Comentario al Veni Sancte Spiritus (III)
, Ex director Nacional del APOR | Hemos llegado a un desarrollo progresivo de la gracia santificante. La cumbre de ese desarrollo de la caridad y de la gracia tiene que realizarla en nosotros el Espíritu Santo por una presencia especial suya, y cuando el alma va madurando y disponiéndose a esa coronación es cuando toda ella se convierte en unos brazos abiertos, en una invocación constante, en un deseo ardiente de que se corone la obra de Cristo.
Y por otro lado, es Cristo en nosotros, su corazón en nosotros, el que está llamando el Espíritu Santo para que corone esa obra, para que del seno del Padre venga al nuestro. Así a través de esa venida del Espíritu Santo a nosotros Jesucristo también viene a nosotros de un modo particularísimo, no ya por aquellos actos más o menos exteriores que consideramos en su vida cuando convivía con los apóstoles sino por la operación divina del Espíritu Santo que está en nosotros. Ahora Jesucristo toma un contacto más íntimo con nosotros, un contacto espiritual no menos real, no menos eficaz. Al contrario, Jesucristo, en el Espíritu, está más cerca de nosotros que cuanto estaba con los suyos en el tiempo de la vida terrena. Estamos más dentro de Cristo de lo que lo estaban los apóstoles que habitaban con El corporalmente. Por la venida del Espíritu Santo nos encontramos como sumergidos en la procesión divino del Espíritu. Por eso nunca debemos confundir el simple estado de gracia con la plenitud del Espíritu Santo y por eso también en nuestro estado de gracia y en nuestro esfuerzo ascético debemos invocar siempre ¡ven Espíritu Santo!
Esta oración es eminentemente apostólica. Tenemos que invocar al Espíritu Santo, llamarlo, abrirle las puertas no solamente en nombre propio para mí, a título individual y personal, sino que debemos invitarlo y así lo hacemos –en el himno– en nombre de toda la comunidad eclesiástica a favor de todas las almas en estado de gracia: ‘da a tus fieles que en ti confían el sagrado septenario’. La invocación del Espíritu se hace sobre aquellos fieles que están ya en gracia como los apóstoles que estando en gracia esperaban el Espíritu Santo. Las almas más fervorosas son las que invocan con mayor fervor. Más aun, en esto se puede ver el fervor de un espíritu en la manera en que invoca la coronación de la obra de Cristo. El secreto último del fervor del alma es el don de Dios. En ultimo termino todo fervor es don de Dios, no lo podemos producir por nosotros mismos en nuestro corazón, nos lo da Él, el fuego de su amor.
Por eso el ‘¡ven Espíritu Santo!’ es una petición apostólica que podemos aplicar al apostolado concreto que cada uno de nosotros tiene. Lo podemos rezar concretamente por aquellas personas a las que debemos ayudar, formar, aconsejar, a las que debemos alcanzar con nuestro apostolado, con nuestro trabajo. Se puede extender a toda la iglesia, a todo el género humano, con la misma extensión con la que pedimos cada día en el Padre Nuestro ‘venga a nosotros tu Reino’. Es al mismo tiempo un acto de reparación por aquellos corazones que no quieren la presencia del Espíritu Santo, en aquellos corazones en los que resuena un grito ‘vete Espíritu Santo’ porque para el hombre, el Espíritu, se convierte en un estorbo cuando no le deja descansar en las criaturas, cuando no le deja en la serenidad en medio de sus vicios y entonces el hombre grita ‘vete de mí’. Por tanto, es un acto de reparación por los que se alejan del ‘Dedo de Dios’, por los que, habiéndolo recibido, lo entristecen. Decía san Pablo no entristezcáis al Espíritu de Dios, por los que le arrojan de su morada.
Podemos decir también que es por excelencia la oración de todo sacerdote, de todo guía de almas porque todo sacerdote, todo ministro del Señor, todo apóstol verdadero cumple su misión en la medida en que se hace de veras un ‘ven Espíritu Santo’ vivo, continuo y universal. El Padre dará su Espíritu bueno a quien se lo pide, sea para sí mismo sea para quien el Señor le ha confiado. Tú me los diste –dice Jesús al Padre– hablando de los discípulos y realmente que en la vida apostólica uno siente alegría cuando contempla como un alma se vuelve a Dios definitivamente y totalmente, y que corre, que vuela, hacia el Señor. Nunca pediremos con suficiente frecuencia ni con suficiente fervor y santa ambición el Espíritu Santo para aquellos con cuyo espíritu nos encontramos. Al encontrar fervor en un alma entonces nos sentimos ministros de Jesús unidos con esa alma y felices, pero cuando le sentimos perder el fervor o alejarse del fervor, preferir el amor propio antes que el amor de Dios, entonces sufrimos también nosotros como el Espíritu se entristece. Y otras veces el recuerdo del fervor de una u otra alma que conocemos nos avergüenza y entonces comprendemos que no podemos continuar en nuestra medianía y entonces nos sentimos impulsados a la fidelidad que nos hace ser uno en el Espíritu con aquellos por los cuales somos ministros de la gracia de Dios y del Espíritu Santo.
Es pues la gran oración, la oración que debemos continuamente tener en nuestros labios y en nuestros corazones. ¡VEN ESPIRITU SANTO!