Mi cura

Sacerdote y sacristán

Le Vavasseur, Gustave (1819-1896), Poésies complètes. T. 2, Paris, Alphonse Lemerre, 1888. Del poemario “Tipos y Semblanzas rústicas”, páginas 73-79.
Traducido al castellano por Águeda García Garrido

Mi cura

Cuarenta años, vigoroso, moreno, de estatura media,
frente altiva, cejas pobladas y cabello revuelto,
boca grande, nariz poderosa, mirada negra, tez colorada.
¿Lo reconocéis? Es el señor cura.

De apetito constante, sobrio, de humor idéntico,
un donaire le hace reír, un pan fresco le deleita,
si bien puede privarse de ello. Está jocundo en casa de otro,
pero en la suya no está tampoco mustio.
Su criada es testigo de ello; es evidente que alardea
de alabar a su cura, pero creo en lo que dice la criada:
Brigitte asegura que él nunca ha gruñido.

En la antigua rudeza no va rezagado;
solo para él es algo severo,
defiende suavemente al alma constante,
perdona a los malos, espera a los ingratos
y para el hijo pródigo inmola el cebado ternero.

Puntual como un reloj y siempre en su puesto,
sin objeción, después del cartero de Correos
es el hombre del pueblo que más camina
y el que menos se desvía dando tumbos inútiles.
Va siempre a pie como en tiempos de los apóstoles,
diciendo su breviario o algunos padrenuestros;
Su mente, libre de alocadas visiones,
se nutre de oraciones y no de ilusiones.

Solícito y sin desvaríos, avanza con paso ágil,
lleva el trigo en la mano y siembra el Evangelio.
No se pasea nunca. Si hay que correr, corre,
conoce todos los senderos y escoge el más corto.
Posee más saber y raciocinio de lo que muestra.
Habla bastante, no demasiado. A los hombres que se encuentra
les da los buenos días y para ello se detiene un instante,
A las mujeres, un saludo silencioso solamente
y pasa de largo. ¿Una carreta está en el lodo?
Arrima el hombro a la rueda con denuedo,
empuja y, cuando es menester, avergüenza a los menos devotos
al injuriar y, sobre todo, golpear a los caballos.

Predica sin énfasis y sin vana pretensión,
correctamente; su estilo es límpido, su alocución es sana;
Siempre es breve, pero al hablar con tino,
parece que dice mucho en pocas palabras.
No se divierte con los falsos enojos,
ni increpando en el momento los defectos y vicios.
Se considera un hombre, y echándose de rodillas,
se golpea el pecho y dice humildemente NOSOTROS.
Se ve que ha sentido los brotes en su alma
de los vicios que denuncia y los defectos que amonesta:
sabe lo que pide, lo sabe y se acuerda
de cómo nos corregimos y cómo se avisa;
sabe que hasta el extremo los santos y los apóstoles
son hombres de carne, con tentaciones como los otros
y que a menudo el orgullo pierde a los triunfadores.

Es el amigo del pobre y de los niños;
alivia, perdona, anima, consuela
y predica la indulgencia al viejo maestro;
sabe lo que les cuesta a los hijos de los campesinos
cavar un surco en sus cargantes cerebros;
A los catorce años, tampoco él sabía leer apenas,
fantaseaba mirando los borregos en el llano;
algo de allá arriba le atraía, pero aquí abajo
¡qué peso por levantar! ¡Y cuántas veces, cansado,
se acostó en el suelo!
Oh, sed pacientes, maestros de semblante recio;
Toda ciencia gruñe con la gente gruñona
y no aprendemos nada de la gente que nos atemoriza.
¡Fíate del saber maldito cuya espina nos hiere!
La suavidad, oh maestros, no es debilidad,
¿Quién fue más suave que Jesús docente?

Mi cura lo sabe. Es accesible al quejumbroso,
simple a toda vara que tenga paciencia,
gota a gota vertiendo la leche de la ciencia,
es suave para los pequeños de buena voluntad;
recoge a menudo los frutos de su bondad.
Delante del Magister y a pesar de la crítica,
el catecismo conocemos mejor que la aritmética.

He aquí el lado débil del señor cura;
se siente atraído por el niño y el pobre,
también por el enfermo; el enfermo le parece
a la vez un anciano, un niño, un pobre.
No espera el consejo cauteloso de los padres
para acudir más tarde al lecho de los que agonizan.
Ha cumplido desde hace tiempo su ministerio
cuando llegan el doctor, el guardia y el notario;
A veces, incluso sin ellos, se cura el enfermo.
-La paz del cuerpo renace con la paz del espíritu-
Y, como volvemos a él, la gente a quien administra
no está atormentada por el espectro siniestro;
la recibimos con alegría y el señor cura
es para la gente pobre un médico sagrado
que cura con la fe como en tiempos de los apóstoles
y al que buscamos mucho antes que a los otros;
porque si él no tiene la mano que corta y reúne,
tiene el acento que calma y la paz que bendice,
reblandece el dolor y aplaca la angustia.

¿Ha hecho santos en toda su parroquia
mi cura? – todavía no, en realidad; parece que,
el domingo pasado, ya tarde, en el cabaret,
tres o cuatro borrachos, de edad respetable,
cotorreaban con la lengua pastosa, acodados en la mesa.
Encubrían su ebriedad con fútiles palabras.
No sé qué diario andaba entre los tarros
y servía a los borrachos de mantel y de litera,
más innoble aún de esencia que de materia,
Fétido, grasiento, sucio de los dedos de los lectores
y las libaciones de sus admiradores.
Uno de los comensales coge el vulgar folleto
y lee tartajeando el relato de un escándalo
reciente, inverosímil, abominable y bastante ruin.

El Galo, mentor nato, burlón y astuto,
siempre ha hecho muecas a su maestro,
fuera el que fuese; esta vez, se trataba de un sacerdote
y la malicia se hizo negra, visto el enemigo.
Nuestros necios borrachos, comprendiendo a medias,
de sopetón, pararon de escuchar y beber.
Salieron dejando su vaso y su historia;
cada uno emprendió a tientas el camino hacia la cama,
en silencio y pensando en naderías; el veneno que se lee,
como el que bebemos, fermenta en nuestras venas.

Saliéndoles aquello en enfermizos borbotones,
y tambaleándose los tres, iban repitiendo:

Nuestro señor cura no habría hecho lo mismo.

1865.


Nota bio-bibliográfica de la traductora

Águeda García Garrido (n. Huelva). Es Doctora por la Universidad de la Sorbona, especialista en Historia de la España moderna (siglos XVI-XVII) y Profesora titular en la Universidad de Caen-Normandía (Francia) desde 2011. Sus áreas de investigación se centran en la historia cultural del clero y la predicación. Ha enseñado en las Universidades de Western Ontario (Canadá), en la Sorbona, Metz, Limoges, en HEC (École des Hautes Études Commerciales), en el Instituto de Ciencias Políticas de París (Sciences-Po), entre otras instituciones.

Compagina su actividad universitaria con la creación literaria. Ha ganado varios premios nacionales e internacionales de poesía, ha publicado en numerosas revistas de literatura y cultura (Barcarola, Círculo de poesía, Cuadernos del matemático, Dosfilos, Fábula, FronteraD, El coloquio de los perros, Nayagua…) y sus poemas han aparecido en varias antologías: La alquimia del fuego (Amargord, 2014), XXIV Premios de poesía “LUZ” (Tarifa, 2017), entre otros. Es autora del poemario El espacio ausente (Colección Donaire, n.° 3, Diputación Provincial de Huelva, 1998).

Página académica personal en la MRSH (Maison de la Recherche en Sciences Humaines):
www.unicaen.fr/recherche/mrsh/pagePerso/2963457?id=publications

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