que nos centremos más plenamente en Él.

Dentro de las luchas de la aridez, las luchas iniciales son pequeñas. Incomparablemente pequeñas en comparación con las grandes luchas de los puntos culminantes de la vida de oración. Pero también en esas luchas, la fe luminosa es la que nos prepara la luz saludable y la libertad de los sentidos. Esto nos va dando como un desprendimiento, nos va llevando a poner el corazón sin que tenga que ser, precisamente, por el ejercicio de las actividades de los sentidos, sino que nos va acostumbrando con sacrificio y con dolor, muchas veces, pero con gozo íntimo, a poner nuestro corazón en Dios. Y es necesario pasar esa noche.

La oración mental se hace fructuosa en el grado en que la fe se purifica por el ejercicio en la prueba. Es claro que el amor a Dios tiene necesidad de la inteligencia de su Palabra y por eso lo deseamos, pero no precisamente a través de lo que puede ser ese discurso nuestro. Él tiene maneras por las cuales, Él mismo, nos ilumina. Por eso, esos momentos de sequedad y aridez, en esas formas diversas en que puede presentarse, es importante mantener firme estos dos puntos: la fe purificada, que nos lleva a una entrega más fiel, hace que la oración sea fructuosa. Y segundo, en esa oración árida –aparentemente y realmente en ciertos aspectos–, estoy recibiendo mucho más de lo que conscientemente yo pienso recibir. El Señor me enriquece enormemente. Me esta enriqueciendo sin que yo mismo caiga en la cuenta. Es pues, sabroso para el espíritu interior lo que es seco para las facultades de la inteligencia y del afecto.

Esto nos lleva a la última consideración con la que vamos a concluir esta parte de los obstáculos. Y es que, en la oración tenemos que distinguir la riqueza psicológica, de la riqueza teológica. La oración cristiana es expresión formal y momento fuerte de una vida introducida y admitida dentro del Misterio de la Trinidad. El valor teológico de la simple oración cristiana, hecha en Cristo, por Cristo y con Cristo, sin mucha consolación ni muchas luces, hecha de veras, por su conexión trinitaria, porque llamamos al Padre en el Espíritu unidos a Cristo, por muy seca que sea, tiene un valor que trasciende todos los grados psicológicos. O sea, los grados humanamente espirituales de la oración. Hay que distinguir grado interior teológico y grado psicológico. El grado teológico es el grado de unión con Dios, uno y trino en que se realiza. Y los grados psicológicos se refieren a los aspectos que se pueden presentar en un análisis psicológico, que será la oración discursiva, la oración vocal, la oración de quietud, la oración de éxtasis.

Pues bien, el valor que le viene a la oración de su conexión trinitaria es superior a todos los valores psicológicos. Con esto quiero decir que, la oración de una buena viejecilla que está rezando aves María con su rosario, aunque quizás la desprecie un exagerado liturgista o un teólogo espiritual o un pastoralista comunitario, esa oración, si procede de un corazón más unido a Dios, más conforme con su voluntad, a desprecio de su mezquindad y pobreza como acto humano, vale más que la elevación psicológica de quien está gloriándose en el contenido teológico y espiritual de su oración. Con esto no quiero minimizar la diferencia religiosa entre la oración extática y la simplemente vocal. Sólo quiero decir que entre una diferencia de una oración más o menos llena del Espíritu Santo, esa otra diferencia de forma, resulta insignificante.

Esto tiene una aplicación para nosotros. Es probable que, las oraciones mejores de nuestra vida hayan sido las que hicimos esforzándonos por superar la aridez y el tedio espiritual; y nosotros, quizás, ni siquiera caímos en la cuenta, no le prestamos atención, estábamos en sequedad y aún en tedio espiritual. Entonces tratamos de decir algo, de elevar nuestro corazón, y luego las hemos olvidado. Pero ante Dios, aquella oración de verdadero publicano que no se atrevía a levantar los ojos, fue realización insigne de la verdad cristiana, elevación de un corazón contrito y humillado en el seno de la Trinidad ‘Padre, líbrame de la sequedad, del tedio, del mal, de la tentación’. Esa oración estaba muy unida a Dios. Probablemente, nos encontraremos con sorpresas de este género. Oraciones llenas del Espíritu Santo, aunque psicológicamente muy mezquinas y muy pobres. Es por esto que escaparon a nuestra atención y se borraron de nuestra memoria, pero quedaron eternamente en el corazón del Padre.

Anterior

Decálogo de la conversión pastoral

Siguiente

Venid, perfumes