¿Aspiraciones nuestras, del mundo o de Dios?
| Empezamos el nuevo curso ya con nuestras mochilas cargadas y nuestros horarios hasta arriba. Nuevas ideas, metas, e ilusiones…pero, ¿son aspiraciones nuestras, del mundo o de Dios?
Muchas veces abrazamos los proyectos que otros tienen para nosotros, pero ni siquiera nos planteamos lo que queremos. Nos enfocamos en lo que se espera de nosotros, lo que se supone que debemos ser y hacer. Ya sea porque no queremos decepcionarlos, porque no queremos desencajar o porque, inconscientemente, seguimos lo que estipula la sociedad.
Dónde estoy, qué hago, qué estudio, con quién salgo, qué actitud tengo, qué quiero transmitir a los demás…¿lo decido yo o dejo lo que elijan por mí? Las opiniones de los demás, las redes sociales o los medios de comunicación pueden acallar nuestros verdaderos deseos. Vivimos con ruido de fondo, preocupados por hacer lo que todos quieren, por seguir un rol, por estar atentos a lo que ocurre (el telediario, los programas de televisión, las redes sociales…) y a veces no somos capaces de entender lo que sucede dentro de nosotros.
Seguro que a muchos de nosotros nos preguntan qué esperamos de la vida o qué queremos hacer en ella y, o damos una respuesta prototípica o no lo sabemos. Y es que todo el mundo podría decir «lo que espero es ser feliz», pero esa respuesta es tan amplia que no nos da información de lo que realmente deseamos.
Cuando somos pequeños la felicidad se basa en recoger los máximos caramelos posibles de la piñata, ganar al fútbol con los amigos o que los padres nos dejen ir a ver a nuestros primos. Cuando vamos creciendo percibimos la felicidad como algo más intenso: sacar buenas notas, salir el fin de semana o que nuestros padres nos den responsabilidades. Finalmente, nos llenan de felicidad otros aspectos como la sonrisa de las personas que queremos, el tiempo que pasamos con ellos, la estabilidad laboral; tener una vida tranquila sin mucho sufrimiento.
¿En cuál de estos casos estamos en lo cierto? Cada uno podrá seguir ahondando aún más en estos ejemplos, y así, concretando, llegaremos a nuestros deseos más profundos.
Quizás puede parecer egoísta enfocarnos en lo que nosotros queremos pero es que, en lo más profundo de ello, es Dios quien nos habla y los proyectos que nos llenan, fue Él quien los creó para nosotros. Porque primero encontramos las expectativas de los demás sobre nosotros, después las nuestras (a veces demasiado exigentes) y, cuando abrimos nuestro corazón a la verdadera felicidad, encontramos el camino que Dios nos tiene preparado. Por supuesto, no es el más fácil, pero nos da algo más que pequeños momentos de felicidad: nos llena de plenitud. Apartándonos de ese ruido mundanal, de esas voces que nos presionan a ser quienes no queremos, de esos agobios constantes, encontramos una gran paz interior. A menudo confundimos la alegría pasajera con la paz interior, pero esta segunda la podemos distinguir porque, al final, nos hace sentirnos tranquilos y cerca de Cristo. No creo que se trate de dejar de disfrutar, al contrario, se basa en darle sentido a ese disfrute. Por ejemplo, está muy bien salir de fiesta y transmitir alegría y buen rollo a los demás, es genial ser cristianos dentro de ella. Sin embargo, también somos conscientes de que es más fácil convertirlo en un vicio o dejarnos llevar por el ambiente. Por tanto, salir puede ser un deseo nuestro, pero ahondando en él nos daremos cuenta de si en el fondo lo que necesitamos es reírnos, bailar, despejarnos o pasar tiempo con un grupo concreto de amigos, entre otros. De esta forma, conociendo nuestras necesidades, podremos adecuarnos y acercarnos a Cristo a través de ellas, disfrutando de un buen entorno espiritual y creando el nuestro propio allá donde vayamos. Así, vislumbraremos con más facilidad el camino que Dios va creando para cada uno.
No es fácil conseguirlo, pero «todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13). Centrándonos en Él focalizamos en nuestras verdaderas ilusiones, y en ellas, encontramos también un hueco para las personas que queremos. Porque amar a Dios y llenarnos de Él repercute en nuestra paz interior y, por tanto, en la felicidad de los demás.
Por todo esto, antes de luchar y disfrutar este curso al máximo, pensemos sobre qué proyecto tiene Dios para nosotros a través de nuestros deseos más íntimos. Feliz inicio de curso, y felices nosotros en Cristo.