Hija de la Misericordia

Centro de Espiritualidad de Valladolid

Ana Nieto Frias | Este es el quinto año consecutivo que acudo al Centro de Espiritualidad en Semana Santa, si bien, cada año es diferente, por el momento personal que cada uno atravesamos, por las novedades que el propio Centro introduce con el deseo de mejorar y por las personas con las que compartimos estos días, con la alegría de reencontrarnos con quienes ya acudieron en ediciones anteriores y de conocer a otras nuevas que asisten por primera vez o con las que no habíamos coincidido.

Para mí es la única forma de poder vivir la Semana Santa acompañando al Señor en su Pasión, Muerte y Resurrección, sin perder detalle sobre el Misterio de la Redención. Todo ello a través de las diferentes actividades programadas, tales como Viacrucis meditado del Viernes Santo, el Rosario meditado del Sábado Santo, además de disponer de tiempo para la oración personal y también para sumergirnos en la Semana Santa vallisoletana escuchando el Sermón de las Siete Palabras (este año predicado por el Obispo de Coria-Cáceres Monseñor D. Francisco Cerro), acudiendo a las procesiones y visitando Iglesias. Sin duda, una combinación perfecta, en un marco incomparable y en un ambiente familiar como el que se vive en el Centro de Espiritualidad.

Me gustaría destacar especialmente la celebración de la Vigilia Pascual. En ella nos introducen, ya durante la tarde del sábado, con una explicación desde el punto de vista litúrgico, sobre el significado de todo lo que en dicha Vigilia acontece. También quiero agradecer las meditaciones dirigidas por los sacerdotes del Centro, personalmente me han ayudado a reflexionar sobre la necesidad de dar gracias y pedir perdón a Dios cada día. Dos actitudes íntimamente relacionadas con la virtud de la HUMILDAD.  Ese camino de la humildad fue el que siguió el mismo Jesús para redimirnos del pecado y la muerte, el cual se despojó de su rango y condición divina y se humilló hasta el extremo a través de su muerte en la Cruz, a la que se dejó conducir como Cordero manso y humilde, en obediencia a los designios del Padre que sacrificó a su Hijo para nuestra salvación.

A raíz de esa reflexión entendí con claridad la importancia de tener un corazón humilde, consciente de nuestra pequeñez y miseria, como el que tuvo el buen ladrón crucificado junto a Jesús, porque ese corazón humilde es la llave para entrar directamente en el Cielo, en el Paraíso, no por nuestros méritos, sino de la mano del AMOR MISERICORDIOSO DE DIOS como Amor Gratuito que se da a quien no lo merece. Así fue como esa actitud del buen ladrón arrancó de Jesús estas palabras “Hoy mismo, estarás conmigo en el Paraíso”.

Fachada del Centro de Espiritualidad

He de confesar que aunque el rezo de novena de la Divina Misericordia se viene realizando desde hace años en el Centro de Espiritualidad, comenzando el Viernes Santo, promovido con especial devoción por algunos de los asistentes a la Pascua, no he sido consciente de su trascendencia y significado hasta este año. La devoción a la Divina Misericordia fue revelada a Santa María Faustina Kowalska, una religiosa polaca canonizada por San Juan Pablo II, como todos sabemos, Papa polaco que instituyó el segundo domingo de Pascua como Domingo de la Divina Misericordia, festividad en la que murió y acaba de ser canonizado el propio San Juan Pablo II. Demasiadas coincidencias como para no captar el mensaje. El Papa Francisco ya ha aparecido en los medios de comunicación ‘recetando’ a todo el mundo una nueva medicina: “La Misericordina”.

Después de tales reflexiones y descendiendo al terreno de lo práctico, a mi día a día, ¿puedo quedarme de brazos cruzados ante tanto Amor de Dios, recibido gratis, sin merecerlo? ¿Confiada en su Misericordia, puedo hacer lo que quiera, o debo responder de alguna forma? ¿Cómo? La respuesta la escuché, hace unos días, de palabras del Obispo de San Sebastián, Monseñor D. Jose Ignacio Munilla, quien en una homilía sobre la Misericordia de Dios, dijo que “el Amor de Dios es gratuito, pero no barato, porque Dios pide nuestra respuesta de amor y gratitud. Él nos invita al banquete, pero para participar en él pide que nos vistamos con el traje de la Gracia. Somos hijos de la Misericordia y por eso nos corresponde ser padres de misericordia con los demás”. Sin duda una respuesta que debería brotar espontáneamente del corazón de quien se siente permanentemente amado y perdonado por el Señor, sin merecerlo.

Gracias a toda la familia del Centro de Espiritualidad por ayudarnos en nuestro camino personal de conversión hacia el Señor de la mano de nuestra Madre del Cielo.

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