Contemplar la Pasión

Muerte y Resurrección

Fr. Rafael Pascual Elías, OCD | Contemplar no es sólo orar con la Palabra de Dios y quedarnos ahí. ¡Qué va! ¡Es mucho más! ¡Es entrar en el corazón de la Escritura y vivir desde ella y conforme a ella! No basta con escuchar con atención las lecturas de la misa o leer la Biblia en nuestra casa, sino que esa lectura no puede ser pasiva, sino activa. ¡Pura vida! ¡Hacer vida la Escritura! ¡Eso es!

Cuando contemplamos desde la Palabra vivimos la fe porque descubrimos lo que nos pide el Señor con cada una de sus parábolas, milagros, discursos, encuentros íntimos con sus discípulos o aquellos que se cruzan por los caminos de Galilea, etc. que se encuentran en los evangelios. Nuestra fe crece cuando acudimos de modo contemplativo a la Palabra. ¡Esto es contemplar!

Además estamos acogiendo de una manera incondicional al mismo Siervo que se entrega por nosotros para salvarnos. Leer la Pasión de Nuestro Señor es dejar que en nuestra vida entre de un modo único el mismo Cristo azotado, coronado de espinas, caído por tierra, maltratado de mil maneras y clavado en una cruz como un miserable esclavo. ¡Esto es contemplar!

Al final se termina diciendo sí a Dios como lo dice Jesús en el Huerto de los Olivos y más tarde en la Cruz, que se haga la voluntad del Padre. Y María lo mismo, toda la Pasión vivida como un martirio incruento que comienza en aquel día en que dice sí a Dios para ser la Madre de Dios y luego al pie de la Cruz ser también la Madre nuestra. ¡Decir sí a Dios desde las escenas de la Pasión de Cristo! ¡Eso es contemplar!

Hay muchos testimonios escritos de aquellos que han contemplado la Palabra, la Pasión, y le han dicho que sí a Dios. Uno de ellos lo encontramos en la Mística Ciudad de Dios; es la obra cumbre de Sor María de Jesús de Ágreda: la vida de la Virgen María narrada por esta monja concepcionista franciscana. Y en la vida de la Virgen se incluye la Pasión de su Hijo que Ella, la Madre de Dios y Madre nuestra, sigue paso a paso hasta llegar al pie de la Cruz. Madre Ágreda no es pasiva, sino pura acción, pura pasión desde dentro de la clausura. Nos mete de lleno en la Pasión de Cristo con una fuerza impresionante, con un detalle sin par, con un amor de verdadera contemplativa:

“A todo humano discurso excede el dolor que la Madre Virgen sintió en este viaje del Monte Calvario y le dijo en su interior: Hijo mío y Dios eterno, lumbre de mis ojos y vida de mi alma, recibid el sacrificio doloroso de que no puedo aliviaros del peso de la cruz y llevarla yo, para morir en ella por vuestro amor, como vos queréis morir por la ardentísima caridad del linaje humano. ¡Oh amantísimo Mediador entre la culpa y la justicia! ¿Cómo fomentáis la misericordia con tantas injurias y entre tantas ofensas? ¡Oh amor infinito y dulcísimo, quién hablara al corazón de los mortales y les intimara lo que os deben, pues tan caro os ha costado el rescate de su cautiverio y el remedio de su ruina!” (Mística Ciudad de Dios, parte II, nº 1369).

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