Era forastero y me acogisteis
, Diácono Permanente | “Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio…. y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y de la familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama en Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre velando su rebaño. De repente un ángel del Señor se les presentó…. y les dijo: No temáis… hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre… y los pastores se decían unos a otros: vayamos pues a Belén y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado. Fueron corriendo y encontraron a María y José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores…. Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho”.
Este pasaje del evangelio de San Lucas (Lc 2,1-20) nos narra el gran acontecimiento del nacimiento del Salvador. Desde entonces y ya hace más de dos mil años, los cristianos de todo el mundo cuando llega la fecha de la Navidad celebramos con gran alegría la Natividad de Jesús. La noche de Nochebuena nos vestimos de forma más elegante de la habitual, nuestra mesa preparada con todo el cariño e ilusión rebosa de comida y todo es alegría porque estamos en Navidad. Todos nos deseamos felicidad, y está bien que esa alegría impregne todo nuestro entorno, pues el motivo bien lo merece: el nacimiento del “Niño Jesús”.
Pero nuestro Salvador no nació en torno a una elegante mesa, ni en una cama, ni siquiera en el calor de un hogar. El “Niño Jesús” nació en un pesebre, posiblemente en una de las cuevas que rodean a la ciudad de Belén, porque según nos narra el evangelista no había sitio para ellos en la posada. Esta es la realidad que miles de familias están viviendo hoy. Víctimas de las guerras son obligadas a salir de sus casas, abandonando todo aquello que han construido durante años, dejando detrás a familiares y amigos. Llegan a nuestras fronteras con lo puesto y se encuentran sin un sitio donde poder vivir, donde poder continuar con su vida, para ellos no hay posada.
La realidad que estamos viviendo en esta vieja Europa con la llegada de miles de personas a las que denominamos refugiados, nos debe servir a nosotros los cristianos, como revulsivo para recordar cual es nuestra obligación. Debemos acoger con el amor fraterno que caracterizó a los primeros cristianos a todas estas personas que precisan de una posada, sean cristianos o no. Y no me estoy refiriendo exclusivamente a que se les proporcione un lugar digno donde vivir, sino a que se sientan acogidos como hermanos.
Jesús dijo a sus seguidores: “porque tuve hambre y de distéis de comer, tuve sed y me distéis de beber, era forastero y me hospedasteis, estaba desnudo y me vestisteis….” y los justos le contestarán: Señor ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te hospedamos?… Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. (Mt 25,37-40)
El Señor nos ha indicado de forma muy clara cual debe ser nuestra actuación frente a quienes más nos necesitan: debemos acoger, hospedar y recibir a nuestros semejantes que hoy por hoy son forasteros en nuestra casa. El Papa Francisco nos ha pedido que acojamos a las personas tal y como vienen, nos insta a que cada parroquia acoja a una familia de refugiados, que los conventos y los monasterios son para la carne de Cristo que son los refugiados. Pero el Papa ha insistido en que la sola acogida no basta. “No basta con dar un bocadillo si no se acompaña con la posibilidad de aprender a caminar con las propias piernas. La caridad que deja al pobre como está no es suficiente”.
La carta de Santiago (St 2,14-18) nos exhorta a que nuestra fe, vaya acompañada por las obras. Ahora todos tenemos la oportunidad de poner en práctica nuestra caridad cristiana acogiendo a quienes hoy más nos necesitan, facilitándoles una posada, haciéndoles sentirse acogidos, para que puedan celebrar en paz el nacimiento del Salvador.